Presagio

La primera vez en que se presentó el fantasma, Claudio jugaba en el pasto con un ferrocarril de madera. Hacía poco había muerto la tía Fernanda y Claudio creyó que sería su espíritu. Al principio pensó que era mamá, que venía a decirle algo, pero el fantasma era más alto y más robusto que ella, incluso más que la tía Fernanda. Claudio se quedó mirándolo, mientras el fantasma cruzaba todo el jardín dejando tras de sí el aire viciado, un extraño olor a tierra húmeda como el de raíces centenarias y una estela de silencio.

Claudio me lo contó muchos años después, la segunda vez en que apareció el fantasma y entonces recordé aquellos días sepultados en el olvido, en que repentinamente Claudio no quiso apagar la luz de nuestro cuarto, mojó la cama por las noches y se despertó gritando durante semanas.
Fue una tarde de frío mientras estábamos recostados en la galería lateral de la casa. Jugábamos con las hojas amarillentas del otoño cuando un extraño silencio nos sacó del sopor y alzamos la mirada hacia el sendero de entrada. Claudio lo reconoció al instante y balbuceando palabras incoherentes me contó del primer encuentro, mientras el fantasma se acercaba alterando el entorno. Miré sobre mi hombro a través de la ventana de la cocina, el péndulo del gran reloj estaba detenido. Mamá murió esa misma noche.

Desde aquella tarde, Claudio no volvió a pronunciar una sola palabra el resto de su vida. Días antes de morir, me susurró al oído una canción que yo no había vuelto a escuchar en muchísimos años y que nos cantaba la tía Fernanda cuando éramos niños: gira este mundo escapando al tiempo, gira, gira, que ya es tu turno. Durante el entierro de Claudio el fantasma se presentó por tercera vez. El tiempo se está apagando y mis manos se congelan mientras el fantasma me mira.