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Un oasis de amistad.

16 de mayo de 1941.
Desierto de libia.
África del norte.
VIII Ejército británico.

Querida Angie:
¿Cómo está el pequeño Francis? ¿Dime sí ya dice sus primera palabra? En tus últimas letras me contaste las malas noches que te daba el pequeño con su llanto. Qué daría por estar a vuestro lado. No sabes cuanto anhelo tus besos, tus caricias, el olor de tu perfume… aquí en este desierto inhóspito sólo arena, dunas y el sonido lejano de las bombas enemigas.
No te enfades por lo que te voy a contar, uno de los pocos entretenimientos, acaso el único. Ya sabes lo traviesos que son los chicos de mi regimiento. Tenemos un gran calendario de la Hayworth, en un lugar destacado, todos y cada uno de nosotros contamos los días que faltan para reunirnos con nuestros seres queridos. Los solteros sueñan con la diva, los casados añoramos a nuestras mujeres y los muchos hablan con el calendario, en una animada he imaginaria conversación, que a todos nos hace mucha gracia. Menos mal que siempre hay alguno que hace el payaso, se disfraza imitando los contoneos de la actriz. Todo son rizas y chanzas, pero por dentro la ponzoña avanza y cuando solos. En el catre nos abandonamos a nuestros ahogados llantos.
Estimada Angie, te echo mucho de menos.
Tu esposo Arthur, que te quiere.

16 de mayo de 1941.
Desierto de Libia.
África del norte.
Deutsches Afrikakorps

Querida Erika:
Cuéntame cosas de nuestra hija Berta, ya debe de andar. Por lo que dijiste la última vez que escribiste. Pues bien, ya sabes la dura vida de un soldado, nunca sabe uno sí sobrevivirá a otra batalla. Menos mal que un calendario con la foto del Führer, nos reconforta. La moral es alta, las noticias de grandes victorias nos llega a través de la radio. La prensa llega, aunque con retraso. Habla de que pronto ganaremos la guerra. Tienes que ser fuerte, por lo que cuentas. Las penurias pronto acabarán. Ten paciencia y piensa que el precio a pagar es muy pequeño a cambio de la gloria del pueblo alemán.
Tu esposo Carl, que te quiere.

18 de junio de 1941.
Desierto de libia.
África del norte.
VIII Ejército británico.

Querida Angie:
Te escribo estas pocas líneas para contarte lo que cada noche me sucede. Después de una dura jornada atrincherado, de respirar el maldito polvo del desierto que se me mete por todas partes. Llega descansar, pero estas últimas noches tengo unos sueños muy raros. Tengo que contarte lo sucedido, no creas que divago. No tengo ningún síndrome de mal de guerra ni nada parecido. Sólo es un sueño muy vivo que se repite cada noche, al que me tiene muy preocupado. Paso a contarte lo siguiente:
En una ofensiva, me pierdo, no sé dónde estoy. De repente solo en medio del campo de batalla, aturdido por el ruido de las bombas, observo como una silueta se perfila entre el humo de la contienda. Un soldado alemán viene cara a mí con su bayoneta calada directamente apuntando hacia mi pecho, no sé porqué, pero me quedo paralizado. El miedo me atenaza, no consigo reaccionar…
No te preocupes será la copiosa cena que afecta mi sueño, terminando en pesadilla.
Tu esposo Arthur, que te quiere.

18 de junio de 1941.
Desierto de Libia.
África del norte.
Deutsches Afrikakorps

Querida Erika:
Desde mi última carta me ha pasado algo muy raro que paso a contarte:
Después de un día padeciendo los rigores de la guerra, y muy orgulloso de nuestra infantería. Llega el merecido descanso, pero por las noches no consigo reposar, ya que un sueño se me repite con insistencia:
El enemigo se retira, yo con absoluta valentía me lanzo en persecución del mismo, pero llega un momento que el humo lo invade todo, no alcanzando a ver más allá de nuestras narices. Entonces al disiparse la humareda observo a un soldado inglés, desorientado, como un niño que busca a sus padres. No soy ningún cobarde, tú lo sabes, tampoco es una gallardía matar de esa manera. Me gusta que mi oponente esté en las mejores condiciones. Ya lo sabes soy un caballero. Me acerco corriendo con mi bayoneta amenazándolo, pero es incompresible, no se inmuta, no se mueve. Entonces me despierto sofocado, sudoroso con necesidad de salir al aire fresco de la noche.
Erika, debe de ser el vino de la cena que es muy peleón, no te preocupes, pasará…
Tu esposo Carl, que te quiere.

1 de julio de 1941
Ministerio de la guerra
Winston Leonard Spencer Churchill

Estimada señora es mi deber comunicarle que el soldado. Arthur Johnson, que estaba destinado al 8º regimiento del VIII ejercito, en el desierto de Libia. Falleció en combate el pasado 19 de junio de 1941.
Mi más sentido pésame.

20 de junio de 1941
Desierto de Libia.
África del norte.
Deutsches Afrikakorps

Querida Erika:
Parece increíble, ¿recuerdas mi sueño que te conté la ultima vez? Pues se cumplió. Todo transcurrió igual que en mi pesadilla. Cuando avanzaba hacia él, igual que en mis visiones. Paralizado estaba, y yo a punto de atravesarle con mi bayoneta. Fue muy curioso, no tuve valor ya me conoces en este estado sería más una ejecución, que otra cosa. Lo calmé, hablamos. Ya sabes que chapurreo algo el inglés. Nos sentamos, le ofrecí un cigarrillo, él me dio fuego y mientras a nuestras espaldas el fulgor de los obuses causaba estragos, nosotros en ese oasis de reciente amistad intercambiamos fotos de la familia, en animada charla de camaradas. ¿Sabes? No son tan fieros como nos lo pintan. Este hombre posee una refinada educación y exquisito gusto por el arte, la música y la literatura.
Así pasaron los minutos, y cada vez me alegraba más de haber racionalizado mis impulsos. Se hacía tarde, no era plan de ser desertores. Ya que los de cada uno de nuestro bando pasarían lista. No era conveniente faltar al recuento, pero sí que prometimos reanudar nuestra confortada charla.
Convenimos vernos a la noche siguiente, y en un alarde de fraternidad intercambiamos por un momento nuestros cascos de acero. Nos miramos, una risa espontanea y contagiosa salió de nuestras gargantas.
Al pronto su rostro antes risueño y alegre, se tornó en una mueca. De su boca salió una bocanada de sangre, desplomándose a continuación. Acto seguido me tiré al suelo. Le quité de nuevo mi casco que tenía un limpio orificio de bala y lamentándolo en el alma. Me arrastré como pude, bajo el fuego de un astuto franco tirador, que debió de confundir a su camarada por un alemán.
Al retornar a mis posiciones. Mis compañeros hicieron bromas al respecto, de cómo pude sobrevivir a tal balazo que mi casco lucia en todo la frente.
Ahora cada vez me es más difícil cumplir con mi deber. Cuando sabes que hay personas enfrente, tan humanas como uno mismo.
Tu Esposo Carl, que te quiere.
Fin
J.M. Martínez Pedrós.

Texto agregado el 24-07-2014, y leído por 115 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
24-07-2014 Muy lindo cuento. filiberto
24-07-2014 ¿Crónicas de guerra?. Parecen graciosas pero no lo son: La gente muere.Me gustó.UN ABRAZO. gafer
 
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