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AQUELLA DAMA

Parecía una equilibrista balanceándose sobre sus caderas, su andar cadencioso y arrogante le daba sensual ritmo a los ambientes que frecuentaba. Lo suyo era seducir, una habilidad innata

El arma letal que hacia rendir todo a sus pies era su mirada. Casi no pestañaba, cabeza erguida ojos abiertos, pupilas dilatadas se mezclaban con unos cautivantes labios, apenas abiertos que expresaban inentendibles frases a sus ocasionales interlocutores. Su cautivante presencia inhibía cualquier intento de socializar el encuentro.

Casi imposible mantener una conversación sin arder en deseos. Nunca una sonrisa, apenas un gesto sutil de sus comisuras. Como un león acechando a su presa, nada parecía inmutarla, desplegaba desconocidos recursos que dejaban perplejos a sus pares.

Nada hacía pensar que de la vetusta oficina de catastro de la Municipalidad de Monte Quemado pudiera emerger la diosa de la sensualidad.

Abrumado por una catarata de trámites que parecía no tener fin me tocó recalar en la oficina de aquella dama.

-Buenos días Señor. ¿En qué puedo servirle?

Se me cruzaron infinidad de formas en que mi interlocutora podría servirme, y en ningún momento se me ocurrió mostrarle los planos que llevaba en la mano y que me tenían a maltraer.

Solo atiné a balbucear lo que racionalmente debía decir:

-¿Esta es la oficina de catastro?

La mirada de la mujer me devolvió la juventud que mi trabajo de gestoría me había robado hacía años.

Tomo los planos como quien acaricia una espalda desnuda, los desplegó suavemente instándome a que le sostenga uno de los lados.

-Por lo que veo, Ud. está pidiendo una ampliación en la propiedad

-Creo que si.- Atiné a decir

Realmente la estaba pasando mal. Me sentía invadido en mi privacidad, cada frase era como una estocada. Solo atine a hacer lo que cualquier hombre en mi situación hubiera hecho.

-¿Sabe una cosa?, me olvidé el poder de representación que me hizo el propietario. Temo que voy a tener que volver en otro momento.

Bajé la mirada, guardé rápidamente los papeles y asunto terminado.

Ya de regreso a casa, me recibió mi esposa con un brillo diferente
-Hola viejo, ¿cómo te fue hoy?
Sin entrar en detalles, intenté explicarle la frustración de no haber podido resolver el tema.

En el momento en que le mostraba el plano, me miró a los ojos, sostuvo uno de los extremos y me pidió que sostenga el otro, recreándose una situación conocida que me llevó a hacer lo que cualquier esposo en esa circunstancia hubiera hecho.

Creo que después de todo no fue tan mala experiencia.

OTREBLA

Texto agregado el 27-07-2014, y leído por 133 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
30-07-2014 me gusta... no le sobra ni falta algo. ***** m14
 
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