De un tiempo a esta parte, me parece que estoy preso del tema que me pone, para mis adentros, a hurgar en mis antepasados. Y no es casual, ya que no existe alguien a quién pueda abordar en búsqueda de datos, ni hay documentación escrita o fotográfica. Además, con los ancianos que me tocó compartir en mi niñez fueron muy herméticos y quizás, ya andaban por el trayecto que en algún momento nos niebla la consciencia. Cierto es que no había alcanzado a remontar los diez años, cuando todos ya habían emprendido el viaje sin retorno. Sin embargo, poseo pequeños dispositivos que me permiten, con sólo cavilar un poco, reconstruir historias que con la magia de la extrapolación, coquetean con lo que pudo haber sido la realidad. Aúnque lo más importante es que cuento con el gusanillo de la inquietud. Así, que dentro de éllo, se inscribe lo siguiente:
En mi pueblo todavía hay descendientes de una familia de origen libanés que llegó a amasar una inmensa fortuna comercializando los frutos cultivados por nuestros campesinos. Ellos les ofrecían sumas ridículas por el arroz, cacao, café y otros productos menores, que con maquinarias y usando al hombre de pueblo por centavitos quincenales, los procesaban para luego venderlos en las grandes ciudades y en el extranjero. Dentro de sus grandes despulpadoras habían braceros que eran verdaderos artistas haciendo parir la tierra, pero que no disponían de terrenos para poner en práctica su sabiduría. Mi bisabuelo fue uno de ellos. Y un sábado el encargado de 'pagarle', le dijo: "Don Leoncio, coja las tierras que sobran atrás de las factorías, haga un rancho dentro de ellas, siembre lo que le parezca, coma de ahí y el resto, en una relación veinte a ochenta, es nuestro". Se cuenta que Don Leoncio no pudo darse el lujo de pensarlo, y como Dios le ayudó armó una casita y de inmediato comenzó con el desmonte.
Por supuesto, que lo de 'coma de ahí', fue un fiasco. Porque el viejo tenía que preparar el terreno: desmonte, arado, abono, siembra, limpieza constante y esperar. Y esperar sin comer. Entonces, tuvo que regresar donde el libanés y plantearle la situación. ¡ Bueno, señor, yo creí que Ud. era sorbente!. --De haberlo sido, Diego, no me meto en éste lío.-- ¡ En ese caso, le prestaremos para que nos pague con su veinte por ciento de la cosecha!.
El bisabuelo no tenía opciones. Convino en que así sería, con la suerte de que el movimiento climatológico estuvo de su parte y en tres meses y medio maduró la primera cosecha en una plantación de ciclo corto: el maíz. Ellos lo cortaron, lo desgranaron, lo empacaron y lo pesaron en una romana con pesas modificadas a su conveniencia y, por supuesto, el porcentaje de mi bisabuelo en kilos no cubrió la déuda.
Ese inicio deficitario no fue corregido nunca. ¡Es más! con el tiempo empeoró, porque ambos(mi bisabuelo y bisabuela) les fue menester, para garantizar el alimento diario, añadir al trabajo del conuco, la crianza de aves de corral. Asunto que fue mal visto por los libaneses, exigiéndoles la inclusión de ese renglón también en la división. Imposible para mi sería precisar que tiempo transcurrió para que mi padre decidiera, adjunto de mi madre conmigo a rastras, unirse al hogar de los bisabuelos con la intención de colaborarlos; mi madre con los quehaceres domésticos, yo cómo acompañante del viejo en el surco y sirviéndole de enlace con la cocina y mi padre con un aporte que suplía los alimentos que no se conseguían en el fundo. Pero la cosa no resultó, ya que los señores dueños vieron en la incursión de ésa familia joven y en crecimiento, un punto de torsión peligroso, a largo y corto plazo, en contra de su propiedad.
Y conforme a eso y sin pérdida de tiempo, procedieron. Aduciendo(éllos) que la capacidad física del bisabuelo estaba en declive; que las plantaciones lejos de podarlas, las destrozaba porque, dizque, estaba en camino al cristalino de sus ojos una catarata y, además, la familia advenediza de tres miembros, había pasado a cinco, poniendo así sus ganancias muy cuesta abajo y muchas otras cosas.........por tanto, a los bisabuelos les pidieron el conuco. Con órden de desalojo y fecha de vencimiento incluída. Pero ¡ éso sí ! les ofrecieron,'cómo ayuda', enviar una brigada para desmantelar la vivienda y un camión para transportar la madera al lugar que escogieran los viejos. Y dentro de su 'generosidad' incluyeron también llevar en el asiento del Mack a mis antepasados cómo parte de la carga. Y así se hizo: junto a los carcomidos listones, vigas, tijerillas, tablas, hojas de zinc, puertas y ventanas; fueron éllos desmontados en el patio de la casa de mi abuela, al otro lado del pueblo.
Y cómo una especie de protección legal, prometieron jubilar al bisabuelo con tres pesos cada sábado, mientras viviera. ¡Claro que el viejo se negó! Pero su doña que tenía que batallar con la compra de víveres cada día, argumentó que de algo servirían. ¡Peor hubiese sido nada!. Y llegado el primer fin de samana los fue a buscar. Siguió haciéndolo hasta que un día le dijeron que tres pesos era mucho; que lo bajarían a dos. Luego fue a uno....y por último a cincuenta centavos. Y conste que antes de la entrega de esa humillante limosna, había una pregunta automática: --¿El viejo está vivo todavía?--
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