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Inicio / Cuenteros Locales / daniel18 / Las Palomas (sobre las erinias)

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Cerró con prisa la puerta del departamento, corrió las cortinas y se echó sobre el sofá. En medio del silencio y la oscuridad comenzó a dejarse llevar pesadamente por el sopor hasta que un agitar nervioso de alas seccionó el aislamiento. Provenía desde afuera, observó con temor. El desconocimiento lo hizo estremecer hasta obligarlo desde el mismísimo pánico a tener que actuar. Se deslizó poco a poco por el cuerpo del diván hasta llegar al suelo y con mucho sigilo reptó por la alfombra hasta la ventana. Afinó el oído y aguardó conteniendo la respiración, repasando mentalmente una y otra vez, cada minúsculo indicio que le llegaba desde afuera. Bien podían ser las palomas en la cornisa, conjeturó más aliviado, pero igualmente debería tener mucha precaución y optó por retornar arrastrándose. Buscó finalmente a tientas una silla para incorporarse y al apoyar las manos sobre ésta las sintió húmedas, pegajosas. Intentó verlas pero en la densa penumbra únicamente se recortaban negros contornos. Le pesaban, las sentía hinchadas, cargadas con un dolor ajeno. Son manos que se sujetan pegajosas a un destino canalla, consideró angustiado y comenzó a escupirlas como un recurso de extrema expiación mientras se las restregaba por el cuerpo. Debía haber dejado su rastro por todas partes, balbuceó a la nada. Reconstruyó su retirada espejándose desde los atentos ojos de aquellas tres mujeres que lo habían cruzado al salir y cuya persistencia continuaba escudriñándole implacable el mismo fondo de su alma o de la conciencia que a esa altura ya nada cambiaría. Desde el extremo opuesto de la habitación los aleteos se multiplicaban tortuosamente y se oían más cercanos. En su desesperación ya no se atrevía a asegurar que se trataban solamente de palomas. Despegó la sudada espalda de una de las paredes y corrió a aferrarse al picaporte de la puerta de entrada. El murmullo que avanzaba tomaba un acentuado timbre femenino. Sin duda lo habían seguido, lo habían descubierto… Estaba acorralado, pensó, y volvió a recostarse para dejarse llevar nuevamente por ese pesado e indigno sopor que lo alejaba febrilmente de ese cuarto y de todas sus culpas pero resultó que esta vez la esterilidad del sueño no lo socorrió.
Sintió la boca arenosa y la infinita y asfixiante imposibilidad de olvidarlo todo o al menos la parte más dolorosa. Metió su mano en el bolsillo del pantalón y extrayendo el revólver, que aún lo sentía caliente, llevó el caño a la boca y gatilló sin dudarlo, como una acción redentora.
Afuera, en la cornisa las palomas, espantadas, rompieron a volar.
Una, dos, tres... contaron en pleno vuelo, desde abajo del edificio unas transeúntes, que alertadas por el ruido siguieron la estampida de las aves con la mirada.
Luego del estruendo todo quedó en armonía.

Texto agregado el 03-08-2014, y leído por 61 visitantes. (0 votos)


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