Ya antes me había visitado el Ángel de la Muerte pero no me tocó, ésta vez lo quiero tacar yo, y es que cuando se establece contacto con uno de ellos, éste transmite su energía, es el único tipo de energía que el organismo no puede resistir, es como un rayo que pulveriza todo, la esencia se desprende del cuerpo, absorbe lo vital, la vida toda, luego no queda más que un cascajo en el sepulcro, el cuerpo físico y también la personalidad humana, es esa personalidad la que se convierte en fantasma, no quiero eso, no quiero deambular noche tras noche sin saber dónde ir, sin tener conciencia de lo que soy o de lo que fui; mucho menos sin ser notado por los que aún no se han marchado, quiero desaparecer de este mundo en un instante y no desvanecerme poco a poco en el tiempo, quiero que mi lápida no mienta al leerse “Aquí Mauric descasa en paz.”
La otra dimensión me espera, la eternidad me espera. Cruzaré Aqueronte quizás, o la inmensidad del gran océano de la vida donde existe un palacio funeral y tiene su morada uno de los genios principales de la muerte; su rostro es como el de una doncella inefable, y su cuerpo como el de un varón terrible, usa un cuerpo hermafrodita; bajo su dirección trabajan millares de Ángeles de la Muerte; en su biblioteca existen millares de volúmenes donde están escritos los nombres y datos kármicos de todos aquellos que deben morir, cada cual a su día y a su hora, de acuerdo con la ley del destino. La ciencia de la muerte es terriblemente divina.
Ya me tocó mi hora, no hay nadie a mi alrededor, pero ¿Quién llora?,
¿Es usted querido lector?

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