I
Y si, dije yo, en uno de esos arrebatos que tengo con ella, o mejor dicho, que solía tener con ella.
Si es tanto tu enojo, deja ya de andar con tanto cuento de que te tiras y te tiras.
Puro teatrito contigo. Pura finta, puras lágrimas de cocodrilo. Chantaje vulgar y falso.
Me tienes harto de tantos reproches. De tantas palabras sin ton ni son.
Harto de que, la vecina me mire como si fuera todo verdad, y como si fuera yo el ser más repugnante sobre la tierra.
Bla, bla, bla, bla, bla.
¡Harto pues, de tanto pedo!

II
Y después señores, salí precipitadamente del hotel Elenita. Caminando meditabundo sobre la calle Nicolás Bravo. Rumbo al centro. Preocupado por mi cuñado.
La noticia del hermano lesionado le había causado pena, pero nada del otro mundo.
La dejé tranquila en apariencia. Nos amábamos. La quería con todo el corazón, y ahora la extraño.
Jamás me percaté, que ella también salió del hotel, en sentido contrario. Que ascendió las escaleras al terraplén. Que caminó resuelta sobre los durmientes desvencijados del puente. Diez o quince metros. Y que sin más se lanzó sobre las aguas del río Tulijá.
Jamás me percaté, señores. La amaba, y ahora la extraño.
Y dejé caer algunas lágrimas.

III
-¿Todo eso les dijiste mi amor? Preguntó ella
-todo eso chaparrita. Respondió el.
-¿y te creyeron? Volvió a decir ella.
-¿Acaso tengo cara de mentirle a la gente?, respondió el, sonriendo.

De algún modo, ella empezó a tenerle miedo.