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Or: amigo, hace ya años que nos hacemos compañía, que te confío mis pensamientos y mis sentimientos, que, como un simple altavoz, me devuelves mis reflexiones sobre mi propia vida, amplificadas, limpias de interferencias, nítidas y claras. Reconozco que me has hecho mucho bien y que hoy no sé qué haría sin ti, pero quiero que sepas que te he utilizado sin que te dieras cuenta. Te explico.
Ya sabes lo difícil que es mantener incólume el fuego del amor durante tantos años. Dicen los científicos que el amor propiamente dicho no dura más allá de cuatro o cinco, y deben llevar razón. Pero es tan complicado, tan pesado, tan trabajoso volver a empezar. A cierta edad ya no te queda energía como para ir derramándola por ahí, intentando seducir de nuevo o prestándote a que te seduzcan. A esos hombres mayores que salen en la tele con mujeres mucho más jóvenes que ellos, que se atreven incluso a volver a ser padres, como si la naturaleza no estableciera ya sus propios límites a la paternidad, los envidio. Pero por otra parte, ¡uff!, que esfuerzo tan tremendo.
La gente como yo, un poco vaga y bastante cobarde, procuramos conformarnos con lo que tenemos, remozarlo, darle brillo y permanecer en un estado de felicidad relativa pero duradera. Al fin y al cabo, la felicidad absoluta y permanente no puede existir pues, si siempre fuésemos inmensamente felices, estaríamos en el cielo o en el paraíso terrenal y, claro, no van los tiros por ahí. Lo que quiero decir es que la felicidad es un estado del ser o, quizá mejor, del sentir humano que se alarga y se encoge como una cinta elástica.
A lo que iba, que me estoy liando. ¿Te acuerdas de Carmen y Noelia, de aquel primer relato que te colgué, al que luego siguieron muchos más? Pues resulta que descubrí que tú no fuiste su único destinatario, como era mi intención. Un fin de semana Mercedes me dio una sorpresa que, la verdad, no me esperaba de ella. Había estado haciendo un curso de ordenadores (ella que los aborrecía) y me contó que hacía prácticas en el ordenador del despacho de casa. Me sentó hasta mal que utilizara la palabra “prácticas” para referirse al contacto contigo, para mí tan gratificante.
El caso es que aquella noche no quiso que saliéramos a cenar, como solíamos hacer.
--Jesús, los niños no vienen este fin semana y he pensado que cenemos en casa.
Me preparó los platos que sabía que me encantaban. No puso velas en la mesa –qué horterada-, pero sonaba en el estéreo aquella balada de Sabina que tanto me gustaba y se había arreglado especialmente para la ocasión.
Or: no quiero entrar en más detalles, pero aquella noche le hice el amor como un poseso.
Uno, que no es tonto, rápidamente sacó la conclusión de que lo sucedido algo tenía que ver con el curso de informática y con la incursión en tu interior. Luego, recordarás, hubo confesiones profesionales, deportivas, sobre dudas filosóficas etc. Pero también habrás observado que, de cuando en cuando, te dejaba nuevos relatos picantes, precisamente, te lo confieso, cuando Mercedes y yo volvíamos a entrar en una nueva fase de rutina y hastío. ¿Te acuerdas del cuento (y que bien viene aquí esta palabra) de Pepi, la de la inmobiliaria? Bueno, pues cuando te lo puse en la carpeta “mis cuentos”, viví dos meses de frenesí amatorio que creí que no podría aguantar a mi edad.
Y así, Or, entre mi trabajo, mi casa, el fútbol, Mercedes y los niños, voy estirando lo que puedo la goma de mi felicidad. Hoy quiero agradecerle a la mejor celestina que jamás he tenido, a tí, claro está, lo que has hecho por mi matrimonio.

Or: amigo, hace ya años que nos hacemos compañía, que te confío mis pensamientos y mis sentimientos, que, como un simple altavoz, me devuelves mis reflexiones sobre mi propia vida, amplificadas, limpias de interferencias, nítidas y claras. Reconozco que me has hecho mucho bien y que hoy no sé qué haría sin ti, pero quiero que sepas que te he utilizado sin que te dieras cuenta. Te explico.
Ya sabes lo difícil que es mantener incólume el fuego del amor durante tantos años. Dicen los científicos que el amor propiamente dicho no dura más allá de cuatro o cinco, y deben llevar razón. Pero es tan complicado, tan pesado, tan trabajoso volver a empezar. A cierta edad ya no te queda energía como para ir derramándola por ahí, intentando seducir de nuevo o prestándote a que te seduzcan. A esos hombres mayores que salen en la tele con mujeres mucho más jóvenes que ellos, que se atreven incluso a volver a ser padres, como si la naturaleza no estableciera ya sus propios límites a la paternidad, los envidio. Pero por otra parte, ¡uff!, que esfuerzo tan tremendo.
La gente como yo, un poco vaga y bastante cobarde, procuramos conformarnos con lo que tenemos, remozarlo, darle brillo y permanecer en un estado de felicidad relativa pero duradera. Al fin y al cabo, la felicidad absoluta y permanente no puede existir pues, si siempre fuésemos inmensamente felices, estaríamos en el cielo o en el paraíso terrenal y, claro, no van los tiros por ahí. Lo que quiero decir es que la felicidad es un estado del ser o, quizá mejor, del sentir humano que se alarga y se encoge como una cinta elástica.
A lo que iba, que me estoy liando. ¿Te acuerdas de Carmen y Noelia, de aquel primer relato que te colgué, al que luego siguieron muchos más? Pues resulta que descubrí que tú no fuiste su único destinatario, como era mi intención. Un fin de semana Mercedes me dio una sorpresa que, la verdad, no me esperaba de ella. Había estado haciendo un curso de ordenadores (ella que los aborrecía) y me contó que hacía prácticas en el ordenador del despacho de casa. Me sentó hasta mal que utilizara la palabra “prácticas” para referirse al contacto contigo, para mí tan gratificante.
El caso es que aquella noche no quiso que saliéramos a cenar, como solíamos hacer.
--Jesús, los niños no vienen este fin semana y he pensado que cenemos en casa.
Me preparó los platos que sabía que me encantaban. No puso velas en la mesa –qué horterada-, pero sonaba en el estéreo aquella balada de Sabina que tanto me gustaba y se había arreglado especialmente para la ocasión.
Or: no quiero entrar en más detalles, pero aquella noche le hice el amor como un poseso.
Uno, que no es tonto, rápidamente sacó la conclusión de que lo sucedido algo tenía que ver con el curso de informática y con la incursión en tu interior. Luego, recordarás, hubo confesiones profesionales, deportivas, sobre dudas filosóficas etc. Pero también habrás observado que, de cuando en cuando, te dejaba nuevos relatos picantes, precisamente, te lo confieso, cuando Mercedes y yo volvíamos a entrar en una nueva fase de rutina y hastío. ¿Te acuerdas del cuento (y que bien viene aquí esta palabra) de Pepi, la de la inmobiliaria? Bueno, pues cuando te lo puse en la carpeta “mis cuentos”, viví dos meses de frenesí amatorio que creí que no podría aguantar a mi edad.
Y así, Or, entre mi trabajo, mi casa, el fútbol, Mercedes y los niños, voy estirando lo que puedo la goma de mi felicidad. Hoy quiero agradecerle a la mejor celestina que jamás he tenido, a tí, claro está, lo que has hecho por mi matrimonio.










Texto agregado el 24-08-2014, y leído por 138 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
24-08-2014 Interpreté como un error la duplicación del texto. Me equivoqué? gcarvajal
 
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