Las madrugadas de verano en estas regiones sureñas suelen tener en común los bochornos de noches calurosas y atosigantes que hacen del sueño una hazaña menor. Entre las brasas declinantes que figuran las almohadas y el colchón, suelo revolcarme levemente cuando algunos ruidos y sonidos preludian el advenimiento de los primeros rayos: Las últimas chinacas aletean ruidosas despues de su festín de pulpa en uno de los rincones altos de la sala; las cucarachas que presurosas trisquean algún desperdicio, el monótono picar de un cuchillo en la madera de la vecina frutera madrugadora. Pero son los trinos el signo de alerta último de que la vigilia nos acecha: Zinzontes, gorriones, pijijis, zanates, torcasas y demás inauguran el día con su concierto desordenado y heterogéneo. Y así se sucedía hasta esa naciente madrugada que se pasmó ante el acorde conocido y a la vez insólito: Un maullido gatuno armonioso y discreto surcando el espacio apenas iluminado. Claro que en un principio lo atribuí a mi oido amodorrado y poco alerta, pero su tono inconfundible en sucesivos amaneceres me produjo un extraño goce y curiosidad.
En repetidas ocasiones, apenas lo escuchaba, salía apresuradamente al estrecho corredor tratando de pillar al singular maullador, pero lo tupido de algunas ramas y la celeridad del gato de los aires frustraban mis empeños.
Cierta ocasión, el azar y un posible retraso en su ruta me lo ofrecieron de manera fortuita. La mañana era ya lograda, el azul aún tímido; en un claro apenas suficiente entre las ramas de una palmera y un huele de noche, su trazo fugaz retó las deficiencias de mi memoria: El pájaro gato vuela en pareja, su color es de un oscuro discreto, cabeza y pico medianos, de su cuerpo ligeramente alargado penden alas proporcionadas y una cola levemente alargada y abanicada, parecida a la de la urraca, pero sin tanto alarde y suntuosidad. El trino maullador, en rápidas sucesiones, corto, perturbador; tal vez por su condición migratoria se ausenta al final del verano.
Los amaneceres se suceden rutinarios, y en uno de ellos, creyendo escucharlo, comprendí que lo extraordinario radica en lo efímero. |