Felipe, el Pillo
Esta es la breve historia de un siniestro personaje de la Conquista. No es un actor, aunque pudiera serlo; tampoco es un guerrero ó indígena ordenado, ni un comerciante de las Nuevas Indias. Su nombre: Felipillo. Haciendo escaso honor a su apelativo cristiano de Felipe el Pequeño, fue conocido para la posteridad como Felipe el Pillo.
De cómo este aborigen picunche de naturaleza lenguaraz se encargó de guiar a las fuerzas del Gobernador Villagra a las cercanías de Peteroa (1557); tendiendo una trampa al hábil y arrojado Toqui Lautaro y de cómo encontró la muerte por felón (no feón).
La cabeza de Lautaro fue expuesta al escrutinio público durante varios días en la Plaza de Santiago. Felipillo riendo, mientras se limpiaba los dientes con un palillo, observaba los alrededores sentado en un banquillo a la salida de la casucha de Villagra. Llevaba consigo el trarilonco que perteneció al jefe mapuche y un hermoso poncho producto del botín. Además, tenía puesto un casco que le había regalado un oficial español. Su aspecto general era ridículo. Sin embargo Felipillo consideró este obsequio un reconocimiento a su labor de auxiliar e informante... De repente sus ojos se posaron en la cabeza del líder mapuche, la que descansaba ensartada en una picana, cuando un sentimiento de incomodidad se apoderó de él. No obstante, pensó en la recompensa que le daría el Gobernador y en lo afortunado que era. De picunche cualquiera se convertiría en Señor con muchos caballos y mujeres. Bueno, eso fue lo prometieron los españoles. Tras el asedio a la Capital y la derrota de los nativos sublevados, fue uno de los primeros que se acercó a éstos. Su olfato le dijo que toda oposición a los hombres blancos estaría condenada al fracaso; de manera que pensó en la forma de sacar partido al nuevo estado de cosas. Cuando pequeño se fijó en el débil espíritu de lucha de sus hermanos picunches una vez que aparecieron los ejércitos del Inca. Pero también supo de la existencia de un singular pueblo, lejos, en el sur, más allá del gran río llamado Maule. Gracias a la amistad que entabló con un funcionario del Inca pudo aprender aquella lengua tan extraña , el Quechua, y saber que el avance de las tropas imperiales había sido detenido por un pueblo que se hacía llamar Mapuche...Recuerda como en esa época había servido con solicitud a esos extranjeros; visitando de vez en cuando Collahue ó Limache en su calidad de intérprete. Sobretodo en aquella oportunidad en que se tramaba un levantamiento en las cercanías de Pomaire. En esa ocasión, a medianoche, se dirigió al Pucará más cercano y alertó al jefe de la guarnición, señalando el lugar exacto donde se reunirían los rebeldes. La matanza fue espantosa y acabó con todo intento de sublevación. Ahora que prestaba ayuda a los huincas, como se les llamaba en su lengua, la situación no era mejor. Más ambiciosos que los incas, gustaban de hacer esclavos a los que denominaban encomendados. Por tanto debía comportarse más servil que nunca y prestar un excelente apoyo. La oportunidad de entregar a Lautaro era la mejor manera de asegurar la confianza de los nuevos amos...
Llegó de noche al campamento y fingió ser un convencido enemigo de los invasores, por lo que deseaba unirse a las tropas de Lautaro. En un comienzo el Toqui dudó de su palabra, pero pronto se convenció de lo útil que sería gracias a su buen dominio del español. Sin embargo de madrugada, cuando todos dormían, Felipillo aprovechó un descuido de los centinelas huyendo. Se dirigió al punto acordado con Villagra. El ataque se produjo poco antes del amanecer. El astuto lugarteniente de Valdivia rodeó el campamento cerrando toda posible vía de escape. Consigo traía una buena cantidad de auxiliares picunches a los que utilizaría para doblegar la primera resistencia que encontrara. Luego, atacarían los arcabuceros y al
final arremetería la caballería. Los cerca de 800 hombres con los que contaba Lautaro no comprendieron por unos segundos lo que pasó. Sin embargo, pronto descubrieron que habían sido traicionados. Lautaro aferrado a su lanza, miraba con impotencia como morían sus hombres. Él había dado órdenes severas de no encender fogatas. De manera que él único que pudo haber delatado su posición fue Felipillo. El cerco se iba estrechando mientras los pocos hombres que aun vivían luchaban con denuedo. Una flecha dio en el brazo derecho del Toqui, sin embargo, éste la arrancó fieramente. Su pecho también sangraba producto de un espadazo que, a duras penas, desvió con su mazo, el que usó para matar al jinete. Corría en auxilio de un joven combatiente cuando dos flechas se hundieron en su espalda. De rodillas cayó al piso sosteniendo la lanza mientras un arcabucero terminaba con su vida. Villagra habría querido capturarle con el fin de brindar un espectáculo de escarmiento, sin embargo, su deseo se vio frustrado. De manera que ordenó cortar su cabeza y exhibirla en Santiago.
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Felipillo se montó en el bello alazán y marchó a su rancherío. En el camino se topó con dos indígenas que le llamaron la atención. La mirada feroz de esos hombres le recordó la de Lautaro en el momento de morir. La misma que observó desde la copa de aquel enorme roble.
- No hay duda, vos podeís corroborarlo- dijo el Alguacil.
- Sí, sí, estoy de acuerdo con usted, es Felipillo- replicó el Fraile.
- A este lenguaraz lo desollaron vivo – intervino un soldado.
- Este se las traía. Pensaba hacer buenos negocios con nuestro Gobernador. Y allí lo veís colgando boca abajo. Como los asesinos de Pizarro- finalizó el Alguacil.
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