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I

Volví a casa de mi padre después de su inesperado deceso, regresé al pequeño pueblo en el que crecí. Las causas de su muerte fueron un misterio.

Mi padre trabajaba en la industria minera, era dueño de una empresa extractora de cobre y plata, prosperó rápidamente debido a su estricta disciplina laboral y logró hacerse de una flotilla de trabajadores.

Su éxito fue en aumento, así como su temperamento, la gente decía que su carácter era sumamente explosivo, comentaban acerca de la explotación laboral que infringía sobre sus trabajadores; todo era cierto.

Fui testigo del maltrato físico y profesional que tuvo con ellos, quiero decir en mi defensa que era muy niño para hacer algo.

Hubo un triste incidente del que mi progenitor fue desgraciadamente protagonista, la pobre seguridad laboral que mi padre ofrecía en el trabajo, combinadas con el descuido de algún trabajador, provocó una explosión de gas dentro de las minas, murió mucha gente (trece o quince, no recuerdo bien, disculpen), los demás quedaron heridos o intoxicados. Eran treinta y tres trabajadores los que estaban en esa mina.

El rescate de los cuerpos fue penoso, muchos quedaron irreconocibles, miembros corporales chamuscados y restos físicos estaban esparcidos en el interior, de algunos solo se rescataron las botas mineras. Una tragedia en la que mi padre a base de sobornos y jugosas indemnizaciones para las viudas y familias de los trabajadores, no pisó la cárcel.

Pero eso no lo eximió del escarmiento social, la gente lo señalaba en las calles, lo observaban con repugnancia, más de una vez lo quisieron agredir físicamente. Se ganó la antipatía de todos los habitantes del pueblo.

El negocio de mi padre cerró por circunstancias más que obvias, decidió autoexiliarse en su lujoso domicilio; una casa inmensa que se separaba de las demás humildes del área, una reja electrificada mantenía a raya a cualquier persona que quisiera tomarse justicia por sus propias manos; quería esperar que las aguas retomaran su nivel. Es en este punto en donde las cosas se tornaron obscuras.

Telefonee a mi padre días después del incidente, lo escuché tranquilo e inexpresivo como es, le pregunté si deseaba que lo acompañara hasta que todo mejorase. Como me esperaba, rechazó tajantemente mi oferta.

Siempre traté de estar pendiente de cualquier cosa que necesitara, una semana después de la última llamada que le realizara, sentí prudente telefonearle de nuevo; jamás atendió.

A la mañana siguiente me enteré de su muerte, titulares de periódico esparcían la noticia. Un infarto fulminante apago su existir, me sentí abrumado y extrañado de la causa de su fallecimiento, mi papá siempre gozó de excelente salud, jamás fumó y nunca abusó del alcohol o de algún tipo de droga.

Cuando hice el reconocimiento del cadáver, los médicos me dijeron que habían encontrado a mi padre en un rincón de la casa, sus extremidades estaban demasiado rígidas, y en su rostro se dibujaba una expresión de pánico, sus ojos parecían saltar de sus cavidades.

Determinaron que la muerte de mi padre fue a las tres de la madrugada aproximadamente, a primeras horas de un miércoles. Nadie acudió a su funeral, solo mí enlutada figura le hizo compañía.

Las autoridades locales cerraron su investigación dando como resolución que la muerte de mi procreador fue por un ataque al corazón. Se descartó cualquier línea de homicidio… pese a mi insistencia.

II

He decidido pasar unos días en casa de mi padre, las propiedades intestadas de él y los trámites de defunción han sido engorrosos, me han tomado tiempo y no pensaba en regresar hasta arreglar los pendientes.

Una noche de Marzo, regresaba totalmente molido y cansado de visitar abogados y tribunales, la cama de mi antiguo cuarto me recibía para mi descanso, caí rendido sobre la calidez de mi colchón, los parpados me pesaban fuertemente, me envolví en un profundo sueño.

III

Tres golpes secos en la puerta de entrada rompieron mi descanso. Me levanté de golpe volteando a ver el reloj digital que yacía sobre la repisa de noche -03:33- el frío de la madrugada se coló por la ventana, mi mente se contaminaba con las múltiples historias de fantasmas y filmes de terror que había visto acerca del tema.

No podía hacer nada más que echar un vistazo, ya no era un adolecente que podía cubrirse completamente con las sabanas esperando que la luz del día apareciera.

Me senté en la cama esperando que algo más ocurriera, la obscuridad se mezclaba con los latidos de mi corazón. Tres golpes más sobre la puerta me hicieron brincar de espanto.

Tomé mis pantalones que colgaban del aparato para hacer ejercicios de papá que jamás utilizó, intenté prender la luz de mi cuarto y el foco dio un chispazo, se fundía en el momento más inadecuado desde su compra.

Abrí el cajón de mi cómoda, de entre la ropa cuidadosamente doblada saqué mi pistola calibre 380, siempre la traía conmigo para defensa personal, tres balas se encontraban en el cargador de la misma. Nunca la había utilizado en contra de alguien, pero de ser este el momento, estaba listo.

Al poner un pie fuera de mi cuarto, dirigí mi mirada hacía la puerta de entrada, solo tenía que atravesar la amplia sala-comedor de la casa para llegar a ella. Intente prender la luz de la sala. Nada. Los bombillos se reventaban por dentro. Qué remedio.

Dirigí mis pasos hacía la puerta de entrada, mientras levantaba mi voz preguntando por el autor de tan inesperada visita (no recibí respuesta). Advertí a la distancia la sombra de un par de pies parados detrás de la puerta de madera, la única luz funcional era la exterior que alumbra la entrada principal.

En el camino para conocer la identidad de mi invitado, reparé en el reloj de péndulo que adorna la sala, la hora seguía marcando las -III:XXXIII- dato curioso era que el segundero seguía en marcha.

Tres golpes más se escucharon cuando me encontraba cerca de la puerta, como impulso y reflejo de mi miedo, levanté el cañón de mi arma y apunté hacia la entrada, volví a preguntar por la identidad de mi morador nocturno. El silencio fue mi respuesta.

Estaba ya muy nervioso, mi pulso me traicionaba y podía ver como el punto de mira de mi pistola temblaba, la sudoración sobre los pliegues de mi mano mojaban la empuñadura.

Advertí a mi visitante estar armado, seguía viendo la sombra de sus pies detrás de la puerta, no se movía, parecía no importarle que estuviera apuntándole desde el otro lado.

Me movía con sigilo, mis pasos parecían los de un gato acechando a su presa. No bajaba el cañón titiritante de mi calibre 380.

Detuve mi andar justo detrás de la entrada, tomé el pomo de la puerta con una mano, mientras que con la otra seguía en guardia, la giré hasta que tronó el seguro de la cerradura, estaba abierta, hacía falta solo abrirla de par en par.

Me preparaba mentalmente, me alentaba para abrirla con un “a la cuenta de tres”

…una (tomé aire profundamente)

…dos (lo solté suavemente por la boca)

…tres…

Abrí la puerta esperando encontrar algo horrendo, una visión de alarido.

Lo que yacía frente a mí, sobre el tapete de entrada, eran un par de ensangrentadas botas viejas de minero.

Texto agregado el 12-08-2014, y leído por 114 visitantes. (0 votos)


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