La Rosa y el Raymundo
Después del almuerzo la Rosa grande se sienta en un gran sillón que colocó su Ray en el alero de su casa, allí dormita o hace alguna otra cosa, a veces teje algo para sus niñas o para si, otras simplemente se sienta a descansar esperando lleguen las hijas primero del colegio y luego su marido, obviamente el Emeterio viene corriendo tras las hermanas, sonríe de las ocurrencias de la Flor y del niño que son parecidos de carácter, a ratos regresa a los primeros años y la nostalgia le llama, hace sus cuentas de lo que le ha costado o costó adentrarse en la gente de esta parte y de lo que tuvo que batallar para hacerse respetar, si hasta su Ray le conoce la mano.
Las horas que luego de a veces almorzar pasa sola la Rosa grande, se le hacen largas, pareciera que el día no avanza, ¿Será que extraña a sus niñas que ayer jugaban revoloteando por la casa todo el día? Aún cuando su vida ha sido dura, su alma sigue alegre como de niña, mira a la Rosa chica y se ve retratada, es tan similar la niña a ella, una niña que sabe lo que quiere, seria y estudiosa, ¿Cuánto hubiese aprendido de haber habido escuelas allá en el sur o acá? Le gusta sentase cerca de la hija cuando hace sus tareas, a veces le pide le lea de sus libros, a pesar de ser tan poco saber leer y escribir, ella se siente orgullosa que sus hijas lo hayan logrado, en sus noches, a la luz de la vela o del chonchón coloca la cabeza en el pecho de Raymundo y le oye leer lo mismo que le leyó la hija, abraza el corazón amado y no es difícil que alguna lagrima silente caiga de sus ojos, su Raymundo lee y se mete en los libros, pelea con fuerza con el padre que metió a su hijo de crece años como puertero de la compuerta allá en Lota y que en los primeros días de trabajo murió aplastado por el derrumbe, palmotea y acaricia las ancas de los caballos que ciego salen de la mina a morir, vuelo por los aires lo mismo que el minero que lo obligaron a clavar en donde estaba lleno de grisú, ríe con cañuela, pero, hay ocasiones en que la Rosa llega saltar de miedo cuando lee algún periódico o papel dejado en algún lugar por el rojo aquel que busca el monsiú, le oye hablar de mejor vida, de vida mas humana y teme por él, pero, le admira por que sabe que no teme al francés y como va ser de otra manera si es el hombre del que se enamoró en su juventud temprana allá en las casas del fundo, ¿tantos años de eso? -se dice- estaba en las casas y de un día para otro se me comenzó a aparecer un huaso, y de ahí cada mañana aparecía a eso de las seis en los hornos para llevar las galletas, luego partía al campo, después de la diarrea del Rosendo, una tarde en la cancha de fútbol le vi. conversando con este, estaban los dos muy serios, ¿Y el Rosendo? No, no era mal hombre, se quiso pasar de listo conmigo y le salió el tiro por la culata, pero, nunca más me molestó y menos aún con la conversación de los dos hombres, nunca hubo rencor entre esos dos hombres, si hasta vino al casamiento el Rosendo y hoy son amigos y de cuando en cuando se ríen, caray que me costó poner atajo a los que quisieron enamorarme o hacer la del Rosendo y al Ray un día lo llamé y le dije “Oye huaso, no soy na tuyo pa que me andís cuidando”, mi Rey se rió y se fue, no dijo nada; el Rosendo se casó, tienen varios hijos con la Ángela que también trabajaba en las casas, si la Ángela anduvo por acá diciéndome que querían ser compadres con nosotros, la Ángela me dice…”cuando el Rosendo se porta algo mal, le digo, mira rotito, voy a ir a onde la comadre Rosa y le voy a pedir el remedio que te dio, ¿te acorday chendo?, estuviste una semana sentaito en la taza del water, así que pórtate mal no mas” y nos reímos mucho de eso. Con los sobrinos de la doña también me toco pelear, pero, a esos se las canté claritas en la mesa del almuerzo, me acuerdo como si fuera hoy… era un almuerzo de vacaciones de los sobrinos, andaban locos espiándome, si estaban en mi pieza o si iba al baño, a veces me seguían para todos lados, pedían se pasara algo que estaba en el piso, deben haberse alucinado con mis piernas, se secreteaban, se saboreaban así que antes que las cosas se pusieran coloradas en un almuerzo que estaba la misia y ellos solos en la mesa, le pedí permiso a la doña para hablar, -¿Qué ocurre, Rosa?- preguntó; “quiero decirle acá en presencia de los niños que no se hagan ilusiones con tomarme lo mismo que a otras chinas del fundo” si se colocaron todos coloraitos, ¿Cómo así? Dijo la patrona; “mire usted, si voy al baño, allá parten todos a tratar de abrir la puerta si no pueden miran por el ojo de la cerradura, si voy a mi pieza, de atrasito parten ellos, así que debo andar con la llave a la mano, me piden que les pase algo botado, todo lo quesea pa mirarme las piernas y los calzones, se que hay chinas jóvenes que han sido usadas por alguno de los niños, pero, no se equivoquen conmigo, puede ser que todos juntos me empeloten y abusen, ¿y después? Usted sabe misia que mas de algún huaso de por acá ha estado enfermo mas de una semana, de a carreritas pal baño, se que me van a meter presa si me hacen algo alguno de los señoriítos, señora, usted sabe que mi paire aún siendo como era, trabajaba bien, el me enseñó a capar animales, y los hombres son igualitos, se manear firme pa que los animales no se muevan, -Rosa se sonríe al recordar esa historia- los niños no sabían que decir, pensaron que la tía iba ha hacer callar a la Rosa, pero, no lo hizo, (sabía la doña que era mejor oírla y que la oyeran por que la niña Rosa no hablaba por hablar, sino por que haría lo que decía) luego cuando salí de la mesa, la doña cerró la puerta y habló un rato con los niños y de ahí nunca mas molestaron.
La brisa marina de la tarde le hace un poco bajar el calor del verano, dormita a ratos, en otros cierra los ojos y duerme allí, su sueño es tranquilo, a pesar de lo malo de la vida, su pasar es mas alegre que triste, no se equivocó con el Raymundo, y cuando ha hecho alguna lesura lo he puesto en derechito ligerito, es bastante diferente a los otros trabajadores de por acá, bebe menos, no es que no se emborrache pero, es a lo lejos, como es alegre hay varias mujeres que le echan el ojo, si creo que es verdad eso que el dice siempre, que “el poncho de lana debe ir siempre en la montura, por que siempre se sabe a que hora se sale, pero nunca onde va a dormir o que salga alguien y que el ponchito allí en el pastito servirá de cama”, si es cierto o no, poco me interesa –piensa- pero, que no lo vaya a pillar, jajaja, el sabe que no bromeo, como aquella vez en que al lindo se le ocurrió levantarme la mano.
El sábado era de tedio, sola daba vueltas por la casa, la Rosa dormía en su cuna de mimbre, Raymundo no había regresado del campo, se cansaba de esperar a su marido, suponía que se había pasado a algún lugar a tomar, hacía poco le habían pagado así que los empleados andaban con algo de dinero, el suficiente para comprar vino, y en aquella época, cuando el Ray tomaba, tomaba si hasta dijo alguna vez que se había medido, si hasta me enojé – se dice en sus meditaciones- es sábado hasta de noche se hizo, -recuerda-
Y llegó su marido, la bestia lo traía a tranco lento, como pudo se bajó de su montura, el caballo con sus belfos dio algunos resoplidos para avisar a la dueña de casa que llegaba el marido, a tropezones entró en la casa y se sentó a la mesa, y con voz al comienzo tierna, pidió a la Rosa le sirviese comida, “Rosi, Rosita, sírvame comida por favor”, la Rosa andaba mirando a la hija y no le respondió, solo lo hizo calla con la boca.
“Shist. Hombre la niña duerme”
“Rosi, tengo hambre”
“¿Y donde tomaste no te dieron de comer?
“No tomé mucho Rosa, quiero comer”
“No a nada Rey, no hice almuerzo”
Más molesto el hombre comenzó a hablar con enojo, y llamando a la mujer le grita que quiere comida, ya.
Sonríe la Rosa allí en su sillón, su mente regresa al instante aquel, “regresé y le dije que no había almuerzo y que no había comida” y este bendito se enojó, se paró y levantando la mano me dio una cachetada en la cara, -recuerda- me dio tanta rabia, y también pena, si me acordé de toitas las veces que mi padre le pegó a mi mamá, -la mente de Rosa quedó parada ahí en ese segundo- algunas lágrimas cayeron de mis ojos, -las que aún le saben a sal amarga- y este se sentó y me dijo: “prepáreme algo pa comer, soy su marido y debe obedecerme”
Respiré profundo, recuerda, y me fui a la cocina, en un dos por tres se encendió la leña, coloque la olla con agua y aliñé, unas papas, arroz, un lomo de gallina que había y se comenzó a cocer, en su asiento, sus ojos se llenan de nubes tristes, me quedé sentada al lado del fuego, y cuando estuvo listo, serví un plato y se lo llevé a la mesa.
“Hummmmmmm”, dijo Raymundo y lentamente cucharada tras cucharada tragó, cuando terminó, la Rosa le llevó una taza con agua de cedrón...
Terminado de comer, el Rey, se fue a la cama y se tiró sin desvestirse, algo habló pero, no se le entendía nada, lavé el plato y la taza y me quedé rumiando rabia en la cocina. Se comenzó a dormir, era tal la rabia –recuerda- que salí al campo, tomé el hacha pequeña, subí el monte y en la mata de espino me detuve, corté una rama de unos 5 centímetros de grueso, la limpié y bajé, - ahora sonríe para si- esperé a que estuviese bien dormido, de guatita dormía la mona y la comida, levanté el bastón y le di, con fuerza le di, en ese instante se me regresaron todas las peleas de mi padre, el primero le llegó en las piernas, así no se iba parar, dos platos mas le di y ya, me fui ara afuera de la casa con el bastó en la mano por si iba donde mi. Trató de pararse el Rey, gritó, maldijo a toda mi parentela, me amenazó con las penas del infierno, pero, el primer golpe no lo dejó caminar, debe haber querido pararse por que cuando lo fui a ver estaba en el suelo durmiendo y quejándose, a la mañanita, agarré a mi niña, le corté el cogote a un gallito y me fui donde la comadre Luisa, allí pase casi todo el día, llegué de tarde con la hija en brazos, el lindo estaba en la mesa ¿Dónde andabas Rosa? Preguntó con calmita, “me dejaste cojo” Siiii, le dije, luego deje la niña en la cama y regresé, me senté frente a él y le hablé.
“Mire señor, usted será mi marido, y yo su mujer, pero, ¿Quién le dijo que podía levantarme la mano? Tu trabajai en el campo día a día, yo, paso el día entero entre la quinta y la casa, lavo cada día los pañales de la hija, que es tuya y mía”
“Rey, tu sabís cuanto sufrí por las palizas que mi padre nos dio a mi madre y a mi, y también sabís que un día le di a él y que fue la ultima vez que golpeó a mi Carmencita que Dios la tenga en su reino, y alguna vez te dije que nunca iba a permitir que nadie me levante la mano, y aunque seas mi marido, no te da derecho a golpearme, ¿Estamos?
Perdona Rosa, pero estaba borracho, me dejaste cojo, me duele.
Está bien, a mi también me duele, no solo la cara sino el alma, el corazón, me hiciste acordar lo que quería alguna vez olvidar. Ah, y no te voy hacer nada mas, si hasta te iba a dejar sin almuerzo toita la semana, pero, como e disculpaste no lo haré, pero, cuídate huaso, que no te vuelva a ocurrir.
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