Una Mujer Llamada Ernesto
(A.L.)

Porque esa brillante mañana de 1910 no sólo fue un miércoles movido de noviembre; no sólo se dio el arribo de inmigrantes europeos, asiáticos, judíos militantes y rusos. Ese día, Ernesto, quien compartió ideologías, censuras partidarias, clandestinidad y olvidos, dejaba de vivir en las sombras de su secreto. Estaba lejos de imaginar el destino bizarro que le aguardaba en este país del extremo austral de América del Sur. Leyendo sus cartas y comentarios publicados por La Gaceta, pude apreciar el carácter díscolo e intransigente que lo distinguía de la gran mayoría de escritores que semana a semana publicaban sus aportes en La Gaceta. En esta apreciación sintética, que para nada pretende se elogiosa; debo reconocer que los escritos de Ernesto, develaban, punzantes como una espada de doble filo, el doble perfil de su propósito; a saber: el ideológico y el de género. Este último aspecto cobra mayor relevancia, si se tiene en cuenta que ha pesar de llamarse Ernesto, todo lo publicado había sido escrito por una mujer. Elías valoraba ese potente desdoblamiento cultural y psicológico. Para él develaba, el doble muro de censuras al que debería enfrentarse, como periodista y poeta, desde entonces. Elías, a su manera, la “celebraba”; los comisarios culturales del entorno, verdaderos legitimadores de lo discursivamente aceptable por entonces, salvo alguna digna excepción, acabarían relegando su obra, por sus “desviaciones formalistas y burguesas”. Entonces, de nuevo encontraría Ernesto, en su lejana genealogía la fuerza de su rebeldía, declarando: “Allá, en los orígenes de una aldea de Rumania llamada Tatarbunar (pueblo de tártaros) busco alguna explicación de mi propio ser”. “Aunque los sucesores de esos belicosos tártaros fueran después pobres campesinos judíos, algún parentesco debían tener: su espíritu indomable y levantisco.” Es hora, aquí, de revelar su nombre: Casiodora Wash.

Esa voz indómita, influyó a la de otros tantos periodistas, poetas y escritores de su generación. Elías, nos dice al respecto: Casiodora forma parte hoy del podio excepcional de poetas y escritoras argentinas de mayor influencia ideológica, cultural y de género en su generación y en las postreras generaciones. Una verdadera misión de reparación ejercida desde el anonimato, dirigida al mismísimo corazón del dominante machismo intelectual porteño.” Ante esta ausencia irreparable, y en este punto, tal vez resulte apropiado, desde la perspectiva de nuestro momento histórico, replantear la revisión, no de su obra en tanto escritura femenina, sino hacer inclinar el interés hacia un lugar que, sin obviar la cuestión genérica, la trascienda; hablo de su estilo de vida: valiente, dúctil, sabio y potente. Porque si bien, tratándose de una mujer inmigrante, ella representa ese costado herido de una gran parte de la literatura de todos los tiempos. Es el marco biográfico el que resulta gravitante, y asombroso. Porque lo cierto, lo real y trascendente es que ni ella ni ninguna otra escritora, por el hecho de ser mujer, se acerca a la literatura por generación espontánea, sino a través del bagaje de sus propias lecturas y, por ende, de modelos retóricos determinados. Sin embargo, además de todo ese bagaje, debemos añadir que Casiodora Wash, enriqueció su obra con el ingrediente potente de la adaptación darwiniana. Quizá, también, como una forma de reivindicar el lugar que la propia Casiodora Wash reclamaba para sí con inusual lucidez: “En mi obra sigo [...] a la forma verbal como centro de la creación. Todo lo que yo creía objeto de mi estado de angustia, de mis estados psíquicos, tienen entonces su razón de ser en las reglas mismas del pensar”.