La dulce venganza
Hoy mi buen amigo AlexandroCasals, tuvo la deferencia de escribirme unos renglones explicándome que está sumamente ocupado y por ese motivo no pudo recibirme ayer, cuando fui a solicitarle consejo para ejecutar una venganza. Hoy la venganza me parece una nimiedad, porque me doy cuenta que no puedo obligar a una mina que me ame. Me encojo de hombros y me digo que “peor para ella, que no sabe lo que se pierde”.
Tengo mucha curiosidad por saber más de la vida de Alexandro. Siempre fue algo misterioso para mí. Y ahora me sorprende diciendo que estuvo por dos años de vacaciones en un lujoso Hotel de Guantánamo. Yo ni sabía que Guantánamo era una localidad turística. Siempre creí que era una isla que los yanquis le habían afanado o arrendado a Cuba y que mantenían prisioneros de guerra. Pero se ve que estoy muy atrasado en noticias y ahora me la paso suspirando por no tener plata para ir por algunos días a esa maravillosa isla y estirarme cual lagarto al sol, bebiendo jugo de coco, debajo de una palmera. Quiero creer que algún día se me dará. No puedo tener tan poca suerte.
Si yo pudiera hacer negocios como Alexandro, tener ideas lucrativas, asociarme con caballeros como el Sr. Mohamed ( a quien yo creía filipino), pero nada. Tampoco puedo conquistar a una buena señora, a quien amaría aunque fuese fea, siempre que tuviera plata.
¿No tendrá alguna hermana mi amigo Alexandro? Creo que iré a darme una vuelta por la mansión de la Av. Del Libertador y me haré el encontradizo para tratar de ver al Sr. Mohamed. Podría ser que resulte ser un buen amigo.
A la décima pasada por la puerta del palacete vi que salía justamente, el bueno de Mohamed. Con su cara inescrutable me saludó.
—Día bueno para usted —me dijo
—Igualmente, don Mohamed. Por casualidad ¿estará disponible mi amigo Alexandro? Pasaba por acá y como tengo que viajar a Colombia, se me ocurrió avisarle, por si tenía algún encargo.
Se le iluminó la cara al turco y tomándome suavemente del brazo me invitó a entrar al Malva, que como siempre estaba vacío. Mientras caminábamos lentamente entre cuadros y esculturas me comentó como al pasar.
—Ser parece que pensamiento leerme Ud. Gran vergüenza darme pedirle favor inmenso…
—Diga no más, don Mohamed que los socios de mi amigo son amigos para mí también.
—Traer tendría un paquetito que familiar me enviar. Son unas esmeraldas, de mi abuela herencia y yo ir no puedo. Pasajes pagaré con gusto mucho y algo más también.
—Hablando se entiende la gente, don Mohamed. Cuente conmigo.
Era mi día de suerte. Ya empezaba a meterme en el mundo de los negocios.
Algo me hizo recordar a Federico Nietzsche
Hubo dioses que querían la desgracia,
Otros que preservaban de la desgracia y otros
Que consolaban a los desgraciados
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