La terrible normalidad de la segregación, las penurias del hambre y de los servicios, malos y pocos retornó por un tiempo seguramente corto. Sobre las calles las ruinas y sobre las ruinas los rostros angustiados de quienes buscan a la madre, al padre al hijo desaparecido y enterrado por la bomba marcada con la fatídica estrella de David.
A los pies de lo que fuera una escuela, una niña sonríe al recoger un libro que ágilmente esquivó el fuego, metros más adelante se escucha la plegaria, el llanto y la rabia.
El masacrado hoy asesina, el odio se ha cultivado en su alma y lo ha convertido en algo peor que su verdugo, la esvástica se confunde en la estrella y el fuego y el desprecio en la mirada es el mismo.
En la escuela un niño dibuja con su dedo, sobre el polvo del pizarrón, lo que días antes aprendió. El horror convirtió al pizarrón en ventana que muestra la desolación.
Los pueblos se levantan contra la guerra, pero no basta.