-Volvemos a encontrarnos, lo dijo con un mal disimulado acento de fastidio,
-¿Todo bien?
-Hoy no quiero hablar de nada.
-Está bien, como tú quieras.
Se despidieron sin darse la mano. Una mañana gris en medio de una avenida congestionada de gente y con el ruido ensordecedor de bocinas que sonaban por doquier.
Manuel, el menor de los dos amigos, sabía que Antonio, su socio, tramaba algo. Pero no sabía bien que cosa. Habían sido amigos desde la niñez, ambos se casaron con las novias de la juventud y ambos se divorciaron en fechas muy cercanas. Además habían emprendido aquel negocio de bienes y raíces desde que terminaron sus carreras de abogacía. Les había ido muy bien, gozaban de una vida cómoda y holgada. No tenían hijos y ahora divorciados se la pasaban de lo mejor, en fiestas, reuniones, citas a ciegas, viajes, en fin todo aquello que dos hombres cercanos a los cincuenta años pudieran desear. Pero desde algunos meses atrás Antonio lucía muy extraño. Se le notaba taciturno y muy ensimismado. Por más que intento averiguarlo, no le pudo arrancar una sola palabra. Es más, cada vez se le notaba más distante y hasta aburrido con su compañía. Opto por dejarlo en paz y no molestarlo más. Tal como había acontecido con este breve dialogo en la mañana. La verdad que empezaba a detestarlo. Manuel siempre había sido considerado con él, cada vez que tenía problemas le había brindado un consejo o simplemente lo escuchaba con mucha atención. Y ahora, sentía que no lo deseaba más a su lado. Bueno, se dijo a sí mismo, serán problemas de la vejez, de los años. Simplemente lo dejare en paz, ya se le pasara.
No lo llamo en el fin de semana, siempre lo había hecho y casi siempre habían tenido planes juntos. Pero esta vez no. El lunes en la mañana abrió muy temprano su correo y le llamo la atención un correo que decía urgente. Era del sobrino de Antonio, le decía tío-así lo llamaba de cariño-“Lo llamé todo el día de ayer, pero no pude encontrarlo. Tío Manuel, se nos ha ido, nos ha dejado”. Por varios minutos no alcanzó a descifrar ese mensaje. ¿Quién se había ido? Y ¿a dónde? Líneas más abajo, lo aclaraba. Su tío, Antonio, al que fue a visitar el domingo pasado había dejado de existir. Había sido un ataque al corazón fulminante. La noticia le cayó como un balde de agua fría. Pero cómo había pasado-se preguntaba una y otra vez- Si parecía gozar de una salud de hierro. Nunca se había quejado de nada.
Pasaron muchos años desde aquel fatídico día. Ahora su amigo era un lejano recuerdo. Aquella mañana se puso a arreglar los libros de su enorme biblioteca. Tenía allí casi 9 mil libros de todas las materias que a él le gustaban, desde obras de derecho hasta filosofía. Cuando de pronto, cayó un sobre de uno de los libros. Era una carta que su antiguo socio le había escrito a él semanas antes de su muerte. Parece que su ama de llaves en un descuido la había dejado dentro del libro que aquella vez estaba leyendo y que dejaba sobre su mesa de noche. Luego con todo lo que había acontecido con la muerte de su socio, simplemente se había quedado allí y luego lo guardaron en la biblioteca y nunca la pudo leer. Estaba ya amarillento por el paso del tiempo y reconoció la letra de su antiguo socio. La abrió con mano temblorosa y se puso los lentes para poder leerla. Conforme avanzaba con la lectura, gruesas lágrimas rodaron por su envejecido rostro, y al terminarla solo alcanzo a musitar “Perdóname Antonio, descansa en paz”.
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