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¡Bailemos todos este danzar!, ¡Bailemos todos el rumbo del azar!, ¡yo canto y bailo “bíbidi bu”! Y mi conciencia muere dónde estás tú…
Lo odio… que asco… ¡repugnante engendro dios mío!, lo detesto. Vomito mis entrañas con solo mirar en el espejo a esa alimaña y luego me escurro en sus trozos por la cerámica a la alcantarilla donde pertenezco, como todo olvidado por mí mismo, como aplazado por mi yo, yo mismo falleciendo en la oscuridad y en los siniestros de la más esperanzadora imaginación. Sin pensarlo dos veces me digo a mi mismo: “¡Basta para siempre de esta sucesión!”, sin embargo en un “dios mío” he comenzado a recitar mi maldición, ¡maldito ello y el súper yo que no me dejan ser como yo!, o quizás soy como yo y peleo con otro yo finalmente prisionero de ese yo que nunca decidí ser yo, y yo bailo y yo canto al ritmo del azar, azares y esperanzas que no traen nada más que una diarrea crónica brotando del ano de mi frente, lanzando estas heces sobre la demás gente regocijándome en mi mismo y alabando hacia los cielos “infinito es el amor y nada más me faltará”, cayendo luego en el vacío de las cosas faltantes y de la soledad más profunda, ¡pero qué importa si estoy bañado en mis heces, después de todo compensan la falta de otros calores!, las fecas mentales son suficiente compañía para una mente rechazada por sí misma en una alcantarilla, y las cañerías no son el fin cuando derivan en otros baños que, aportando mucha más mierda, zozobra causan en los estanques que coleccionan alabanzas salidas de conductos anales y mariposas de una mente soñadoramente petulante ante lo que no apesta a enfermedades. Luego se reúnen alrededor de las aguas servidas bebiendo de su manjar tan finamente servido, nuevamente alabando a los cielos por la selecta lluvia de mierda que de las estrellas ha caído directo a su plato. Una vez terminado el ritual se dirigen a sus hogares o al más próximo “shoping mall” a deleitarse con la gonorrea de los diferentes rituales sociales. “la mierda es rica hasta cierto punto”, “los trocitos ya son mucho y yo los dejo de lado” me dicen una y otra vez aún digiriendo la comida anterior. “¡no comeré más mierda!” me cito a mí mismo, “¡desde hoy seré libre del fruto de mis diarreas!” me digo gloriosamente tapando el ano de mi frente que duramente se contiene hasta estallar… “estoy cagado” me digo entonces, “¿qué es lo que hago?” regurgito a mis alrededores resbalándome en la inconsciencia de las duras incontinencias volviendo, finalmente, al mismo hecho: ¡maldito sea ello que me brinda al súper yo alimentando al otro yo que nunca quise ser yo!, pero entonces miro al espejo y la pregunta sale de nuevo, “¿Qué es lo que estoy haciendo?”, pasé de lado la solución más simple a mis incontinencias y diarreas mentales, una solución traída de la más noble mente humana y de la más simple y refinada jurisprudencia finamente selecta: un corcho… un simple corcho directo al agujero anal situado en la frente de mi cabeza. Orgulloso camino entonces aguantando como pueda esas enfermedades venidas de mi cabeza, de vez en cuando se escapa algo pero no es nada que un buen paño no pueda solucionar. “mira a ese hombre… seguramente no come en el festín” y me miran como enfermo… supieran como los miro yo… ¿Cuál de ellos me parece más repugnante?... “por dios”… sus rituales son asquerosos (obviamente dejando de lado el hecho que comen sus propias diarreas mentales), hay algunos simplemente ridículos que escurren desde sus rostros hacia mis pies y yo salto sobre sus charcos dejados en el pavimento dibujando ciertas figuras para ellos consideradas sagradas, cambiando significados y dando significantes tan irracionales como un ano en la frente. Se incita a los sujetos a no odiar: “no hagan justicia por sus manos porque la diarrea caída del cielo no caerá sobre los que no defecan por su cabeza”; Se piensa que el amor está limitado: “la fecas se aman solo con la boca, no se llevan a las manos o a actos impuros”; creen en un fin: “llegará un día en que lloverán heces para todos”, y de todos los objetos religiosos más putrefactos que escurren ante mis pies se haya la sobrevalorada esperanza, fruto de las diarreas más pestilentes y de los pensadores con más retretes en sus cabezas que cerebros libres de moscas: “no desesperes hermano que las cagadas divinas esperan en las aguas servidas a los peores malhechores que la justicia humana no pudo ajusticiar”, entonces debo esperar a que un supuesto me libre de los hechos de otros y sentirme satisfecho con ello.
¡Ahí tu que me vigilas desde tu alto retrete!, ¡si, a ti te hablo, maldito engendro que has nacido desde la pestilencia de mi conciencia!, ¡yo no te alimento más con el fruto de mis diarreas pues he insertado un supositorio de pepto-bismol directo a mi cerebro!, espero que con eso se vayan mis recuerdos de marrones prisiones en las que tú me mantenías sin consciencia, sin libertad, sin derecho a la propia moral y perdido en tus leyes más antiguas que las piedras de mi ciudad. Ahora amo libremente como quiero y sin problemas, y miradas me observan como fuego cruzado cuando camino por mis vías porque me enjuician en mi libertad, en mis “extrañas” ropas limpias de antiguas cagadas. Me he librado de la perdición de los profundos amores al señor y de sus reglas sin lógica, por lo menos para mí no lo son, me he librado de poemas tan antiguos como descojonantes, tan irracionales como desesperantes que me encerraban en prisiones profundas, oscuras y siniestras desde donde observaba una simple luz esperanzadora al tope del pozo, ¡y debía contentarme con ello porque el ser humilde es más preciado que aquél que no es capaz de prestar la mejilla con orgullo y soberbia!, y en las profundidades del pozo me vanagloriaba de felicidad, libre entre muros que yo jamás construí, ahogado, enfermo y asfixiado en el amor ante las cosas que jamás se lo merecieron o que jamás justificaron el esfuerzo que yo daba solo por instinto, ¡y no podía ver todas las religiones en las odiosas profundidades del amor!, no podía vanagloriarme de mis propias religiones morales, no podía ser libre del insano instinto que me ahogaba en lo injustificado e injustificable, ahora lo detesto… oh dios como te detesto al dar el increíble salto del instinto y sus mierdas a la libertad y sus conciencias. Maldito semi-humano que antaño aprisionaste mis verdades y sus mierdas, ¡pues yo quería el derecho a tener mis propias mierdas!, pero tú no me dejaste, ¡y no te digo más semi-humano porque cuando miro al espejo ahí estás tú!, no eres semi-humano, quizás un humano fruto de mis conciencias, o más bien de mis inconsciencias, y el fruto de mis conciencias tiene de humano lo que yo le permito tener de humano, no me sobrepasas incluso en tus aclamadas perfecciones, no eres más perfecto de lo que yo soy, no eres más perfecto que toda la gente que te aclama y que a pesar de eso te siguen creyendo divino y no eres más divino que uno de los curas pederastas que están en tus iglesias: ironías reales.
¡Anda dios, donde estás!, ¡lánzame tus rayos, vamos, y conviérteme en comida para los gusanos!, por supuesto no lo harás, pero tu gente aquí en la tierra se encargará de materializar tus rayos… soñadores, y más encima ¿Qué les importa?, en sus acciones se han ido olvidando de ti, día a día, noche tras noche, cada vez eres menos importante que el día de ayer, y aunque ellos con sus mierdas se empeñen en hablar de ti y probar la luz venida de tus brillantes ojos siguen sin poder probar más que la existencia de un ano en la frente encima de los suyos… lo entiendo, pero aún así me impresiona: no podemos probar su existencia pero aún nos matamos por ello, ¡es un poema gigante!.

Texto agregado el 21-07-2014, y leído por 123 visitantes. (0 votos)


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