Di vuelta a la esquina sin precaución y los documentos que cargaba apretujados al pecho saltaron, lo peor, la inoportuna ráfaga de viento que los desparramó por la calle. Corrí tras ellos y cualquiera viéndome hacer esfuerzos por levantar cada infeliz papel que volaba, encontraría similitud con un individuo que hace intentos infructuosos por atrapar a un pollo. Casi puedo asegurar que a la distancia la pobre víctima de mi torpeza montaba en cólera, pero seguí en lo mío.
Al fin, cuando la mayoría de memorandos, cartas y oficios estuvieron en mis manos, me detuve y aspiré profundo antes de llevarlos a su dueña. A la distancia le vi tan tiesa como el poste erecto a su lado, noté que una de sus manos tapaba firme la boca en aparente gesto de censura, digo yo, para evitar que el montón de maldiciones fuesen escupidas de una sola vez en mi rostro.
Lo merecía sin duda, así que no tuve más remedio que aspirar profundo por segunda ocasión y, contrariado, me dirigí hacia ella. ¡Oh sorpresa la mía! De esa boca ya liberada, estalló la carcajada más estridente salpicando mi rostro con su saliva atomizada, en un acto accidental pero bastante desagradable. No supe si lo provocó mi semblante, que pudo ser de azoro, molestia, compunción o repugnancia, o la representación ridícula de la danza del viento, o todo, pero de cualquier forma, esa risa casi histérica me pareció lejos de proporción.
Mientras el espasmo hilarante le arqueaba el cuerpo, volvió a tapar su cara enrojecida, ahora con las dos manos. Hasta ese momento no había tenido oportunidad de observarla con detalle, pero sus ojos…, sus ojos son lindos.
Mantengo abrazados los papeles revueltos y francamente apenado, ella da un paso hacia mí mientras la descarga de risa va cediendo y las manos que lentamente descubren el rostro dejan ver la taimada sonrisa que se quedó dibujada en su boca.
Se fue poniendo seria hasta asumir una actitud ceremoniosa. _ ¡Dios, qué bella! _ fue inevitable el temblor. Me miro fijo, y esos puñales penetraron mi pecho. _ ¡Clávalos más profundo!_ Deseaba, _ si de esto he de morir, bienvenida la muerte…
Vagué un instante. Volví cuando mis labios sintieron el roce húmedo de los suyos, y luego, el delicado susurro en mi oído… “ILUMINASTE MI DÍA”.
Quitó de mis brazos los documentos que yo apretaba tan fuerte como si fueran ella.
Nada dije. No es que me haya quedado mudo, simplemente no quise romper el trance. Se alejó lentamente saboreando el momento, yo seguí ahí flotando en mi burbuja de felicidad, disfrutando la miel desprendida de esa planta carnívora que sin hallar resistencia me devoró.
La vi perderse entre la gente, no intenté ir tras ella, no quise saber su nombre, preferí guardar ese momento así, sabiendo lo que fue y no angustiado pensando en lo que pudo ser.
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