Días hay que nos llenan con su neutralidad, mejor dicho, incitan a nuestra neutralidad a hacerse presente con una paradójica fuerza incontenible. Ni nuestras más preciadas pasiones, ni nuestros tesoros ni pasatiempos pueden salvarnos de lo que experimentamos en los precisos momentos que somos víctimas de ella. También podemos decir que es preferible una pesada neutralidad a un día totalmente colérico, porque, si bien podemos pasar días con esta sensación de dejadez y vacío, de falta de juicio y desplomaste aburrimiento, no podemos soportar nuestra propia existencia después de unas cuantas horas de furia y mal humor. También es evidente que después de mucho tiempo en ese medio monótono, en esos grises a los cuales no estamos acostumbrados, procederá la infaltable sensación del sentirnos casi muertos, de la histeria y la ansiedad, ¿ansiedad de qué? Justamente, ansiedad de que ocurra algo, de vernos aún más desdichados o al menos un poco más vivaces.
Ciertas tristezas se encajan en el estómago y ahí se retuercen, se pegan en los pulmones y nos roban el aire, son esas tristezas que se dejan ver en las pupilas, esas mismas que nos acompañan hasta el entierro.
Escuchamos decir ante un acto de violencia y horror la palabra inhumano, sin embargo, la violencia y el odio son tan naturales en el hombre como la bondad, la nobleza y las buenas acciones. Deberían terminar de convencerse (quien aún no lo hace) que el ser humano es tanto un ser digno de admiración como una mísera y vil criatura sedienta de maldad.
Tal vez escribir reflexiones y aforismos sembrados de ocio y dejadez pueda producir más liberación y satisfacción que extensas y minuciosas grandes obras; no obstante, para muchos resultara al contrario.
Es inevitable cuestionarnos en donde se hallaran hoy aquellos que antes sostuvieron nuestras manos, aquellos que nos estimaron y no nos abandonaron en las malas jornadas, esos que estaban y ya no están; sin embargo y aunque difícil sea, sería justo también plantearnos ¿dónde nos hallábamos nosotros en su momento?
Nada peor que nos feliciten y nos den créditos por un logro del cual hemos quedado insatisfecho.
Intento leer y no puedo, me aturden los sonidos de un televisor que no cesa de chillar en todo el día, (con gusto me marcharía, lo sé) pero mi economía no me lo permite desde hace mucho tiempo. Me someto a una tortura benevolente, una tortura que ignora ser tortura. Luego, me siento y espero en la oscuridad que muera el sonido y que llegue el silencio, para poder reposar angustiosamente con el libro en la mano y esperar al fin el sueño. Esta rutina en casa compartida se vuelve un tormento (literalmente) y entre mi agotamiento, mi cólera y aburrimiento deseo que pronto se acabe esta noche, para amanecer de una vez aún más cansado, con la mirada ojerosa y el rostro curtido. A consecuencia, probablemente mañana sea uno de esos días, esos que mi persona irrita a terceros por el solo hecho de no responder con sonrisas ni festejos, uno de esos largos días difíciles de transitar.
Todo el tiempo clasificamos nuestro amor, lo subdividimos. Diferenciamos claramente nuestros afectos. Por ejemplo, el amor hacia a los padres con el que otorgamos a nuestros amigos, el amor de pareja y el amor entre hermanos, el amor hacia los animales y hasta hacia las cosas, a la naturaleza o a un Dios.
Desgraciadamente hemos perdido el amor fundamental (perdido si es que alguna vez existió), y es el que engloba todos los sentimientos benévolos y de conservación. Es el amor del ser humano hacia la especie humana.
Frio, cansancio, desgana, aburrimiento y el presentimiento de vivir hoy la copia del día de ayer. Interesante coctel para empezar el día.
La vida comienza a cansarnos y fastidiarnos cuando ya no nos conformamos solo con existir.
No sé si atribuirlo al sueño o a la falta de interés, pero desde que desperté, estoy con los codos sobre la mesa, haciendo absolutamente nada, y pretendo llevar este estado hasta el cansancio.
Le debemos respeto a la naturaleza, mucho más que a nuestros semejantes. El planeta es nuestro hogar, y quien atente contra su existencia debería ser juzgado como el criminal que es.
Indiscutiblemente la suma de carencias también nos forma y completa.
Cuando no solo tenemos que lidiar con las miserias de la sociedad, si no, también con las del cuerpo, podemos oficialmente considerarnos desdichados.
Antes por vos hubiese dado la vida, ahora, apenas si recuerdo tu voz, tus manos, tus faltas y menosprecios. Hasta qué punto las cosas cambian, uno cambia.
La televisión Argentina fomenta la estupidez humana, claro que hay contenidos dignos de ser vistos y personas con verdadero talento en el ambiente, lamentablemente, esas condiciones la cumple solo la minoría. Expongan a los televidentes un puñado de mujeres de plástico de ropas despojadas y tendrán a más de medio país idiotizado frente a la pantalla.
Escribir aforismos es avanzar a pasos de tortuga, pasos bellos sin embargo. No los creamos tal vez, con la fluidez con la cual podríamos desenvolvernos en cualquier otro género literario.
(Quizás si exista quien pueda) en mi caso, pocos son los pensamientos y reflexiones que valen la pena ser escritos cada día.
Me gustan las palabras en tinta y papel, no obstante, elijo la maquina a la hora de crear. ¿Por qué?, simple, me repugna mi propia letra.
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