En el quinto peldaño de una preciosa escalera barroca se encuentra de pie un esperanzado y sonriente hombre. Con la mirada fija en la puerta de entrada y con sus nerviosas manos ocultas en los bolsillos de la maravillosa tela que da forma a su suave y cómodo pantalón, el elegante mantiene una firme posición. Viste un fino esmoquin que resalta sutilmente todas las facciones de su juvenil rostro, especialmente las realzadas por la sonrisa petrificada y llena de optimismo que hay en su semblante.
El muchacho no se encuentra solo; está acompañado por un gran número de cercanos, quienes, distribuidos uniformemente por el vestíbulo de la enorme casa, dejan libre un gran espacio que va desde la puerta de entrada hasta los pies de la escalera, espacio cubierto por una refinada alfombra decorada con un atractivo diseño.
Entre los invitados de este claro festejo, se mantienen vivas y aparentemente alegres conversaciones que de vez en cuando se ven interrumpidas por miradas dirigidas al de la escalera, miradas que buscan respuesta a una incipiente demora en lo que estaba cuidadosamente programado.
Claramente algo importante está por acontecer, y es el conocimiento de aquel esperado suceso lo que a todos mantiene expectantes.
Para el hombre que se mantiene de pie y que no ha cambiado nada de su posición, el tiempo simplemente no ha avanzado, y tal sensación mantiene llena de vida su esperanza. Mas, para los invitados, que mantienen a flote sus conversaciones discutiendo la petrificada postura del elegante y la razón de aquella inmovilidad, el tiempo se ha hecho bastante eterno.
Cada parte está absorta en su propia situación, cada parte está en su propia frecuencia; pero aquella separación entre el hombre y los invitados se quiebra en menos de un segundo cuando la puerta del vestíbulo se abre de par en par y con gran fragor.
El bien vestido joven pierde su sonrisa y saca las manos de sus bolsillos. Los invitados callan y al unísono giran sus cabezas. En la puerta una preciosa mujer, en un deslumbrante y larguísimo vestido más blanco que las limpias paredes de la casa, aparece para acabar con la impaciencia que en todos se acrecentaba. Poniéndose cada uno de los invitados de pie, y clavando la mirada en esta muchacha, comienzan a reinar buenos ánimos en el ambiente. Era a la novia a quien todos aguardaban con tanto afán.
Recuperando su sincera sonrisa, el hombre baja tiernamente a los pies de la escalera para encontrarse con su prometida. Todos los asistentes aplauden y lanzan gritos de alegría ante tan conmovedor cuadro. El enamorado, un joven que hace un par de años había superado una epilepsia que se manifestaba en fuertes accesos, ahora estaba pronto a unirse eternamente a la tranquilidad de la felicidad. Y aquella joven, quien durante 8 años había sido la fiel compañera del enfermo, ahora tenía horribles noticias por comunicar.
Cesó la ovación a solicitud de la novia y ésta caminó mirando al suelo y con paso pausado en dirección al sonriente muchacho. Al llegar a él, y sin dirigirle la mirada, con una mano tomó su cabeza y con la otra lo abrazó. Acercó sus suaves labios al oído que tantos "te amo" había escuchado, para susurrar lentamente, con un aire tibio y quebrado, las más crueles palabras que aquel personaje jamás, ni en sus más viles pensamientos, habría imaginado.
Hubo una pausa que cada personaje sintió distintamente. Todo se congeló, todo quedó sin movimiento alguno. La escena del susurro parecía extenderse más de lo que realmente tomó. Fue eterna para algunos, fue muy breve para otros. Alcanzaron unos pocos a preguntar al aire qué estaba pasando, mientras otros no alcanzaron a generar un solo pensamiento al ser sorprendidos con aquella situación.
Finalmente, todo comenzó a avanzar, parecía que la sangre les hubiera vuelto a correr por las venas, y al momento de concluirse la entrega del mensaje, los mismos invitados observaron atónitos cómo el pobre hombre se desvanecía en silencio a los pies de la escalera, como si hubieran disparado un revolver en su cabeza, mientras la de blanco, con paso acelerado y tomando su vestido, dejaba un silencio sepulcral al abandonar apresuradamente las inmediaciones de aquel funeral. |