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Me siento abrumado, lo que he soñado me tiene sin dormir desde hace varias horas. El sueño, cargado de imágenes, se presentaba confuso y extraño, recuerdo que…

“Hallábame caminando por un frío y húmedo bosque. Arboles enmohecidos y algunos tumbados sobre el suelo entorpecían mi paso. La luz de la tarde se filtraba a través de la espesa cortina del follaje con una mezcla de colores entre verdes y azules profundos. No muy lejos, un sombrío manto parecía tenderse, evitando una clara visión del resto del bosque. Lo que aportaba a la imagen cierto aspecto lúgubre. Entonces, ante la incertidumbre, de lo que podría hallarse más adelante, detuve mi camino. En ese instante comencé a sentir un fuerte olor a tierra húmeda. Más de lo que hasta ese momento parecía natural, debido al suelo mojado que pisaba. Pero este olor, este nuevo olor que se metía por mis fosas nasales produciendo cierto ardor en mi nariz, comenzaba a inquietarme. Por ello, seguí mi marcha. Internándome, cada vez más, hasta adentrarme por completo en de aquel manto de niebla, del que ya les he hablado. Caminaba con cierto recelo, el manto a cada paso, daba la sensación de ser impenetrable. No podía divisar siquiera lo que se hallaba a una cuarta de mí. Sin embargo, si bajaba la mirada hacia mis pies, podía ver claramente el lecho verde sobre el cual caminaba. Esto, aún en el sueño, me resultaba extraño. Ocurría lo mismo si desviaba mis ojos hacia el cielo, aunque sumamente oscuro, podía ver el salpicado de estrellas que se esparcían en el firmamento. Seguí adelante, pensando que podría salir de aquella extraña bruma si avanzaba un poco más. Así fue. Pero, al salir de la bruma, me interné sin darme cuenta en un mundo más raro aún. Aparecí, de pronto, delante de una aldea, digo delante pues, me hallaba sobre un promontorio de tierra en donde se abría un camino que cruzando por sobre un puente, daba paso a la pequeña aldea de casas bajas con techos de paja y caminos de piedra que la bella luna iluminaba con su fuerte fulgor. Seguí adelante, crucé el viejo puente sobre el torrentoso arroyo y entré en la aldea. Aunque de algunas chimeneas ubicadas sobre el techo de las viviendas podía ver salir una sutil columna de humo. Parecía, sin embargo, no haber nadie. Al menos, nadie acudió a mi llamado. Aunque, primero golpeé a la puerta más cercana que tenía su hogar encendido y luego llamé desde el centro de la angosta calle, realmente casi grité esperando que alguien acudiera a mi llamado. Más nadie vino. Seguí caminando por esa calle. Al final de ella me topé con un cerro lo bastante alto como para atajar casi por completo la luz de esa luna llena. Pese a ello, pude divisar la entrada de una gruta. Me arrimé cauteloso. Fue entonces, cuando escuché el largo y ahogado lamento. Me quedé helado. Provenía del centro de la gruta. Agudicé mi oído, era inconfundiblemente un alarido humano. Desgarrante y lastimero, al punto de erizárseme la piel. Sin embargo, no sé por qué diablos continuaba adentrándome, más y más. De súbito, una sombra se atravesó a mi paso. Fue tan fugaz, que no puedo describirla puntualmente, sólo sé que su paso me produjo escalofríos. La primera intención fue salir corriendo de allí. Pero no pude hacerlo, la visión de una nueva imagen volvió a paralizarme. Esta vez, se trataba de un niño. Del oscuro, andrajoso y tétrico fantasma de un niño. Me quedé atónito.
De pronto, mientras lo observaba mirándome, pero inmóvil casi desde el fondo de la gruta, un aire de hielo nuevamente comenzó a envolverme. En ese instante la fantasmagórica imagen comenzó a acercárseme lentamente arrastrando sus pies sobre el suelo polvoriento. Al llegar a mí, horrorizado pude contemplar que no tenía ojos, desde sus cuencas vacías brotaba un líquido viscoso. En aquel momento, extendió sus manos hasta tocarme. Creí, realmente que moriría. Todo mi cuerpo temblaba como una hoja al viento. Jamás experimenté tanto terror. A pesar del temor que sentía, pude, sin embargo, captar la fuerte desolación que su imagen revelaba, tal sentimiento penetró en mí hasta lo más profundo. Entonces, un fuerte olor frío y húmedo impregnó el lugar y el fantasma del niño me habló, voz sonó como un eco de ultratumba, suplicante y desesperado…

-¡Ayúdame!...Por favor, Ayúdame…

Luego se apagó, junto con su fantasma, inmediatamente, todo quedó en silencio.

Después de aquello. La gruta adquirió una tenue luminosidad y el fuerte olor húmedo y frío también desapareció. Al salir de allí, pude ver que en la aldea se hallaban algunas personas. Apresuré mi paso para tratar de hablar con ellas. Suponía que alguien, al menos, podría decirme algo sobre el niño de la gruta. Pero al acercarme, sucedió algo imprevisto. Las personas de espaldas a mí, hablaban y reían entre sí, sin oírme. Me acerqué más, y tomé con mi mano el brazo de una de ellas. Para mi asombro el anciano al cual había tomado por el brazo, giró hacia mí pero no tenía rostro. Recuerdo que yo ante la impresión, daba un salto hacia atrás. En ese momento todas las personas voltearon hacia mí sin rostros, y sus carcajadas resonaron en mis oídos, traté de correr y caí. Entonces, envuelto en esa desesperación desperté”…

Bueno, ya es de día, la luz de la mañana ilumina pobremente. La habitación se encuentra en penumbras. Voy a dejar de lado este mal sueño. Ya no quiero seguir pensando en él.
Me levanto, abro las cortinas y un fuerte grito sale de mí…

Atónito, descubro a través del ventanal la inconfundible imagen de la aldea.

Fin

Texto agregado el 13-08-2014, y leído por 179 visitantes. (0 votos)


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