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El último rugido. por Marlon Gámez

Las nubes despejaron al fin y el ojo de la luna mostró el camino, un barranco cuesta arriba indistinguible entre aquella lluvia que golpeteaba implacable el mundo. Pensó que la noche le traería ventaja, pero el que le seguía de lejos hace una delicia del arte de la caza. El tiempo y el paso eran su única ventaja y los únicos aliados que le acompañaban hasta entonces. Se resbaló el anciano entre un canto lodoso, sujetándose de una raíz saliente. El ojo luminoso se cerró nuevamente entre las nubes grises oscureciendo todo bajo ellas, era madrugada y el frío le quebrantaba los huesos, sería algún reprochable castigo de los dioses, o la prueba de los héroes, pero pensó luego que era muy viejo para ser un escogido. Un llanto se desató entre los brazos del anciano, era su último heredero y quizá no vería un mañana más, ni una lluvia más. Trepó la ladera como un gato montes.

El jaguar contemplaba desde lo lejos sobre una rama, sin precipitarse. Los pájaros que se posaban en el mismo árbol contenían pasmados el aliento, el demonio estaba junto a ellos. El animal se arrojó hacia el camino haciendo vibrar toda criatura viviente a su alrededor, conocía el olor del miedo y lo percibía como un manjar exquisito, pero otros motivos le empujaban a cazar. Tres días de persecución eran suficiente para domar a cualquier presa.

El anciano sin fuerzas llegó hasta un altar circular no había ofrendas frescas ni fuegos que consumen, colocó al niño sobre la piedra cuya base tenía adornos de flores y plantas, lo envolvió cuidadosamente con una piel, colocó sobre este una pluma dorada, la del ave mística, la del quetzal y el porolovo, los cuales eran su herencia y su preciado tesoro, se comió los últimos hongos, trituró hierbas amargas y una extraña raiz que encontró por el camino, sus ojos brillaron contemplando el infinito saltando frente al animal sin miedo y sin dudar, los fuertes talones se undieron en aquella tierra humeda, hubo un segundo se silencio, las nubes se despejaron pues aun la luna se detuvo a contemplar aquella escena. Dos jaguares dándose duelo, dos viejos conocidos que no se extrañarian entre si, las criaturas de la noche se anidaron entre el follaje, las alimañas se revolvieron entre el fango putrefacto, las lechuzas con sus ojos misteriosos se quedaron parcas. El anciano no tenía su lanza, ni su mazo, ni su báculo, el destino se encargó de dejarlo desprotegido, sin embargo el jaguar reconoció aquel atuendo, la piel que le envolvía era la de su padre que con irrespeto estaba manchada de sangre y lodo, y los colmillos que adornaban su cuello pertenecían a aquella que le trajo al mundo y le amamantó de cachorro. Tal batalla no era por hambre, ni venganza, era un dolor profundo, un rencor indescriptible. El animal contempló con sus ojos amarillos de pupila dilatada al anciano, sin inmutarse desvió aquella densa mirada hacia el niño, después de deshuesar al viejo se daria un festín. El anciano examinaba a la bestia, sus manchas circulares le recordaban aquellos despojos de antaño, donde privaba al animal de su hermoso pelaje, así le enseñaron a que lo hiciera. La lluvia se detuvo, la noche estaba ahora completa, la luna y sus estrellas alumbraron la escena. Rugió la bestia con una furia indómita.

Una constelación llamada Ak' Ek' y que era el símbolo de su casa fue lo que contempló el anciano, tiritaba la estrella débilmente mientras aquellos dientes filosos apretaban profundo, implacablemente su cuello, fue su última visión.

El jaguar desalmado, rasgo aquellos débiles pellejos, desgarro su estómago y mordió los muslos después de haber triturado los huesos del cráneo demacrado. Se lamía la sangre excitado y cansado. Un débil llanto le hizo mirar hacia el altar, era aquel niño y había contemplado todo lo sucedido sin comprender absolutamente nada más que miedo y quien luego se entretuvo con el brillo intermitente de una luciérnaga pasajera y su llanto paró entonces, mientras el animal de fauces manchadas se acercaba. El jaguar respiro sobre la criatura, el vapor de su aliento le calentó el rostro, las miradas se cruzaron en un coloquio de silencio interrumpido únicamente por un remolino que llegó a la cabeza del animal haciéndole tambalearse, se desplomó cansado y aturdido, giro aquel dorso dibujado con ojos intimidantes y comprendió al fin que el duelo ya lo había perdido, aquel anciano muerto había ganado la batalla, su sangre estaba envenenada. Volteó hacia los despojos que aun muerto hacía muecas y se jactaba, contempló al cielo y a la misma estrella de la madre de su víctima, y su verdugo, exhalando entonces su último aliento. Unas gotas de lluvia empezaron a caer pero inmediatamente se alejaron y toda la calma regresó como antes...

El niño fue tomado por un yerbatero quien todas las mañanas llevaba plantas al altar de Ixchel, este le enseñaría el arte más maravilloso de todos, el de curar y mejorar la vida con el permiso de la tierra.

Texto agregado el 07-08-2014, y leído por 172 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
08-08-2014 Un relato entretenido con un final inesperado.Me gustó.UN ABRAZO. GAFER
07-08-2014 Amigo piratafox, un entretenido relato, donde la sangre derramada del anciano, calmó la furia del animal (jaguar), sin ser todavía, como dices, una cruel venganza y esta misma sangre fue un antídoto lleno de mansedumbre para que no devorara al niño también, acostado en el altar. La jungla atrapa la historia y la hace común y ancestral. Saludos GERPREZMAR
 
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