Las manos las tenía congeladas y mis padres me habían dejado para siempre. Tan solo mi perro y yo en toda la casa. Perdí mi trabajo. Lleno de deudas, pero tenía qué comer y un lugar dónde dormir… Aunque eso no era suficiente, uno tiene que tener un destino y sentía que si me quedaba donde estaba jamás lo encontraría. Durante semanas y semanas estuve dentro de casa, pensando, buscando una luz que me llevara a un destino hermoso por el resto de mi vida… Así que decidí vender la casa de mis padres, dividir el monto entre todos mis hermanos y buscar mi destino, junto a mi perro…
No fue difícil la venta y el reparto del dinero fue más sencillo… Es bueno tener hermanos que sienten la justicia en su sangre. Me preguntaron qué iba hacer, les respondí cualquier cosa, con tal de no preocuparlos… Cogí mi mochila y con mi auto encendido me fui del lugar donde crecí hasta el día de hoy… Sin mirar hacia atrás, el mundo parecía ser más pequeño… Una angustia penetraba mi alma, pero no la dejé crecer, sobre todo cuando mi perro se movía de atrás para adelante. Siempre sentí que los animales eran un regalo de Dios a los seres humanos… Seguí manejando sin fijar un lugar, tan solo manejaba y manejaba, y cuando estaba agotado, buscaba un lugar para descansar…
Pasaron los días, años y años… Aun mi perro acompañaba mi camino… Nunca fui gastador, por lo que aún tenía dinero suficiente como para comer y dormir… La edad con el tiempo se vuelve pesada, y a un viajante se le hace especial el tiempo, como un ave que va a su lado en busca de atención o apoyo… En un lugar extraño, bastante, me detuve… No lejos vi un puente muy largo y especial… Mi auto se detuvo, como si le faltara gasolina o se le hubiera agotado la electricidad… Nunca fui hábil con las máquinas, así que dejé el auto y con mi perro y mis bártulos, seguí caminando hacia aquel puente que parecía llamarme…
Mientras bajaba la pendiente pude ver que al otro lado del puente había un Sol hermoso, un valle precioso y lleno de verdor, tierra rojiza y animales de todo tipo jugaban con la gente que parecía muy feliz y sana… Me encantó la visión y sentí que ese era mi lugar, mi destino... Aceleré el paso y a medida que me acercaba al puente, noté que un hombre muy grande estaba sentado al lado del puente. Y este estaba clausurado con unos barrotes inmensos de vidrio o una especia de pared…
Me acerqué al puente y pude tocar aquellos barrotes y pared… Eran de un metal extraño pero cálido y duro, como si estuviera temperado… Miré al lado y vi a un hombre bastante mayor que estaba sentado sobre una silla grande y de madera… Le saludé y este pareció reconocerme… “Le estuve esperando”, me dijo… “Bienvenido”, agregó… Le pregunté por el puente y la ciudad al otro lado… Me dijo que ese lugar era el Paraíso… Le pregunté cómo podría pasar… Respondió que solo muerto… De pronto vi que mi perro se soltaba y corría rumbo al puente… Cruzó las paredes como si fueran invisibles y le vi correr y correr hasta desaparecer… ¿Cómo es posible?... El hombre me miró a los ojos y me dijo que los animales no necesitan morir para entrar, ellos son inocentes de todo mal y siempre han pertenecido a ese lugar… Me sentí impotente y muy solo… Pero, le entendí al hombre, que era un santo o alguien muy especial… Antes de irme a mi realidad quise hablar con el santo… Me acerqué y quise preguntarle cosas…
¿Es usted un santo?, le pregunté… Me respondió con una sonrisa y dijo que no, que era un hombre como yo, y que tiene el servicio de cuidar la entrada al puente… ¿Cómo es que usted ha entrado y salido del cielo?... Me dio como respuesta algo que jamás olvidaré… “Yo no estoy ni vivo ni muerto, simplemente estoy”… Le pedí entrar… Tienes que morir hijo mío, respondió… ¿Es que tengo que suicidarme?... No es necesario… Vas a morir como todos los seres humanos… ¿Pero es posible entrar en vida?... El santo sonrió como nadie lo hubiese hecho jamás… Y supe que tenía que irme, dejar el puente y el cielo atrás de mí… Amaba la vida más que nada, sabiendo que todo ser humano es un condenando a morir… Caminé y caminé hasta llegar a mi auto, que, extrañamente parecía esperarme… Puse la llave en el arrancador y el auto encendió… Volví por donde llegué y mientras me alejaba del lugar, lágrimas corrían por mis mejillas… Llegué a un pueblo y pude ver a la gente, pero, los miraba de otra manera… Condenados a morir sin saber el sentido de sus vidas… No podía resistir aquella realidad, así que tuve que volver al puente… Llegué a la madrugada y allí estaba el santo mirando el amanecer, luego le vi arrodillado, como orando, con los ojos cerrado, hablando suavemente a un ser que parecía morar dentro de su él… Me le acerqué un poco más y éste abrió los ojos… “Quiero cruzar el puente”, le pedí… “Acércate”, respondió… “Un poco más”… “Mas… mas… mas…”, y cuando estuve casi pegado a su arrugado rostro, pude apreciar la iris de sus ojos, y en ellos pude ver imágenes de todos los rostros que se habían cruzado por mi vida, todos, los que miré una vez, los que amé, odié, conocí, todos, todos… Mis hermanos, mis padres, mis abuelos, etc. Todo estaba en el iris de sus ojos… De pronto sentí sus manos sobre las mías y escuché que su voz nacía de mi alma, diciéndome que le mirase… Le miré y pude ver que su rostro era el mío… Sentí que todo en mi vida empezaba aclararse, como si escamas hubieran caído de mis ojos, y pude ver que ese rostro eran todos los rostros del mundo en uno solo… Empecé a llorar y llorar ante aquel entendimiento… Y luego, sentí que los brazos del santo me levantaban para abrazarme… Y sentí todo el amor que tanto había esperado… Seguí llorando, pero esta vez de alegría y gratitud… Y cuando me separé del santo, había cruzado el puente, y mientras respiraba, supe que estaba en el cielo… |