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La ventana

Mientras llovía sin piedad sobre la zona colonial de la ciudad, don Moisés observaba desde su habitación la ventana de su vecina, que permanecía cerrada desde el día en que empezaron las primeras ráfagas del temporal.

Luego de enviudar, había alquilado un cuarto del frente, en aquella pensión, y desde que la vio por primera vez siguió con interés las actividades de la vecina, de quién, a fuerza de observarla todo el dia, había aprendido -o deducía- en qué empleaba cada minuto dentro de su casa. Sí, era consciente de cuándo se levantaba, veía televisión, almorzaba o recibía sus visitas.

A sus 82 años no identificaba por cuál motivo estaba obsesionado con aquella mujer que ignoraba nunca lo había visto e ignoraba de su existencia. ¿Sería por protección, deseo de amistad o amor? Sólo sabía que desde que llegó allí, por causa de su admiración secreta había aprendido de memoria cada uno de sus movimientos.

La llegada intempestiva de la lluvia de esos días había impedido que siguiera espiando sus pasos pues la vecina se mantenía encerrada en el interior de la vivienda sin dar muestra de vida.

Después de dos días con sus noches, el agua cesó y con las primeras luces del alba, don Moisés se situó en su lugar de observación donde escuchó el ruido que producía la apertura de la vetusta ventana.

Vio como la rolliza mujer de pelo cano, vestida aún con su bata de dormir, extendía sus brazos para abrir completamente las hojas de la ventana sobre la pared exterior. Entonces sus miradas se encontraron y una sonrisa de complicidad flotó en el ambiente.

Ella levantó su mano mientras dejaba escapar de sus labios, tímidamente, unos “buenos días” que don Moisés reciprocó con una amplia sonrisa.

En lo alto, el sol comenzó a brillar con renovado esplendor como señal de que los días grises habían llegado a su final.

Alberto Vásquez.

Texto agregado el 25-08-2014, y leído por 242 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
25-08-2014 Sensible. Y una ilusión que se niega a morir. Felicitaciones. esclavo_moderno
25-08-2014 Un niño mira la máquina despachadora de dulces con tristeza, no puede probarlos porque no tiene monedas, y esta es una rutina que se repite cada mañana. Así encuentro a este hombre en los últimos tramos de su vida, sin poder alcanzar el amor que todavía late en él, pero un día la mirada es correspondida y la caricia de los buenos días le da la moneda que necesitaba.*****Simplemente bello. Raramuri
25-08-2014 Un hermoso texto que habla de una etapa dificil de la vida; pero donde aún late el amor con un ritmo que sorprende. !Muy bueno! Abrazos. NINI
25-08-2014 Hermoso! Carmen-Valdes
25-08-2014 el amor no tiene rdad*************** yosoyasi2
25-08-2014 Buen relato.UN ABRAZO. GAFER
 
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