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La noche nos cobijo en aquel lugar lejano, ya habíamos pasado el día sucios por el barro y compartido frente a los caseros unas largas jornadas de mate y cartas. Ese momento llego, después de una cena que dejaba un tinto a la mitad y una tira de asado que se mezclaba con el sabor de unas papas cocidas por la brasa del carbón. Solo recibí un guiño, una simple mirada acompañado de una dulce voz, que me decía vamos. Caminamos entre el rocío de la noche, mientras nuestros pies se humedecían por el largo del pasto. La noche nos iluminaba el camino, ese que no se podía repetir cerca de nuestras casas, en la noche de la ciudad. Seguimos la luz de la luna, hasta llegar a la galería de nuestra cabaña, mientras desde adentro el rugir de la madera consumiéndose por el fuego emitía un calor que nos cobijaría en la noche. Buscamos un poco mas de abrigo, un vaso de vino para cada uno y corrimos hacia el lugar señalado. Tiramos una manta, arriba de una colchoneta improvisada y nuestras manos se entrelazaron en respuesta a tal hermosa y apabullante noche. Nos sentimos ahogados por tanta belleza y ahí salió el alma, nuestros cuerpos fueron uno y mirando hacia arriba admiramos constelaciones, estrellas fugaces, peleábamos por pedir los deseos que muchas veces compartíamos y de nuestra boca salieron los secretos mejor guardados. Nos desnudamos con el otro y simplemente disfrutamos del silencio de la naturaleza, del tacto de nuestra piel, que nos acercaba cada vez más. Como si en el azar nos encontráramos fuera de un cuento de hadas donde cada personaje o más bien la suma de los personajes hacen uno. Las diferencias que tenemos entre nosotros quedaron nulas, generando una coincidencia pocas veces vista. Cada rasgo de nuestros pensamientos acentuaba que éramos mas que solo dos personas, y en este caso la teoría matemática hacia cumplir su presagio, eramos mucho más que dos. Esa sinergia se ve marcada con el correr de los minutos, de la charla y de los silencios que esa noche fue nuestro único testigo. Las estrellas solo hacían embellecer ese instante y darnos el calor suficiente para poder estar cada vez más cerca, ir conociéndose cada vez más y alejar pequeñas dudas que quedaron más en la mente de algún escritor malvado de lo que realmente nuestros cuerpos y nuestras mentes sintieron.
La noche seguía su curso, las estrellas parecían inmutables aunque en mi alma podía ver ese guiño de la luna que me hacia abrazarla aun con más fuerza, que como si fuera algo inexplicable, hacia que ella sintiera mi alma a través de nuestra ropa. Las palabras hacían eco en aquella maravillosa noche, los pájaros no tan ajenos a la situación, curioseaban nuestro momento desde lo más alto de algún eucalipto que terminaba por cerrar el escenario de ese momento. Desde atrás, mas allá del alambrado, una vaca junto con su ternero no paraban de regocijarse de lo que estaban observando y le decían al gallo que aguante hasta el amanecer para no alterar la música de esa noche o más bien para celebrar ese nuevo día que nos encontraría juntos.
Nuestros labios se entrelazaron una vez más y vos me susurraste al oído….es hora. Nos levantamos como si esas palabras simples y sin significado alguno, era la señal para seguir nuestra noche en otro lugar. No tan lejano, no tan ajeno, pero sobre todo seguir con la misma pasión, con la misma sintonía y acobijados por el calor del hogar. Tener nuestro momento de entregarnos nuestras almas y nuestros cuerpos, sabiendo que allá afuera, el escenario de la naturaleza daba su aprobación y embelesaba aun mas ese instante de felicidad plena.


Dedicado a Giselle.....

Texto agregado el 23-08-2014, y leído por 148 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
24-08-2014 Un cuento muy hermoso! Plagado de imágenes bellas. *****Saludos. romie
 
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