Aunque a algunos pueda resultar increíble, la tía de Natalia había muerto con la lengua afuera. Todos hemos visto en las películas –y quizá también en la vida real– que hay personas que en algunas oportunidades mueren con los ojos abiertos. Parecería que miraran un punto fijo, hacia un futuro que no pestañea, que no titubea, que no desvía su vista ni un grado de lo que se propone. Hasta que finalmente una mano misericordiosa los cierra con cristiano respeto, tal vez para evitar los ojos de la muerte fijos en los propios.
La cuestión es que la tía de Natalia nos había dejado imprevistamente y su última acción –o reacción– fue burlarse de todos: médicos, familiares, curiosos.
Confieso que nunca había visto un cadáver, pero reconozco que el de la tía me llamó la atención. Su lengua, lívidamente rosácea, blanda y un tanto viscosa, emergía de su boca como la de una serpiente, come un pequeño obelisco de carne.
Natalia estaba tan sorprendida como yo.
–La vieja nunca ha sido de gastar bromas, dijo. En realidad nunca fue de gastar nada. Flor de tacaña era. ¿Si te digo que terminados los cumpleaños desinflaba los globos para volverlos a usar en el siguiente? Era terrible, por eso vivía sola y no tenía amistades.
También el médico de cabecera se extrañó por el órgano tan expuesto, que según pudimos escuchar era estadísticamente imposible. ¿Nadie tocó el cuerpo?, preguntó intrigado. Pero la verdad era que la vieja había decidido despedirse de su viaje terrenal con ese gesto postrero, esa mueca de reconvención quizá destinada a todos nosotros, tristes sobrevivientes.
En la cocina, Natalia comentó algo sobre la teoría de las lenguas muertas, refiriéndose a los idiomas que desaparecen por falta de uso, pero en el cuarto contiguo su tía nos presentaba una lengua muerta que, lejos de desaparecer, asomaba a la vida desde el mundo de los idos, en un claro ejercicio de resistencia.¿Tendrá esto un significado? ¿Será una señal para las civilizaciones venideras? Llegó el momento en que había que preparar el cuerpo de la tía para el velatorio. ¿Qué hacemos con eso?, preguntó la gente de la funeraria, sin poder contener la risa que la situación ofrecía. Uno de ellos blandía una pequeña sierra, pero dudamos que se atreviera a usarla sin el consentimiento familiar. Examinaron la lengua con curiosidad. Estaba muy limpia, no parecía haberse atragantado mientras comía; hubiesen quedado restos de alimento, migajas, salsas, comentó el doctor.
–La tía era una persona muy directa, sin pelos en la lengua, dijo Nati, y mientras terminaba la frase cayó en la cuenta de lo desafortunado de la figura. Quiero decir que no se guardaba nada, sacaba todo afuera, recalcó, y todos la miramos buscando un tono irónico en sus palabras. Natalia se ruborizó y evitó nuevos comentarios por unos minutos.
Al doctor le pareció momento apropiado para ahondar su perorata teórica sobre la lengua: –La musculatura de la lengua tiene una intrincada disposición de fibras y está en relación con la mandíbula y el cráneo. Sepan también que la lengua es usada por los animales para la fonación y por el hombre en el lenguaje hablado. Existe en ella una membrana mucosa que está cubierta de varios tipos de papilas, alguna de las cuales contienen los corpúsculos gustativos que hacen de la lengua el principal órgano del gusto.
–Me parece muy bien, doctor, pero ¿puede explicarnos cómo se llega a esta situación?
–Mire, Natalia, la punta de la lengua está libre y puede proyectarse fuera de la boca. Se utiliza para lamer. Y le pido perdón por la pregunta: ¿Sabe usted si su tía tenía algún tipo de vicio?
–¡Doctor!, Mi tía tenía 87 años, no cree usted que a esa edad…
–Usted comprenda que si bien la lengua se usa generalmente para mover el alimento de un lado al otro de la boca durante la masticación y para llevarlo hacia atrás e introducirlo en la faringe para su deglución, en algunas ocasiones la lengua tiene otras actividades, por ejemplo, es importante protagonista en ciertas prácticas amatorias.
–No puedo dar crédito a mis oídos, doctor. ¿Tiene real dimensión de lo que me está diciendo?
–Créame que si, Natalia, dijo el doctor con inocultable vergüenza. Yo trataba a su tía desde hace algunos años.

Telón violento