Se movió con pereza entre las sábanas, levantó apenas la cabeza y miró por encima de su pecho buscándola. Ella, en la cocina, vertía calculadamente de una botella de leche una parte en un vaso y el resto en un plato hondo. Abrió la puerta que daba al patio y dejó entrar a más de media docena de gatos, que sensual y sumisamente, se le arremolinaron a los pies. Colocó el plato en el suelo y con el vaso retornó a la habitación acompañada por uno de los felinos.
A él no le gustaban esos animales, pues creía haberles notado una mirada extraña, como la de los hombres ahogados o ebrios; además, la manera que ella tenía de nombrarlos tampoco le agradaba. Tomó el vaso que le alcanzó dejando que las yemas de sus dedos la volvieran a acariciar. Bebió a tragos cortos mientras contemplaba como ella se vestía junto a la ventana. Recordó con placer egoísta el secreto compartido de su plena desnudez que ahora iba cubriendo poco a poco. Apoyó el vaso vacío sobre la mesa de luz y dejándose caer suavemente contra la almohada cerró los ojos.Después de algunas horas se despertó sobresaltado. Un maullido, que no pudo fijar de dónde provino, lo sacaba de un sueño confuso.
Estaba bañado en sudor y creía sentirse afiebrado. Tenía la boca seca y amarga. Buscó en vano con la vista algo para tomar. Atento, le pareció reconocer la voz de ella que llegaba desde la otra habitación y la de un hombre acompañándola. Intentó llamarla pero no pudo. Le pesaban los párpados y casi no podía controlar la agitación que lo hundía en la cama.
Rozó la lengua una y otra vez contra los dientes tratando de mitigar esa peculiar y desagradable aspereza que experimentaba. Como último recurso, y con un gesto plenamente instintivo, se lamió repetidamente el hombro para calmar la sed; luego acurrucó su cuerpo en forma de una espiral y tapándose la cara con ambas manos se quedó dormido, siempre seguido por la observadora mirada del gato que aún permanecía en la pieza y parecía comprenderlo todo.