El balcón de don Raúl
Un grupo de curiosos se agolpaban debajo del viejo balcón colonial llamado por todos “el balcón de don Raúl”, mientras comentaban los hechos acaecidos aquella tarde.
Desde que llegó al sector veinticinco años atrás, y sobre todo después que consiguió su jubilación dos años atras, el balcón de piso y ménsulas de madera protegido por barandas de hierro entre las que se entrecruzaban las ramas de trinitarias, se había convertido en su su lugar favorito dentro de la casona en el segundo nivel de vieja mansión heredada de su padre.
Allí llegó con su mujer e hijo, quien luego casó y fue a vivir a una ciudad del interior. Su esposa Agustina murió después de padecer grandes quebrantos de salud que la postraron por varios meses.
Ya solo, vivía apaciblemente rodeado del afecto de sus vecinos y de todos los que transitaban por la calle, con quienes conversaba desde el vetusto balcón.
Cada mañana se sentaba en su mecedora para leer los periódicos. Su permanencia alli era motivo de contacto permanente con las personas
que caminaban por la acera, a quienes abordaba con una sonrisa.
Así comentaba los acontecimientos cotidianos del barrio y del país. Desde el balcón, también, compraba quinielas, vegetales o cualquier otro artículo que le interesara, utilizando una canasta amarrada a una cuerda en la que colocaba el dinero y recibía, de vuelta, la mercancía. En esa rutina transcurrían sus días.
Cada mañana regaba los tarros de flores y las podaba cuando éstas lo requerían. Cuando tenía la visita de su hijo y su nieto, la rutina era diferente. Lo que no variaba era su estadía en el balcón, su lugar de asueto para compartir mientras se observaba el movimiento de la calle.
En definitiva, aquel angosto espacio de descanso y esparcimiento, florido jardín, fue siempre un lugar vital dentro de la morada de don Raúl, el hombre simpático, buen vecino, conversador incansable y asiduo comprador de todo lo que su exigua pensión le permitía adquirir.
Su cuerpo carbonizado fue rescatado por los bomberos ante la tristeza de todos los presentes.
Un fuego en el interior de la vivienda lo sorprendió cuando estaba, como casi siempre, sentado en su balcón, y sin poder penetrar a la misma ni tener valor para saltar al vacío, pasó sus últimos momentos junto a su mecedora, rodeado de las flores que cuidó con tanto esmero.
Alberto Vásquez. |