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Iniara Iniesta I

Había prometido a mi padre que obedecería. Y así lo hice. No fue fácil despegarme de mi hogar. Armé mis maletas con suma paciencia y cuidado, rogando que se arrepintiera de haberme dado en matrimonio con un hombre tan mayor.
De vez en cuando hacía alguna escena, como lloriqueando, pero él me dijo que era lo mejor. Que Don Humberto era viudo y que habiendo vivido ya con una mujer, sabría cómo tratarme. Que yo estaba en la edad ideal para contraer nupcias, que después de los dieciséis años las mujeres envejecen y sería más difícil encontrarme marido.
Aunque no conocía a Humberto me ilusionaba un poco la nueva etapa de vida que se abría ante mí y radicarme en España también tenía su encanto. Eso de casarme era algo novedoso, así que me entretuve con Matilda comprando telas y brocados para mi nuevo ajuar. Estábamos emocionadas las dos.
-Me gustaría que estuvieras en mi casamiento.
-No se preocupe mi niña, todo saldrá bien, y usted me escribirá cada detalle de la boda.
-No puedo.
-¿Por qué?
-¿Quién te va a leer las cartas?
-¡Su padre!
-¿Ves por qué no te puedo contar todo?
Y las dos reíamos alocadamente.
Matilda me cuidaba con su vida, y creo que nuestra relación se complementaba bien: Ella no tenía hijos y yo había perdido a mi madre.
Papá no es adusto, ni tampoco falto del don de la palabra, pero cuando se trata de ella, se emociona, y parece como si todos los recuerdos vinieran juntos. Me apoyo contra su pecho y su corazón late con fuerza. Todavía la ama. Tampoco quiero que desmejore o se me muera de tanto recordarla.
Sin conocerla la extraño. O no. Matilda suple todo eso: Es regordeta, morocha, con dientes muy blancos. Usa rodete, ropa oscura y un delantal blanco. Siempre huele a comida mi Matilda. Aún de grande me echo sobre su regazo. Ella me acaricia el pelo y me cuenta historias de su familia. Algunas son tristes, otras muy divertidas. Ella me hace soñar. Eulogia dice que de niña yo le llamaba mamá. Hasta que papá me escuchó y me dio tremenda paliza. Yo no me acuerdo, pero no me extrañaría que sea cierto.
A veces lloro en mi cuarto pensando que voy a abandonar esta estancia. Pienso en que voy a dejar solo a papá y eso me hace sentir culpable. Cuando no se junta con los “locos de la revolución” –como yo les llamo en secreto- se pone muy melancólico.
Le dije que quería llevar a Matilda conmigo, pero después recapacité y pensé que se quedaría solo, y nadie más que ella sabe lo que papá quiere. Él también deja que lo abrace y lo bese libremente. Algunas de mis amigas nunca tuvieron esa relación con sus padres. Pero él es cariñoso y amable. A veces sé que me mira largamente y eso me da felicidad. Me dice que me ama, que soy lo más importante en su vida. Sé que es cierto. Yo también te amo papá.
Quería que mi vestido de novia me lo hiciera Eulogia, pero papá insistió en que Don Humberto ya tenía todo organizado, así que no tuve más remedio que aceptar. Esto de ser mujer parece no traer buenas consecuencias.
El viernes fui a ver al cura párroco. Me dio instrucciones de cómo ser una esposa y madre devota, una ferviente cristiana. La mitad de las cosas no sé si las voy a lograr. Por las dudas rezo con Matilda el rosario de las seis. Espero que la Virgen y Santa Rita me ayuden. Y es que mis rezos más de una vez son de la boca para afuera. Me quedo pensando en mi vida de casada y eso me distrae.
Quisiera que alguien me dijera cómo es el sexo, pero me da mucha vergüenza preguntar. Mis amigas se ríen. Soy la primera del grupo que se casa. De todos modos ellas tampoco saben nada. ¿Qué voy a hacer? ¡Uy! ¡Qué pena Don Humberto! ¡Esto no me lo enseñaron!
Bueno, ya está todo listo. Papá me regaló dieciséis vestidos, uno por cada año de vida. Estoy eufórica. Mis vecinas me regalaron unas mantillas hermosas, con encaje de Bruselas y un rosario que brilla en la oscuridad.
Monsieur Chateaubriand -uno de los amigos revolucionarios de papá- me regaló un perfume. Es exquisito, huele a violetas y jazmines. Es un aroma dulce, que me hace doler un poco la cabeza, pero no me importa, ya me acostumbraré. Lo único que he usado ha sido lavanda y ya me estaba cansando. Esto es espectacular. Me miro al espejo y pienso que nunca he estado mejor. Creo que papá tiene razón, después de los dieciséis años, la mujer envejece…

Texto agregado el 08-08-2014, y leído por 127 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-08-2014 Leí esta historia que subiste en una oportunidad. No sé por qué la quitaste, pero es tan hermosa que bien vale la pena volverla a leer. Sabes, esta frase "Matilda me cuidaba con su vida..." es el corolario de esta gran historia. Un re abrazo y seguiré. SOFIAMA
 
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