En la rutina diaria de Sergio,tediosa y chata, había un momento esperado con ansiedad y expectativa.
Era cuando ascendìa por la escalera mecánica que lo llevaba al hall central de la estación terminal de trenes.
El zumbido que emitìan los escalones al correr por sus rodamientos,solo se veìa alterado cuando faltando un par de metros para llegar al nivel del piso,se producìa un breve martilleo metàlico.
Esa era la señal que indicaba el momento de bajar la mirada y esperar el final de la subida.Como en un tìmido juego se preparaba para dar el paso hacia suelo firme y levantar la vista.
No obstante repetirlo diariamente,al llegar a ese punto lo invadìa el temor a que no se produjera.
Sin embargo era infalible.Sus ojos no necesitaban buscarlos.
Cruzando un pasillo,en el local ubicado justo frente a la escalera,estaban los de ella,esperando para hacer el cotidiano contacto visual.
Para Sergio era una brevísima caricia que servìa para que en el resto del dìa hubiera un motivo para creer que la ilusión era posible.
Ilusiòn que desde hace mucho incluye el consabido “mañana me animo y le hablo”.