“…No, ahora no viejo…así no vale…no me hagas esto”… comencé a llorar a borbotones incontenibles…”Esto no se hace padre, no puedes marcharte sin más cuando te necesito todavía”…
Minutos antes, secaba el sudor frio de su frente, mientras bebía con fruición su jugo de papaya, mirándome fijamente a los ojos. Su cuerpo y su espíritu, temblaban con la agonía; pero su mirada, aquella su mirada estaba clavada en la mía…
-Si...enta…me, hijo.
Lo cogí con suavidad por entre los brazos y lo recosté hacia la cabecera; se acomodó empujándose con las manos, retando a sus ya escasas fuerzas; contempló aquel rincón de la Sari, como quien contempla su vasto mundo de cordilleras grises, de sembríos y berridos de añojo. Y allí en un punto fijo de la habitación, su memoria viajó hasta los confines boscosos de su selva amada, de sus ríos y de aquel enorme paco con el que luchó hasta vencer.
Sonrió entonces, pleno, satisfecho de su denuedo, de su ímpetu muchas veces incomprendido e inspiró profundamente elevando su cabeza, despacio, acompasado con el estertor de la muerte que llegaba. Vi entonces apagarse su mirada, mientras su cabeza buscaba apoyarse definitivamente en la cabecera.
Lo tomé por las solapas y lo sacudí con violencia: ¡¡¡”No ,ahora no viejo…
Regresó a mí, desde ese otro lado finito y sus ojos tornaron a brillar lentamente por algunos segundos, mirándome con toda su ternura, una inmensa ternura que me abatía. Y se marchó luego, deseando decirme un “Te amo hijo” que logré descifrar en sus labios. Me aferré a él como un niño, estrechándome a su pecho aun tibio y lloré con toda la rabia contenida de porqués: y mi llanto doloroso, hizo reaparecer en mí a aquel niño asustado y agazapado bajo el mostrador.
Y aquel día tuve la imperiosa necesidad de abrazar a mis hijos, jugar con ellos, llevarlos al cole y cantarles al oído mientras aparentaban dormir. Necesitaba sentirme tan padre como solo lo fue él.
HASTA PRONTO PADRE, HASTA PRONTO.
Perseoescritor
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