Nepomuneco. Aquél era un hombre para nada ordinario. Gustaba de lo poco, pero seguro, que su bolsillo costeaba en vicios. Alguna vez se le escuchó cantar borracho, y nadie pensó que lo hiciera mal, sino que por lo contrario, mucho se murmuró sobre el dolor que salía de su cuerpo junto aquella letra.
-De las lunas, la de octubre es más Hermosa… porque en ella… se refleja la quietud, de dos almas que han querido ser dichosas. Al arrullo de su plena juventud.- cantaba.
Nepomuceno miraba fijo las estrellas. Y no hubo alma, por minúscula que fuera, que rompiera con la nostalgia de aquella canción.
-Si me voy, no perturbes jamás la risueña ilusión de mis sueños dorados, si me voy, nunca pienses jamás que es con único fin de estar lejos de ti.-
Después de eso, mucho se preguntaba de aquél, hasta aquella noche, hombre solitario. Y es que no siempre estuvo solo. Quien estuvo en su vida tuvo que haber sido al menos de importancia nupcial. Pero por alguna rara, o cuestionable razón, ya no estaba.
Nadie sabía más de Nepomuceno que don Joaquín Beltrán, el cantinero. –él también era pintor. Y yo le adjudico oficio de poeta- agregó don Joaquín, al escuchar a Marcelo y Adalberto comentar en la barra de “la mestiza” el suceso poco habitual en el que se le involucraba, nada menos, que de protagonista.
Pasaron las semanas y la sensación a tristeza y nostalgia no se marchaban del pueblo, parecía que el fantasma de un amor antiguo ahora vivía entre nosotros. Penaba de noche y penaba de día. Y Como si el hambre no fuera suficiente tristeza para los hombres de San Antonio Blas, se quedaba entre ellos, para sufrir mucho, el recuerdo de Rita.
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