El maestro entró al salón y tomó el asiento preferido, siempre el más cercano al hermoso ventanal, lleno de sol y de mañana de primavera. El aroma de los nogales de la “plaza bella” perfumaba el aire de los antiguos edificios de la facultad de medicina. Allá, bajo las copas de la arboleda, se veían las mochilas volando en la carrera por llegar a las aulas a tiempo; y de un momento a otro se plasmaban como auroras en el ventanal, que transmutaba en luz de cambiantes matices la radiación, cada vez que se hacía sentir la vibración de las grandes naves del gobierno; lentos veleros del aire, la mayoría con fugas por falta de mantenimiento.
—Buenos días —dijo afable el maestro—. Hoy vamos a hablar de las enfermedades puramente kármicas. Hemos visto ya, que el karma, esa memoria dispuesta inteligentemente en los astros y los subconscientes, en el tiempo y el lugar exactos del nacimiento, en la fórmula de la vida y en el código genético; no es un monstruo. Siendo guiados o de manera inconsciente, la vida fluye de una ocasión en otra de perfeccionarnos, y según las decisiones tomadas, es nuestro avance; según la disposición y la paz, es nuestro aprendizaje.
—Maestro —comentó el alumno Quiroga, y el resto del pequeño grupo se prestó a escuchar—, yo pienso que no puede eludirse el karma. Leyendo algunos casos clínicos, he visto que muchas de las enfermedades diagnosticadas ya les habían sido pronosticadas a los pacientes por el método de deuda kármica.
El maestro guardó silencio por un minuto, tal vez inspirado, tal vez midiendo sus palabras, mirando el último color del amanecer naciendo del horizonte de edificios; después contestó:
—Nunca se pronostican o se predicen las enfermedades, la probabilidad no existe en el mundo real. El método de deuda kármica se usa para prevenir ciertas condiciones, pero es imposible hacer un pronóstico, ¡como es irracional!, ¿condenarías a un paciente tuyo a construir por años con su pensamiento, diciéndole que va a enfermarse de tal cosa en tal día? El karma sí es una deuda inexorable, pero no sólo se paga con sufrimiento. El conocer tu karma debe motivarte a librarte de él, a través de la meditación, o haciendo el bien ilimitado a cuanto ser toque tu vida y hasta a los que no están en este sistema de mundos o en este plano de existencia. Al fin, esa enfermedad a la que hay predisposición, en la palabra está la clave: “disposición”, fue elegida por el espíritu antes de la encarnación, elegida como el medio ideal para su aprendizaje y perfeccionamiento. Hace algún tiempo se prefirió el nombre de “método de Leicester”.
—En la vida no hay un solo camino —siguió el maestro después de hacer una pausa que permitiera a sus estudiantes asimilar los nuevos matices—, no hay una sola posibilidad; el libre albedrío y nuestras decisiones van esculpiendo las futuras escenas de nuestra vida, futuros posibles, ya previstos por El Padre. El karma no es infranqueable; La Madre Cósmica nos obsequia a cada momento nuevas oportunidades de resolver nuestros problemas kármicos.
Otro alumno inquirió:
—Maestro, si el entendimiento y la iluminación de cada hombre, son a la medida de su evolución espiritual, sus decisiones reflejarán esta iluminación y este entendimiento. ¿Dónde está la libertad si la evolución limita su mente, su pensamiento, su sensibilidad, su intuición?
—La libertad está en la decisión de avanzar o de atrasarse; ¿qué decisión hay más grande que esa?
—Sí, maestro, pero un santo que levita, siempre acertará en sus decisiones, pues él es inmune a cualquier influencia negativa, a cualquier tentación; pero el cacique ciego, como regla, errará sus decisiones, buscando complacer su desmesurado egoísmo ¿Cómo hay libertad, si las decisiones las tomamos todos iguales, según nuestra evolución?
—Naturalmente. El santo que levita —dijo riendo el maestro—, o el hombre que ha adquirido nirbikalpa samadhi, claro es que no errará; él está en comunión con la Madre Divina, su mirada está en la eternidad aunque sus ojos estén abiertos al plano físico. Y el ciego cacique, presa de sus sentidos excitados, errará con más frecuencia. Pero todos tenemos un guía, ya encarnado, ya en el plano astral. El mundo no está en contra de nuestro avance, toda influencia negativa es igualada por la bendición de nuestros maestros espirituales; así, el cacique ciego, tiene la libertad de elegir la senda del esfuerzo o seguir dormido a la bella realidad de la vida: el amor. El maestro espiritual nos llena de la energía divina, de inspiración y valor para superar las pruebas, lo pidamos o no. Depende de la moderación y la disciplina de la mente, o sea, de la serenidad de que gocemos, qué tanto recibamos de sus bendiciones. Las oportunidades también nos son dadas, y la inspiración, para controlarnos, para tener un rato de silencio en el que nos llenemos de paz; así, se mantiene íntegro el libre albedrío.
Un robot de forma humana descendió rápidamente a nivel del ventanal e hizo el saludo acostumbrado por los autómatas del gobierno, analizó rápidamente los niveles de oxígeno, CO2, radiación y aberraciones etéreas —prueba usada para detectar el uso inadecuado de las fuerzas mentales, acto castigado desde la invasión de los magos negros del norte del continente—; analizó el rostro de cada estudiante y del maestro, y partió a la atmósfera con la rapidez de un cuete. El maestro, sin reflejar molestia alguna, continuó su larga respuesta.
—Les decía, que los maestros espirituales nos dan la fuerza y la inspiración para rendir las pruebas. El que pasemos o no la prueba, cabe dentro del plan divino; cada quien elige la ruta en el mapa invisible sobre el que son guiados nuestros pasos, ese mapa es el plan divino. Tanto es verdad que cada quien construye su destino, como es verdad que no se mueve una hoja si no es la voluntad del Padre. Puede decirse que el camino ya está escrito; a mí me gusta pensar que Él lo va escribiendo, con gran adelanto, claro, según las decisiones tomadas y las pruebas vencidas; según le dictemos.
—La voluntad de Dios es nuestra dicha y nuestra libertad, y así, que sea por nuestro solo deseo amarlo. Vamos paso a paso en la rueda de las encarnaciones, y una vida tras otra nos hacemos ingenieros, piratas, gobernantes, médicos, abogados, guerreros, comerciantes, ascetas; nos amamos a nosotros mismos, amamos a nuestros hermanos; fijamos metas ambiciosas o pequeñas, deseamos la dicha, la riqueza, el poder, el reconocimiento, la grandeza; deseamos también ser el más humilde de los humildes, el que más logra con su meditación, el más grande para dar ayuda, el que más renuncia de los renunciantes. Hasta que un día salimos del letargo y nos damos cuenta de que lo grande que hay en nosotros es Dios, que sin su fuerza no podríamos levantarnos de la cama. Cada hombre voltea a ver al cielo un día, y por la dulce paciencia y la infinita bondad del Padre, entiende que las incontables encarnaciones han tenido y tendrán un solo fin: acercarse a Él —e hizo un breve silencio—. Amando. Eso es la evolución: la capacidad de amar, amar a nuestros hermanos como nos amamos a nosotros mismos; ese mensaje del Mesías a su amada humanidad.
Después de una pausa, en la que contemplaron la lluvia que empezaba a llenar de brillos la arboleda, el maestro sirvió café a todos, y por fin, continuó el tema de la clase. El aroma de la tierra mojada llenaba los corazones de tranquilidad.
—El tiempo vuela y el tema de hoy es clínico, así que comencemos. Mencione alguien un buen ejemplo de enfermedad puramente kármica, por favor.
Pasaron los milisegundos necesarios para que los impulsos del nervio auditivo de la alumna más vivaz tocaran la corteza de su lóbulo temporal y naciera allí una sinfonía de señales eléctricas que viajaran como explosiones de corriente que se dispersa en relámpagos dorados que van, se buscan, se encuentran y desaparecen y renacen en explosiones más bellas que estallan y se multiplican como en el horizonte de una ciudad de circunvoluciones que por la noche deja ver su plexo de luz, relámpagos que viajan del área de Wernicke a la de Broca, a la región de la corteza motora en la que luego nacieron los potenciales que moverían el diafragma, las cuerdas vocales y la boca para darle esa dulce entonación femenina a las palabras:
—El síndrome de pulso encadenado paroxístico, maestro —dijo la pequeña Ethel.
—El síndrome de pulso encadenado sí es puramente kármico, pero no es un buen ejemplo porque es la excepción que haya influencia planetaria. Otro ejemplo —invitó el maestro a contestar. En esta ocasión fue Inocencio Syme el que alzó la mano.
—La esclerosis múltiple, maestro.
—Buen ejemplo, pero se ha terminado la clase muchachos. Los veo mañana.
El ventanal se oscureció al quedar sola el aula. |