LA VEJEZ 3ra parte
Estuve leyendo lo que escribí en la primera y segunda parte de la vejez. Pasaron 7 años desde entonces, y ahora si me preguntan (lamentablemente nadie lo hace) digo “estoy más cerca de los 80 que de los 70”, y lo digo con cierto orgullo. No todos llegan a esta edad en una pieza. Para algunos la vida es demasiada cuesta arriba, para otros es estrecha y dolorosa y llegan a la conclusión de que es injusta con ellos y por lo tanto no importan si viven o no. Y antes que se den cuenta están del otro lado de la pantalla, y ahí si comienza para ellos un calvario. El suicidio es lo peor que una persona puede cometer. Entiendo perfectamente cuando un desahuciado con fuertes dolores desea terminar con eso, y creo que debería una junta médica facilitarle ese deseo, aunque también con una muerte permitida el arrepentimiento no da la paz.
Pero yo aún estoy viva y coleando como se dice por estos pagos. Bueno vamos a ser francos; viva sí, pero coleando hasta cierto punto.
Vamos a ir por partes. Estoy sentada leyendo cuando de pronto un muslo comienza a quejarse, o mejor dicho yo comienzo a quejarme que ese muslo me pincha. Porque? A que viene de pronto ese dolor? Está bien, solo dura unos pocos segundos, pero me saca de la lectura para dedicarme a él. Me pregunto; que le pasa, porque de pronto se despertó para molestarme! Le molesta que no le presto la atención debida? Y como se la puedo prestar, no es el único que está pegado a mi esqueleto, tengo partes más importantes, y si a todos les prestaría unos minutos no tendría mucho tiempo para otras cosas. Lo que si hago para todos ellos, es alimentarme bien, dándole los nutrientes necesarios para seguir marchando con apenas arrugas en el rostro. Es como un buen aceite para un motor. Uno malo tarde o temprano lo descompone. Por eso hay mujeres mucho más jóvenes que yo que toman demasiado sol y fuman, cuyos rostros parecen un mapa lleno de arrugas.
Pero sigamos con la vejez. Una silla sirve para sentarse en ella. A veces también para pararse encima en caso que se quiere alcanzar algo fuera del alcance.
Ahora a mi edad una silla sirve para a) sentarse b) que no se me ocurra querer pararme encima para alcanzar algo, ni en sueños lo logro c) para usarlo como ayudante para poner encima un zapato con pie adentro y atarme los cordones, porque sentada no llego tan bajo ya que mi barriga me lo impide. No crean que eso de la barriga es porque estoy gorda, para nada, pero la grasa comenzó a invadir mi cintura, grasa que no sé de donde salió y me impide calzarme con tanta facilidad como antes.
Los escalones. Hace 50 años los subía de a dos. Hace 25 años los subía de a uno, y ahora miro si vale la pena subirlos. Si tengo que hacerlo me agarro de la pared o de lo que tenga a mano y resoplo en cada escalón. Llegado arriba respiro profundamente contenta que lo logré. No es que me cuesta, pero tengo la impresión que las escaleras no son como las de antes, estoy hablando las de hace 50 años atrás. Creo que las hacían más fáciles de escalar, ahora no sé porque, quizás por el material que usan para fabricarlas cada escalón es una barrera que impide el fácil acceso a la cumbre. Además creo que cada escalón es más alto que el anterior, porque eso? quizás para terminar la construcción de la escalera lo antes posible. Algunas escaleras se parecen casi, digo casi a las de la muralla china, las cuales tuve que subir de rodillas gateando por la altura de cada escalón. No llegué muy lejos con ese método, desistí de seguir cuando vi que desde el lugar en donde estaba parada se podía sacar una buena foto de la muralla serpenteando por los caminos.
En los supermercados la mercadería más económica la ponen a ras del piso. Miope como soy no veo los precios si es que están marcados. Así que en una ocasión me hinqué delante de un artículo no para adorarlo, sino para ver si me convenía comprarlo. Bien, llegué a la conclusión que si valía la pena, tomé un espécimen en la mano, y traté de levantarme. Tarea imposible! Tenía dos opciones, o quedarme pegada al suelo hasta que alguien se apiadara de mí, o pedirle a un joven que estaba cerca de ayudar a levantarme. Y eso fue lo que hice, pidiéndole disculpas por ese atropello. Pero él muy compasivo me dijo “no se preocupe señora también tengo que ayudar a mi abuela”. Qué suerte que tienen algunas abuelas de tener nietos tan comprensivos.
La gotera. No se trata de una canilla mal cerrada o desperfecta que no deja dormir, sino de la gotera interna denominada vejiga. Mientras se es joven y hasta no tanto, ella funciona a las mil maravillas, no estropeándole a una el día o la noche. Pero basta que se traspase el umbral de los 70 cuando ella se acuerda de aflojar los músculos que mantuvo firme tan bien durante todos esos años. Durante el día ese problema se resuelve estando en casa con un pie en el baño. Se sabe que está prohibido reír, toser o estornudar si poco antes se ha tomado líquido. Si tengo que irme no bebo nada hasta que vuelvo, y debo elogiarla porque se ha portado y hasta ahora sigue portándose decentemente. Pero durante la noche, eso sí que es un suplicio. Hace años que no duermo más seguido de hora y media, pues me despierto con una urgencia que parece que la pobre está en sus últimas y va a estallar. Si tengo suerte sigo durmiendo apenas pongo la cabeza en la almohada nuevamente, si no, cuento ovejas hasta la próxima hora y media. Sé que hay pañales geriátricos pero sirven de poco para la catarata que largo en ese tiempo. Realmente es una ironía: la vida comienza con pañales y termina con ellos. En fin, ese es el precio que se debe pagar por traspasar el umbral de la juventud.
Como bien se dice “juventud divino tesoro”. Mientras se es joven en todos esos problemas no se piensa. Si, se ve en la casa con familiares, tampoco se toma consciencia de que el tiempo también pasa para uno.
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