EL CUENTO DE LA MUERTE
Menudo cuento esto de la muerte, a la edad de siete años andaba yo tumbada en el lecho de muerte, con mis padres afligidos esperando un milagro, el medico insistía con que no había solución, que la muerte era inminente, mi tio Pepe, que era practicante y que sabia mucho de todo se empeñaba en salvarme. mientras tanto yo viviendo mi experiencia de inmortalidad, saliendo de mi cuerpo, atónita viendo la escena de dolor que allí se representaba. Me sentia ligera, sin dolor, sin sufrimiento, para una niña sensible y soñadora como yo era todo natural, porque desde muy pequeña siempre tuve la sensación de que todo era posible y esto lo confirmaba.
No era esta la primera vez que había transgredido las leyes de lo creíble o posible. con dos añitos ya les di el primer sobresalto a mis padres, me vino a visitar el poleovirus cuando empezaba a dar mis primeros pasitos, menudo susto les di cuando sin ningún motivo visible mis piernitas delgaditas e infantiles se plegaban sin fuerza y me hacían caer como si de una muñequita de trapo se tratase, como tantas veces en mi infancia el tio Pepe se ocupaba de la salud de la familia y mandaba a mi madre urgentemente a la capital a visitar a un especialista.
Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales.
Desde ese instante perdí el miedo, el miedo a vivir y el miedo a morir, este hecho inconfesable creo un abismo entre mis padres y yo. A ellos que habían buscado siempre la seguridad y vivían cargados de miedos les había tocado una hija que según mi madre era tonta, vivía en las nubes y los llenaba de inseguridad por lo delicado de mi salud, que habían gastado mi peso en oro para mantenerme con vida cuando de alguna manera no me lo merecía. Me sentía desubicada y una carga. Todo esto me producía una irresistible atracción por lo nuevo y desconocido y me alejaba aun mas de ese mundo donde me sentía fuera de lugar. El sentimiento de no pertenecer junto con la agradable experiencia de muerte me animaban a querer dejar la vida y con ella mi entorno familiar cada vez que surgía una situación en la que me sentía incomprendida.
Cuando contaba con aproximadamente 12 años de edad, mi madre que era muy ama de casa y controladora, me mando a realizar algunas tareas del hogar, subí a la planta de arriba de la casa a cumplir con las tareas asignadas, yo quería ser obediente pero encontré un libro sobre la mesa y abducida con la lectura paso el tiempo sin llevar a cabo ninguna de las tareas que se esperaba que hiciese, cuando mi madre me encontró absorta en la lectura y sin ninguna tarea realizada, su la ira callo sin piedad sobre mi.
El sentimiento de injusticia me corroía el alma y solo pensaba en dejar este si sentido. Busque por cajones y armarios hasta dar con varios botes de píldoras que tome con la intención de que estas me transportarían de nuevo al estado de paz y luz que añoraba.
Al principio de la ingesta pensé que todo iba bien, pero cuando empecé a sentir en mi cuerpo y mente desagradables sensaciones, alucinaciones monstruosas que me trajeron sentimientos de miedo, culpabilidad y angustia, ¿talvez existía el infierno del que tanto hablaban las monjas en el colegio?…. así que ¿seria castigada por mi terrible acción?
Cuando de nuevo subió mi madre a controlar que estaba haciendo, me vio en ese extraño trance, mientras yo luchaba por quitarme esos extraños seres de encima y sentía arder el estomago, para ella era la confirmación de que esta hija era tonta y una rarita y para mi la confirmación que esto que estaba sucediendo no tenia nada que ver con la dulce muerte y que ese día no iba a morir.
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