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VIVENCIAS DE JUVENTUD II
La vida entera de Miguel había empezado a cambiar desde hacía una semana. Aunque no había contado nada a sus amigos (ya se enterarían más adelante), aquella tarde de miércoles en que casualmente se encontró con Ana , había introducido una cuña en sus entrañas que, poco a poco y en tan poco tiempo, se iban abriendo a sensaciones , pensamientos y reacciones, incluso corporales, que nunca antes había experimentado.
Venía aquella tarde de hacerle un recado a su madre y vio a Ana que iba sola en la misma dirección por la carretera. Aceleró el paso hasta ponerse a su altura y la saludó.
La invitó a un café y comenzaron una charla en principio intranscendente, pero que, poco a poco, subió al nivel de los sentimientos humanos más profundos.
Ana que no era especialmente agraciada, cuando le hablaba del amor a él, se iba transformando en la mujer más bella del mundo. Los hoyuelos de sus mejillas irradiaban su alegría interior a sus ojos que se entornaban dejando ver apenas sus pupilas negras, cerrando su interior a los demás, pero dejando una pequeña abertura por la que él podía entrar en lo más profundo de su alma. Cuando para dar más énfasis a lo que le decía, inspiraba y se erguía acercándosele, tenía la sensación de que sus pechos, empujados por su corazón, querían rozar su piel para transmitirle a él lo que pensaba y sentía sin intermediarios, como si lo físico de aquella cercanía fuese la mejor manera de hacerle llegar sus ideas y sus sentimientos a través de las palabras que su boca y sus labios articulaban y que, al aproximarse a él, contribuían también a romper la penúltima barrera en la comunicación entre un hombre y una mujer.

Luis que todavía no sabía porque estaba estudiando medicina, contaba su última aventura en la feria de la capital . Aquella noche David y él habían ido a la Caseta Popular.
Las casetas por definición pertenecían a grupos de amigos, entidades e instituciones que montaban su particular espacio lúdico al que solo se accedía con la correspondiente invitación. Las autoridades municipales no podían dejar a tanta gente vagando por las calles del recinto ferial y dándole con la puerta en las narices cada vez que intentaban entrar a alguna caseta privada. “Que el pueblo tenga su propia caseta“. La idea del Alcalde hizo fortuna y la caseta popular pasó a ser naturalmente la más concurrida y a contar con las mejores actuaciones de la feria pagadas con el dinero público.
Deambulaban entre el gentío, cuando Luis vio a lo lejos a la chica que servía en su casa acompañada de otra joven a la que no conocía. La noche no había sido todo lo divertida y excitante que habían imaginado y Luis le dio con el codo a su amigo y se dirigió a saludar a María y su amiga.
--Buenas noches, María. ¿Qué haces por aquí?
--He venido a pasar esta noche en casa de mi prima Lola y hemos salido a dar una vuelta.
Siguieron las presentaciones de rigor y cuando se dieron cuenta estaban ya en medio de la pista de baile. Al iniciar el conjunto una bonita canción “lenta”, María ya rodeaba con sus brazos el cuello de Luis, y David con los suyos la cintura de Lola.
María, algunos años mayor que su “señorito”, se pegaba a él como una lapa, buscando un contacto largamente deseado y obstaculizado por el entorno de la casa en la que sus vidas se desenvolvían. Había habido entre ellos miradas reveladoras de su mutua atracción e incluso algunas conversaciones llenas de picardía, pero la casa y el lugar que cada uno ocupaba dentro de ella, sirvieron de muro de contención de aquella corriente que fluía entre los dos. María, con la delantera que le daba ser mujer y los años que le llevaba a Luis, le había visto hacerse hombre, había lavado sus calzoncillos y sus sábanas manchadas, e incluso se había turbado viendo a hurtadillas su cuerpo delgado en plena transformación; pero jamás se había atrevido a dar un paso adelante a pesar de las insinuaciones del adolescente.
Luis era un joven verdaderamente guapo, con una belleza casi de mujer. Cuando ya a sus amigos el tiempo les había esculpido los ángulos de la cara y la barba y los granos les hacía rasposa la piel, él conservaba la carita redonda y la piel suave del niño que fue. Sus piernas eran esbeltas y torneadas, sin pelos, y apenas dibujada la musculatura de los gemelos y de los muslos. Todo ello provocaba un sentimiento cuasi maternal en las mujeres –jóvenes o mayores– que él había sabido explotar hasta convertirle con David y Jesús en uno de los más ligones de la pandilla.
Aquella era su noche. La casualidad les había puesto frente a frente en aquella caseta popular, donde quedaban a un lado todas las convenciones que ellos no habían firmado pero respetaban. Allí, desapercibidos entre las parejas que bailaban, se habían despojado de todo lo que se interponía entre ellos . Solo quedaban un hombre joven y una mujer desinhibida.
--¿Vamos a dar un paseo por la playa?
Luis y los demás asintieron.
Más tarde las olas les cantaban la más bonita canción de amor y a Luis, cuando entreabrió los ojos, le pareció que la luna llena le hacía un guiño de complicidad.
¡Joder, David, que noche!
¡Joder!


Texto agregado el 10-08-2014, y leído por 108 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
10-08-2014 Maravilloso encuentro para ambos...! Me encantó!***** MujerDiosa
 
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