CAPÍTUO XIII-DOLOR Y XIV-ARCOIRIS Y FE (FINAL) DEL CUENTO ENTRE LA PIEDRA Y EL ARCOIRIS.
XIII-DOLOR
El miedo potenciando las percepciones las lleva hasta el límite de lo natural y se encuentran de pronto frente a la maldad que parece irreal pero que tiene rostro. Pesadillas naciendo de la tierra arrogándose el papel de retoños de plantas posesas. Tierra con fauces de averno y saliva de lodo, hambrienta, devoradora insaciable. Cielo despojado de todo brillo lanzando esputos de sangre empujados por un soplo protervo en imitación perversa del viento. La naturaleza con sus sonidos saqueados ha transfigurado su belleza en burlonas carcajadas de hiena.
Demasiados adjetivos para un delirio, suficientes para una alucinación que horada la mente y distorsionada imagina una realidad horrenda.
Allí está el cuerpo lívido presa del terror invocado por el miedo más íntimo.
Ese miedo tan íntimo, tan propio que el inconsciente tiene en reserva para accionar los mecanismos de defensa que evitan al ser humano verse aplastado por la realidad amenazante, dejó a la consciencia como cáscara de naranja vuelta al revés, mostrando sus gajos chupados, exprimidos hasta la última gota de jugo, expuestos en una desnudez difícil de asimilar y de proteger. Ahora sucumbían en el profundo abismo de la duda insoportablemente ubicua, despojados ya de su identidad, irreconocibles para ellos mismos. ¿A caso eran otros?
Despertaron para darse cuenta de que la realidad era peor que la pesadilla, la transgresión de la carne estuvo precedida por la transgresión de la mente y sintieron las heridas provocadas por una guerra ajena que cubrió de luto los corazones, que antes fueron de niño, ahora son de anciano en cuerpos tan jóvenes…
La calle está regada de escombros y cuerpos aferrados todavía a rifles de palo y machetes, en una suerte de carrera armamentista para solventar una guerra surrealista.
Agustín corre a parapetarse tras un poste de concreto que se despostilla luego de la ráfaga que le escupe el fusil y se aferra a la cámara con la que ha querido documentar el acontecimiento. Pero en algún momento, los ojos del soldado la perciben como un arma, y lo es, en el sentido de que los disparos del obturador pueden ser más certeros y letales que un proyectil, las imágenes de la matanza pueden causar más bajas. Pero aunque el soldado no vive al tanto de tales cosas porque está entrenado sólo para obedecer y no para pensar, ve en el aparato fotográfico una amenaza tangible y vuelve a disparar. Ésta vez el proyectil da en el pie que asoma detrás del poste y el cuerpo de Agustín rueda al suelo, la cámara se hace pedazos al golpear bruscamente contra el pavimento. Con el intenso dolor encima, hace por regresar arrastrándose al precario reducto, pero antes de lograrlo, la lluvia de balas, más nutrida, le alcanza el pecho que se abre, dejando en ese acto, libre a su corazón que ahora se muestra al mundo como una hermosa flor escarlata.
Angélica sube al auto para dirigirse a la universidad. Antes, coloca en el asiento trasero las carpetas con los trabajos de los alumnos que estuvo calificando anoche hasta muy tarde. Mientras enciende el motor y comienza a avanzar, piensa: “llevaré a Darío al cine, al fin que ya terminaron los exámenes y no creo que tenga mucha tarea pendiente”.
Sintoniza en la radio la estación de noticias y su rostro deja entrever una sonrisa sarcástica cuando el conductor, haciendo eco del optimismo gubernamental dice que, “gracias al valor del presidente, la guerra contra el crimen organizado claramente se está ganando”.
Gira el auto a la derecha después de pasar el semáforo, y mientras Angélica atiende al tránsito y al noticiero donde el conductor insiste en que “las cifras demuestran el éxito de ésta política”, el chirriar de llantas de vehículos frenando de improviso la sobresalta llenándola de esa aprehensión que necesariamente dejan las premoniciones. Frena ella también bruscamente porque pasa corriendo frente a su auto un sujeto robusto cargando un arma. Voltea por inercia en sentido opuesto al corredor y de un vehículo oficial bajan tres hombres de uniforme que presurosos y sin mediar palabra, ni medir el riesgo, disparan al sujeto que se aleja. Aquel devuelve el fuego y en ese traqueteo atronador, Angélica duda de lo que debe hacer…, es un instante de milésimas de segundo en que el tiempo se detiene para Angélica, sólo para ella, que le alcanza para pensar en sus hijos y en el esposo antes amado, y en todos los momentos de dicha que disfrutó junto a ellos. …Después… no tiene necesidad de tomar ninguna decisión… Ya la han tomado otros por ella.
La cabeza da un latigazo y Angélica golpea el volante tan fuerte que el claxon se queda encendido emitiendo un aullido prolongado y lastimero, comienza a escurrir gota a gota, desde su cabeza y a través del brazo derecho inerte, un hilo de sangre que va tiñendo el asiento de un rojo que el sol hace brillar como si fuera diamantina.
Como parte de los festejos al santo patrono, El párroco de la iglesia les ha pedido a varios feligreses que permitan a sus hijos ayudarle en los preparativos. Con gusto Doña Mari le propone a José que colabore.
Al niño no le gusta mucho la idea de meterse tanto tiempo en la iglesia, pues ya sabemos que prefiere los espacios abiertos, sin embargo acepta.
_Total, nada más es por hoy_ piensa para sí sin decirlo.
Toda la mañana la han pasado acomodando bancas, limpiando nichos de santos y vírgenes, sacando flores, lavando sillas, cargando mesas, llevando velas y veladoras.
Es un poco tarde y algunos muchachos ya se han ido. José, más cansado que de costumbre, con los cachetes enrojecidos pero sin perder la bonhomía, entra al privado del sacerdote Marcial para despedirse y, éste, con gesto de exagerado agradecimiento, pide a José que cierre la puerta y se acerque hasta donde él se encuentra sentado. José tiene la ingenuidad del niño que no ha vivido las vicisitudes de la pobreza, aunque sabemos que la pobreza siempre ha estado con él, y atiende al llamado del sacerdote sin imaginar jamás que aquella persona que habla de Dios todos los días pueda guardar malicia en sus intenciones.
El padre Marcial toma del hombro a José y lo acerca hacia sí en un abrazo que se prolonga y hace pensar que va más allá del agradecimiento por la colaboración. El muchacho comienza a sentirse incómodo pero evita el rechazo por el temor que impone la presencia de este personaje como la autoridad de su iglesia.
Y llegaron las palabras al oído envueltas en labia empalagosa, Marcial le habló sobre la pureza angelical de los cuerpos desnudos de los niños, y de la obediencia que los menores le deben a los adultos y…, mientras la miel escurría del hocico del lobo (Francisco de Asís no tendría motivos para creer que este lobo es hermano de nadie), las caricias que comenzaron tomando el hombro de José, recorrieron las manos, la cara, las piernas.
En este punto, José intentó zafarse y salir corriendo, pero la mano fuerte y el jalón enérgico del sacerdote lo regresaron. Entonces, perdiendo por completo la máscara de pastor, sin pudor ni escrúpulos, infringió en el pequeño un daño físico indecible y uno moral imperdonable.
José no pudo gritar porque la enorme mano arrugada del viejo sacerdote le oprimía la boca, pero cuando lo soltó después del acto atroz, vino la advertencia con el veneno infalible, “si dices, Dios te castigará, “si cuentas, de todos modos nadie te va a creer”.
Salió José entre sollozos, con los ojos enrojecidos no por el llanto, sino por la impotencia. Ese día a José le arrancaron la niñez en un acto de maldad inconcebible, de personajes con vestimenta de beatitud pero que son demonios. Bestias que llevan la palabra de Dios en la boca y el alma corrompida. La más bella ave canora fue degollada de un solo tajo y arrojado su cuerpo a la oscura cueva de los peores miedos.
XIV-ARCOIRIS Y FE
La memoria lo asimilará como una pesadilla o lo grabará como la historia de otro. Lo cierto es que la experiencia vivida aflorará de alguna manera en la juventud y dejará una huella indeleble para cuando el adulto haya madurado. Pero después de todo, la vida es persistente y de manera subrepticia buscará resarcir los daños casi sin darnos cuenta.
Cada uno va saliendo de la bruma y la luz del día ilumina de nuevo su rostro, los ojos parecen emitir de nuevo esa chispa que la vida insufla al espíritu.
Razones, piensa Darío, razones, volvería a repetir, pensando en las palabras de Darío su padre cuando contempla la fotografía con el rostro sonriente de Angélica.
Impulsar el mundo, solidaridad con los otros, Jorge mira al horizonte y rueda una lágrima mientras un suspiro le arrima hasta su pecho esas palabras junto a la imagen de Agustín.
Chepo silba para él, primero suena triste, silba más fuerte y esta vez le imprime ritmo porque el oído fino, la sensibilidad, parecen regresar al ir recordando los alegres silbidos que aprendiera del querido padre.
Parece que dentro de cada uno está el espíritu reconstruyéndose desde lo básico. Han tomado la punta de un hilo que fue cortado, pero sólo un instante, nunca lo perdieron de vista y lo han vuelto a unir.
La llovizna lava el cielo jugueteando con los rayos del sol, en este marco mágico, el lienzo va tiñéndose con los matices de la vida, el pincel invisible del mejor artista delinea lo que será un arcoíris. Quizás sea la fe, sólo quizás la fe nos esté insinuando el preludio de un futuro menos azaroso.
FIN
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