En aquellos tiempos no tan lejanos, y hay quien asegura que fue a finales de otoño, el movimiento en las calles de toda la nación había bajado considerablemente en las noches, y todo por causa de aquel interés sin precedentes que un programa que estaba de moda había acaparado. El programa había prometido felicidad y riquezas a quien dilucidara de la mejor manera el enigma presentado por cobertura de red nacional : ¿ Dónde obtiene su vestimenta el famoso enano de la farándula ? Todos tenían alguna una suposición, por cierto, y la respuesta guardada a siete señas estaba pronta a darse a conocer. Se dio a conocer la noticia de que un ciudadano ansioso acabó muriendo de un infarto tras haber comido un total de 14 costillas de cerdo durante la vigilia del resultado.
La mayoría de la población se inclinaba por la idea que el enano célebre mandaba a hacer especialmente su ropa a una costurera. Encuestas relámpago acusaban que el cuarenta y cinco por ciento sostenía aquella idea. Y competía contra otra corriente de opinión con un relativo buen respaldo : que el enano de la farándula adquiría su ropa en tiendas especializadas en vestimenta infantil.
En aquellos tiempos de anticrisis se establecieron mesas redondas y variadas entrevistas para condimentar aún más el ambiente de aquellos dias inolvidables. Periodistas sonrientes fueron destacados en tres turnos por dia dentro del palacio presidencial. Otros viajaron a cubrir ciudades del interior. Opinaron senadores y diputados y apenas los que se hallaban recluídos en la cárcel pública no fueron considerados. Sucedió que los opinantes se explayaron hacia otros temas menos interesantes y aprovecharon para hacer desmentidos y dar explicaciones. Uno se quejó de lo injusto que era el pueblo al confiar más en las máquinas tragamonedas que en ellos. Por supuesto que también habló el ministro de la cultura, quien afirmó enfáticamente que los programas al aire eran una demostración más, así lo interpretaba, de la globalización de los benefícios de la democracia y la madurez cívica, también, ¿ por qué no ? ávida de distracciones.
De nada le valió al ministro de cultura el haber sido un célebre y prestigioso galán de telenovelas en el pasado, constantemente requerido por la prensa a causa de las lúcidas y sensatas opiniones, pues esta vez desvió el raciocinio de la incógnita hacia las supuestas virtudes morales y hasta éticas de su tienda política, y se quedó hablando solo cuando el reportero salió disparado con su micrófono decidido a otra materia, a captar las impresiones de un enano venido especialmente desde la Argentina, para ser entrevistado con la ventaja y compromiso que no colocaría ningún tipo de restricciones, inclusive sobre el espectacular tamaño del miembro viril que el imaginario popular le atribuye a los enanos. Eran tiempos de derribar mitos.
El senador Próspero Casagrande en rigor no era un hombre disputado por la prensa, pero se había constituido en uno de los pocos parlamentarios capaces de dar la cara y emitir sus puntos de vista, aunque nadie los tomara en cuenta. Pero él era un entusiasta candidato a ser siempre reelegido, y consideraba vital para sus aspiraciones realizar aquellas apariciones en los medios., y así evitar que entre elección y elección los votantes se olvidaran de él, o le hicieran la desconocida frente a cualquier advenedizo o algún aventurero electoral en busca de candidatearse para un provechoso período de ejercicio que le permitiera alcanzas una solvencia financiera definitiva. Y si había algún ducho en materia de finanzas personales, este era el senador Próspero Casagrande. Se jactaba de ser uno de los poquísimos que nunca se había envuelto en un escándalo de corrupción ni de depredación del dinero público. Es cierto que el pueblo y hasta sus electores sabían poco de él, y nada más que un puñado de personas estaba en conocimiento que él era un ferviente pastor evangélico, perteneciente, claro, a la llamada bancada evangélica. Un tiempo antes de emprender la carrera de senador, Casagrande barajó otra bifurcación para su camino : hacerse nombrar obispo y formar su propia iglesia. Pero pudo más la mesura y decidió que aquella empresa la emprendería ya instalado en las altas esferas del poder, ambiente propicio para concretar esas empresas de alto nivel.
El enigma del enano había cautivado ya a medio mundo y la ingeniosa curiosidad que había instalado en el público el origen de sus piezas de ropa, le parecían al senador una suprema entretención, incluso más apasionante que aquel otro concurso lanzado por los competidores y que procuraba conocer, escoger y premiar generosamente a los mejores imitadores de renombrados cronistas deportivos, presentadores, animadores y cantantes de todo el país. Entre aquellos dos fenómenos se hallaba repartida la conmoción pública de todo el país. El senador Casagrande reconocía que aquella distracción masiva pecaba a veces de futilidad, pero a veces también pensaba que la vida toda era una futilidad. El enano, en cambio, no pensaba nada de eso, pues hallaba un delirio encontrarse de lleno en la cresta de la ola. Tal vez los menos tajantes en sus juicios eran los imitadores, y quién sabe si era a causa de lo efímero de su gloria. Es que resulta chocante observan cómo a veces pasan tan de prisa de la admiración a la indiferencia, de la opulencia a la necesidad, y eso se explica a que sus talentos están presos a las evoluciones de los imitados. Así ocurre que si el grandioso cantante que imitan con rigor pierde la voz y pasa al olvido, la ascendencia social del imitador invariablemente seguirá la misma suerte.
Cada uno, por su parte, ocupado en su propio universo, disponía de una visión simple y, en consecuencia, bastante peligrosa: no cuestionaban ni menos sospechaban que el furor en que estaban envueltos no era de naturaleza permanente. El enano podía meditar y hasta sentir una mayor aprehensión con respecto a la suerte de los actores profesionales. Estirpe que suele incursionar sin recato como grandes opinantes de las cosas del mundo. Sucede que a veces eran admirados, conocidos y recordados no por ellos mismos, sino por algún personaje que alguna vez caracterizaron y marcaron profundamente la memoria popular De modo que a la larga quien los sobrevivió fue el personaje. Esto, el enano lo hallaba extremamente humillante.
El senador Casagrande, en cambio, no hallaba humillante ninguna constatación de este tipo. Lo único que hallaba bochornoso era cuando un diputado o senador era retirado del congreso esposado por la policía. Era tanto su rubor en esas ocasiones, que él mismo había decidido gobernar la situación y estaba preparando una ley que le impedía a las autoridades tomar prisioneros dentro del congreso, y limitaba estos procedimientos a los lugares de residencia.
Eran días buenos para los caricaturistas. Todos ellos, con diversos aciertos, vendían las caricaturas del enano en cantidades elevadas. La verdad es que cualquier producto relacionado con la figura de la farándula se vendía, para alegría de todos los mercaderes de ocasión. Habían tazas de cerámica con el grabado del enano estampado. También aparecieron banderas de colores, lapiceras, calcomanías, programas de entrevistas con otros enanos que daban su testimonio, y otro estelar con la participación de un profesor de primaria que había sido el maestro de la figura y quería dar su opinión al público. Aquel día ese fue el programa que se llevó la audiencia más alta, llegando a su punto máximo en el momento que el conductor puso la pregunta indiscreta en el aire : ¿ Cuál era el sobrenombre que sus más cercanos le habían dado al enano en la intimidad ?
La alegría reinaba en el rostro de la mayoría de los ciudadanos. La vida sí que era algo que valía la pena. Esa era la gran lección que quedaba tras el éxito rotundo de los pensadores audiovisuales en el país. Nada más hermoso que un pueblo triunfador, culto y conversador. De eso nadie tenía dudas.
Se supo en el ambiente artístico que el director ejecutivo de una emisora de señal abierta muy competitiva, había utilizado todos sus recursos mentales para cranear y planificar toda una estrategia programática que pusiera a su canal en la vanguardia de aquella conmoción mediática. Luego de intensos debates con su plana mayor, que muchos se lo figuraron parecido a un cónclave papal, se dio a conocer un concurso sorprendente y lleno de osadía que consistía en descubrir y premiar generosamente a quien ganara como el doble indiscutido del enano de la farándula. El concurso prometía que hasta las calles quedarían desiertas a causa del interés por asistir a la pantalla el desenlace. Aparecieron taroristas, espiritistas, médiums, ufólogos y sabios, y hicieron predicciones y hubo suficiente dinero para todos. Entrevistaron a hombres y mujeres, deportistas y modelos, actores de telenovelas y opinólogos, de modo que la cobertura del suceso alcanzó a prácticamente a todos los rincones de la nación. Personeros de gobierno, políticos, ministros y prefectos también se involucraron en la diversión, aunque nada más que como espectadores, y contrariamente a lo observado por algún mal pensado, lo hicieron sin ninguna intención de ponerle leña al fuego de la distracción pública, pues ese tipo de acciones requerían de algún entendimiento.
Mientras algunas personas asistían estupefactas las más osadas entrevistas a personajes de moda, como la de un velocista que declaraba sin interrupciones su filosofía de vida, su manera de pensar y de vencer dificultades, y cómo él sobrellevaba estoicamente sus lesiones musculares, había otros ciudadanos más prácticos que desligaban los aparatos a las once de la noche para descansar, dormir o estar con sus parejas, aunque al día siguiente tuviesen que peregrinar en sus lugares de trabajo para buscar a quien los pusiera en día de las últimas novedades. El senador Próspero Casagrande era uno de esos.
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