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Lo que les voy a contar ocurrió hace aproximadamente 40 años. Lo particular de esta historia es que no recuerdo nada anterior a lo ocurrido, ¡nada!

Me encontraba encerrado dentro de un cuarto totalmente oscuro, húmedo, pequeño. Las cañerías del techo dejaban filtrar sus aguas, inundando la celda y empapándome constantemente, aunque era algo positivo ya que hacía mucho calor. Noté que mi cintura estaba rodeada por una extensa cadena que me unía a una pared. Al parecer estaba prisionero por alguna extraña razón y no sabía por qué. En oportunidades la habitación se iluminaba con una tenue luz anaranjada que me permitía ver con claridad mí alrededor. Frente a mi había una puerta, la cual tenía una cavidad donde todos los días me dejaban comida (por cierto, muy deliciosa e increíblemente en abundancia) Se oían murmullos constantemente que provenían del exterior. Estaba totalmente desorientado.
En la extraña comodidad de mi celda intenté recordar qué había hecho, aunque no dio resultado, todos mis recuerdos habían desaparecido. Creí que me habían medicado o afectado mi cerebro de algún modo. No podía moverme demasiado, tampoco ver nada, creo que todo ese tiempo me la pasé durmiendo, ni más ni menos.
Divisé en una esquina del techo un altavoz. Constantemente se escuchaba una voz que decía cosas que yo no entendía, una dulce voz que me relajaba, que al parecer trataba de ayudarme a escapar, o eso imaginé, aunque no podía confiar demasiado en ella, no en la situación en la que estaba, pero debo mencionar que fue mi compañera desde el principio. Necesitaba salir de ahí de alguna manera pero era inútil, no tenía fuerzas para nada. Y así pasaron los días, lleno de murmullos y movimientos del exterior. Estaba asustado, no sabía qué pasaba. De a poco comencé a retomar fuerzas.

Me di cuenta que no estaba solo. Del otro lado de la pared se escuchaban voces, voces de otro hombre. Apoyé mi oído contra la pared y traté de escuchar un poco más, pero no logré oír más nada. Necesitaba comunicarme con él de alguna manera, saber quién era, por qué estaba allí. Traté de no hablar tan fuerte como para evitar atraer a los sujetos que me encerraron en ese calabozo, ni tan bajo como para que no me oiga aquel hombre a mi lado.
— ¿Hola?— Pregunté, pero no recibí respuesta. — ¿Estás bien? Creo que necesito ayuda al igual que vos.
De igual manera, mis palabras quedaron en la nada. Me recosté sobre mi brazo izquierdo observando la pared con la que hablaba. Estaba a punto de dormirme cuando repentinamente aquel hombre me habló.
— Estamos destinados a lo mismo, hermano mío. — Dijo con voz serena. — Lo mejor que podemos hacer es esperar…
Dios mío, ¡¿Qué es lo que estaba diciendo?! Esperar… ¿Esperar a qué? ¿A que nos maten? ¿A que nos torturen aquí dentro?
— ¿Cómo te llamás?
— No lo sé. — Contestó. — ¿Y vos?
En ese momento un escalofrío subió hasta mi pecho. La realidad era que yo tampoco sabía mi nombre…
— Entiendo… — Continuó. — Reafirmo mi teoría de que estamos aquí para lo mismo, vos y yo. Por curiosidad, ¿Cómo es tu celda?
Pensé en no contestar pero al final lo hice. —A ver… es pequeña, oscura, muy húmeda, las cañerías parecen estar rotas, hace calor, estoy encadenado y en ocasiones siento como si todo se moviera.
— ¿Estás desnudo? — Fue su última pregunta.
Pues no había caído en la cuenta, pero sí, estuve todo el tiempo desnudo. Le contesté y luego no hubo más diálogo.
Pasaron los días y volvimos a conversar, le pregunté si entendía lo que decía la mujer del altavoz y me contestó que no. Era un idioma extraño difícil de reconocer. Debíamos de estar en algún otro país en el cual nunca antes estuvimos. Con mi compañero nos entendíamos, el hecho era que teníamos algo en común, aunque él actuaba fríamente, pero con el tiempo se fue desenvolviendo y conectándose más conmigo.

A medida que pasaba el tiempo la celda se iba encogiendo, al igual que la comida, cada vez más pequeña. Donde meses atrás cabía todo mi cuerpo perfectamente ya sólo podía permanecerme recogido incómodamente. No podía aguantar ni un minuto más allí, decidí escapar sin pensar en las consecuencias, ya no había nada más peor que pudiese pasar. Llamé a mi compañero y le propuse luchar para salir de las celdas. Dudó unos instantes, pero al parecer compartía el mismo sentimiento que yo y, finalmente, aceptó.
Comenzamos a patear las paredes, gritar, movernos de un lado para otro. Aunque parecieran inútiles nuestros movimientos, logramos derrumbar una parte muy pequeña de la pared. De repente, el agua comenzó a filtrarse. Ambos estábamos expectantes y ansiosos, no sabíamos qué nos iba a pasar. Seguimos luchando hasta que las voces regresaron de forma alteradas. Y yo, impaciente y combativo, seguía con mi tarea, al igual que mi compañero, aunque no podía verlo, sólo lo sabía, lo intuía.
Minutos más tarde mi compañero comenzó a gritar desaforadamente. Yo me aterroricé al instante, no quise imaginarme el final. Sentía como luchaba contra los de afuera, intentando zafarse, hasta que de pronto dejó de hacerlo. Me paralicé, todos los sentimientos avivaron en mí. Me contuve un instante esperando que los de afuera no arremetan contra mí, pero no sucedió lo que esperaba. La puerta se abrió, un gran haz de luz ingresó al instante a través de ella, y una gran sombra, seguida de un par de manos gigantes, realmente gigantes que me quisieron sacar a la fuerza, de cabeza hacia el exterior, y yo ya no podía luchar contra esa bestialidad, las fuerzas eran incomparables. Afuera se escuchaban voces, ruidos, llantos. Mi compañero estaba allí, distinguí su voz al instante. Era en vano seguir luchando, no quedaba más nada por hacer. Mientras me sacaban de aquella celda cortaron la cadena con un gran pinza, y luego todo cambió.

Afuera el aire era distinto, me costó respirar pero en minutos me acostumbré. La luz casi me dejó ciego, el ruido era infernal. Los gigantes me observaban, tan temibles con sus vestimentas azules y extrañas. De pronto, escuché la más hermosa voz que pude haber escuchado, la misma que la del altavoz…
Me llevaron junto a ella en un instante, y yo feliz porque cada vez estaba más cerca. En unos instantes la voz la tenía a mi lado. Era indudablemente una mujer, una hermosa mujer. En ese momento supe que esos gigantes sólo querían ayudarme a salir, al igual que a mi compañero que estaba junto a mí, llorando junto a mí, viviendo lo mismo que yo. Finalmente, la dulce voz dijo:
“Hola mis chiquitos, soy yo, mamá.”

Texto agregado el 03-08-2014, y leído por 97 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
04-08-2014 Muy tierno relato. Mucho condimento de misterio al principio que me hizo creer que era una historia parecida a "SAW". Muy dulce. Felicitaciones. alexandrofaviano
 
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