“intentare no ser tan cursi”, era lo que él pensaba una y otra vez mientras se acercaba a la casa de ella que se había convertido en esa noche en el destino final, para confrontarse con un posible rechazo, esa frase se convirtió en su mantra mientras, se aferraba a la idea de nunca haber la invitado a salir, porque para él no era un simple café, era un salto fe monumental.
La cuestión era que esa tarde más bien calurosa, al sol del mediodía cuando pareciere que el infierno se posara en la ciudad, ella se veía tranquila y serena con esos ojos profundos con los que sabía mirarte, con esa voz arrulladora capaz de amansar a la bestia más salvaje y al hombre más iracundo, dos pequeñas gotas perladas, de sudor adornaban su frente cual gemas y con inocencia de niña le dijo; “sabes me gustaría tomarme algo no importa si es caliente, tu sabes que yo deliro por el café” , en ese momento el vio esa aparición esa señal del destino que le indico que podría tener una mísera oportunidad, así sea para fracasar pero la tendría, y casi sin pensarlo la invito, como si su ángel de la guarda hubiera tomado partido por él y habiéndole arrebatado el don del habla, hubiera canalizado su deseo más fervoroso venciendo su miedo tomando la vocería por él.
Pero cuando este tomo conciencia de que esa era su única oportunidad, no tuvo más remedio que armarse de valor y acercarse a la puerta a tocar, cosa la cual no hubo necesidad porque ella estaba en el umbral de la puerta recostada al marco, con una sonrisa que le calaba en el hondo de su pensamiento mostrando su hermoso rostro decorado por una hilera de blancos dientes, al acercarse ella con cierta picardía le dijo; “pensé que no llegarías estabas demorando mucho” el sintió que el cuerpo perdía peso se sentía en estado de ingravidez, y la tomo por la mano y con voz lenta y parsimoniosa le dijo; “vamos entonces” ella rio y el sintió que el destino le había favorecido.