UNA NOCHE OSCURA
Era una de esas noche oscura…, oscura…., oscura, solo las estrellas titilantes pegadas en la bóveda celestial me permitían medio ver a una figura, parecía ser humana, se movía lentamente, como meciéndose por el viento que de vez en zarandeaba las ramas de los árboles, la figura estaba debajo de uno de los palos de mandarina que formaban una larga hilera, ahí estaba sin ir a ningún lado, a veces parecía agacharse, a veces parecía danzar. Me preguntaba quién o qué podría ser aquello.
Me agarró la noche por más que aligeré el paso. Me detuve, sentí miedo, ese fulano estaba justamente a la orilla del sendero por el que iba caminando, empuñé con fuerza mi machete, di unos cuantos pasos más y grité preguntando: ¿QUIÉN ANDA POR AHÍ? La misteriosa figura parecía que me volteaba a ver, pero nada de responderme, ¿Eres tú Antonio? Pregunté creyendo se trataba de mi compadre, pues estaba pasando por sus terrenos, pero seguía sin responder, di otros pasos haciendo ruido con el machete rozándolo contra la tierra pedregosa para que el hombre pudiera saber que voy armado y dispuesto a defenderme. Me esforzaba en adivinar si realmente se trataba de alguien, diez metros, siete, mi corazón parecía un tambor redoblando al ritmo del pánico que sentía, mi frente sudaba, me detuve nuevamente; mis rodillas me falseaban, todavía veía a una figura indeterminada, me paralicé al ver, en lo que parecía su cabeza, centellar dos diminutas lucecitas, ¡sus ojos! ¿Son sus ojos? Me preguntaba, quería gritar, pero de mi gaznate no salía ni un solo sonido. Tenía miedo; pues había escuchado que en ese mismo punto, a la Ramona la había asustado un espanto, ¿se tratará del mismo espanto? Me preguntaba.
Comencé a rezar y a bajar a todos los santos del cielo, me llené de valor y al fin pude pronunciar, aunque con voz tremulante, palabras reprimiendo a espíritus malignos y hasta del propio Satán, comencé a creer que mi machete para nada me serviría; lo que necesitaba era un crucifijo, pues no hay arma más poderosa para estos casos que llevar un crucifijo y hasta agua bendita si es posible, eso y por supuesto la fe y la firme creencia en Dios y su misericordia, en los ángeles del cielo y todo las fuerzas divinas: “Si Dios conmigo, quien contra mí,” pensaba y repensaba.
Encomendé mi alma al Creador y me dispuse enfrentar a la bestia, ¿o será mejor huir? Que digan que Juan aquí huyó y no que aquí murió, pero ¿dónde quedaría la gloria? Cualquier verdadero hombre estaría dispuesto a ser recordado como un valiente y no como un cobarde, pero quiero vivir, ¡que se friegue la gloria!... Pero ¡que jodido!; Vuelve a mi mente eso de ser macho, ¿dónde quedan mis cojones?, ¿Y mi fe?, ¿Y mi Dios? No hay marcha atrás, ahí voy ¿QUIÉN ERES? A un metro de distancia y caminando de prisa, dispuesto a machetear al susodicho que no se quería identificar, pude saber de una vez por todas de lo que se trataba. No era ningún fulano, ni diablo ni cosa que se le parezca, era… ¡vaya! Con que alivio hoy lo digo y lo cuento querido lector; era nada más y nada menos que una vieja camisa y un sombrero colgados en una de las ramas bajas del árbol que se mecían por el viento, abajo estaba un arbusto que completaban la figura de la que tanto me había asustado, no sé si fue por molestar que pusieron eso ahí, o si a alguien se le olvido llevar su vestimenta de trabajo, lo único que sí sé, es que llegué sano y salvo a mi rancho, gracias a mi Dios que no me desampara. Esas son las cosas que pasan por la poca visión en una noche oscura, oscura, oscura.
¡Ah!, ¿y las dos lucecitas? Pues eso no lo supe y nunca lo sabré, posiblemente fueron las dos únicas luciérnagas que andaban por el lugar, o lo más probable es que fue otra cosa más producto de mi fértil imaginación.
Consejo: “Enfrenta tus temores y se te revelará la verdad”.
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