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LA PELOTA MAS BUENA DEL MUNDO

La pelota rodaba una tarde por calles peruanas, y de pronto vio a Raulito, llorando entre la multitud que veía el Mundial de Fútbol a través de una pantalla gigante instalada en una esquina pública. Le preguntó por qué de su llanto.

-Porque Perú no está en el Mundial- respondió desconsolado el pequeño.

Si había algo que le hacía doler tanto a la pelota, era ver a un niño triste. Le prometió que todo cambiaría.

-Con esos malazos de la selección, ni en mil años clasificamos. Perú tendrá que organizar un Mundial para volver a jugarlo algún día - pensó la pelota.

Y no le faltaba razón. Después de una época brillante en que asistimos a seguidos mundiales, derrepente, el fútbol peruano cayó en una oscuridad de decenas de años sin clasificar a ellos.

Desde ese día, la pelota se entregó de lleno a las artes de la usurpación. Y es que había decidido meterse a la cancha en todos los partidos eliminatorios para ayudar a ese equipo tan mediocre.

Mañana, tarde y noche, la pelota afinaba con esmero el golpe de gancho o el codazo eficaz que haría desmayar a las pelotas a suplantar.

-¡Perú al Mundial!- era el grito de guerra de la redonda durante meses de sudorosas prácticas. No veía ya las horas para iniciar el largo camino hacia el objetivo final.

Rápidamente pasaron dos años, y al fin llegó la era de las eliminatorias mundialistas.

En el partido inaugural ante Paraguay, la pelota se las ingenió para meterse a nuestro querido Estadio Nacional y confundirse con las pelotas oficiales.

-¡Manos a la obra!- dijo, mientras observaba detenidamente a la pelota que el árbitro había escogido y puesto en el piso mientras colocaba las tarjetas en su bolsillo.

Entonces, afilando la puntería, disimuladamente le metió un furibundo cabezazo a la pelota a reemplazar y la hizo rodar desmayada hacia los baños.

Minutos después, entre las manos del árbitro, ingresó la pelota muy campante al estadio bullicioso.

Hay que resaltar que la pelota era muy lista, pues antes que empezaran las eliminatorias, había diseñado una estrategia bien estudiada por cada rival a enfrentar, con los resultados razonables a sacar y los goles suficientes a permitir y a anotar, según la calidad de los equipos contrarios. Pero en medio de todo, sabía que tenía que ser muy pero muy conchuda para ayudar al equipo peruano, por la pobreza de su juego.

Y así fue contra Paraguay: de cincuenta disparos con destino a gol de los paraguayos (la pelota ya no pudo más con tanta sinvergüencería suya de salirse desviada) tres veces tuvo que meterse al arco incaico; y de veinte patadones fuleros de los peruanos, lógicamente se metió cuatro veces a la meta guaraní para lograr un triunfo sufrido. Buen comienzo: 4-3, ante el desconcierto del cuadro paragua.

Para el siguiente partido frente a Chile, la pelota rodó durante tres días soportando el frío de las montañas, hasta llegar al estadio de Santiago poco antes de empezar el encuentro.

Como es fácil suponer, la pelota tuvo que recurrir nuevamente a su descarada parcialidad, jugarse el pellejo al meter mano en ese épico empate de 4-4 que le arrancamos a los sureños.

-¡Va para tí, Raulito!- gritó muy patriótica la pelota, dedicando el partido al niño, que a la distancia celebraba el buen empate.

-¡Qué pasó!- protestaron los furiosos chilenos, cuando Perú anotó el cuarto gol de la paridad en los descuentos del cotejo. Era un disparo que estaba saliendo a dos metros del travesaño, y de pronto, inexplicablemente, se metió muy oronda al arco mapochino. Los chilenos exigieron al árbitro cambiar a esa pelota sospechosa, y le sacaron tarjeta roja.

-¡Fuera de acá, pelota embrujada!- le gritaban los fanáticos enardecidos. No faltaron algunos que se metieron a la cancha para agarrarla del cuello. La asustada pelota, caballero nomás, escapó del estadio santiaguino antes que la lincharan.

Y así fueron los demás partidos, manejándolos eficientemente, según la necesidad de los puntos a obtener.

Astuta como ella sola, se las arreglaba para volver al campo cuando la expulsaban o cambiaban por otra pelota. Ella ni corta ni perezosa, esperaba pacientemente que la pelota intrusa saliera del campo para meterle un magnífico puñetazo y volver a la cancha para mandar e influir en el juego.

En los siguientes cotejos de la primera rueda, de visita ante Ecuador se dejó empatar 2-2.

-¡Lo justo!- dijo sudorosa y contenta al abandonar canchas quiteñas.

De local frente a Brasil, también cedió un empate con un batallador y conchudo 5-5; ya se imaginan por qué. Claro, los brasileros eran muy contundentes, y la pelota, contundente con su frescura. ¡Qué más quedaba!

Con Colombia en Lima fue suficiente ganarles por 3-1. Esa noche, la pelota felizmente no tuvo mucho trabajo, pues los muchachos peruanos jugaron algo inspirados. ¡Oh milagro! Solamente en el segundo gol la pelota metió su cuchara.

Pero de visita contra Uruguay, al que humillamos con un apabullante 5-1 en el mismo Centenario, sí que se le fue la mano a nuestra querida pelota.

-Nadie es perfecto en esta vida- se excusó la pobre, escapando de cientos de charrúas que la correteaban para darle una merecida paliza por esa goleada tan bochornosa.

De local ganamos a Venezuela con un ajustado 2-1. Fue la única vez que la pelota no metió sus narices para nada. Los venezolanos, en realidad, no venían jugando tan bien.

Y en Lima ante Argentina, para no alimentar más sospechas (mosca la pelota) se dejó perder por 3-2. Así, por algunos días, la pelota le tapó la boca a todo el periodismo futbolero sudamericano que criticaba con dureza de que cómo era posible que, de la noche a la mañana, un equipo de ineptos saque resultados tan extraordinarios e increíbles.

Pero la pelota no se preocupó por esta primera derrota que para nada estropearía los planes trazados, pues todo lo tenía fríamente calculado.

Y cerramos exitosamente la primera rueda de visita en la alturas de Bolivia con un buen empate a 3 por bando. Como ante Colombia, la pelota intercedió poco en el resultado, pues tuvo suerte que esa tarde nuestros muchachos estaban con las pilas puestas, y solo los ayudó en el primer gol.

Con 17 alentadores puntos acumulados ( detrás de Argentina, Brasil y Chile) olía a clasificación el misterioso gran desempeño de los peruanos.

Empezando la segunda rueda, frente a Paraguay en Asunción, la pelota firmó un agónico empate a 4, a falta de 5 minutos para acabar el encuentro. Ante las justificadas protestas de los paraguas, le volvieron a sacar la roja a la pelota. Felizmente nuestros muchachones aguantaron bien el desesperado vendaval guaraní en los últimos minutos y sacaron un punto de oro.

Luego de locales ante Chile y Ecuador, la pelota se aseguró con sendas victorias de 2-1 y 3-1, respectivamente.

-¡Ya tenemos 24 puntos!- gritaba emocionado Raulito al salir del estadio (luego del triunfo ante los ecuatorianos) confundido con la afición efervescente.

De visita a Brasil, para no crear más suspicacias, dejó que perdiéramos por 3-0. Según ella, no había de qué preocuparse.

-Tranquilos peruchos, que todo lo tengo controlado- pensaba muy serena la pelota.

Ante Colombia en Barranquilla, era imperioso no perder. Y asٕí fue. Contra viento y marea, sin preocuparle para nada las críticas y maldiciones que le lloverían en pleno juego, ni los golpes que le darían, la pelota sacó un heroico empate a 6. Antes de huir del estadio, alcanzó a sentir por el trasero, unas buenas patadas que le propinaron decenas de cafeteros, enardecidos de la ira por haberlos puestos al borde de la eliminación.

De esta manera, la clasificación estaba a un paso de lograrse ante la alegría de Raulito y de la fanaticada peruana.

Había que ganarle a Uruguay en Lima sí o sí para ir al Mundial.

Esa noche el Nacional (¡qué noche, señores!) se vistió de blanquirojo por todos sus costados. Raulito, flameando su banderita peruana, al igual que los miles de aficionados que repletaron nuestro adorado coliseo, saludaron eufóricamente la salida de nuestra selección.

-¡Perú Campeón, Perú Campeón, es el grito que repite la afición…!- cantaba todo el mundo.

Para sorpresa y susto de todos, los charrúas se pusieron adelante apenas empezado el partido.

Raulito y la fiel hinchada, a pesar del baldazo de agua helada que recibieron, no dejaron de alentar.

Al término del primer tiempo, la visita se fue al descanso con el 1-0 a su favor.

En el segundo tiempo, la superioridad de los uruguayos era evidente. Ya la pelota había cumplido con salvarnos en incontables goles cantados.

A falta de 5 minutos para culminar el partido, Raulito y la fanaticada empezaron a desesperarse.

Pero, ¡qué bandida que era esta pelota, ¿no?! ¡Cómo le gustaba hacernos sufrir! De antemano, todo lo tenía planificado, pues para darle emoción a la noche, la pelota se metió al arco enemigo a los 42. ¡Goool peruano!

Todos recobramos las esperanzas que se nos moría. Rugía el Nacional. Un aliento ensordecedor instaba a los muchachos a dar la estocada triunfal.

Poco después, las imágenes que se vieron en el último suspiro de la dura batalla, eran dignas que se eternizaran o congelaran en ese espacio bendecido de 50,000 almas delirantes de alegría, o que se repitieran una y otra vez por siempre, para vivir toda la vida aferrados en los brazos de la felicidad.

-¡GOOOOL, GOOOOOOOLLLLLL, GOOOOOOOOOL- gritaron llorando Raulito y miles de frenéticos peruanos. Nuestro amado estadio era un loquerío. Perú anotó el gol del triunfo cuando ya el árbitro estaba por pitar el final. Era el apoteosis en carne viva.

-¡Al fin, clasificamos a un Mundial! Nuevamente, ¡después de tantos años!

Desde la cancha, con una sonrisa ancha, la pelota pudo ver a Raulito saltando como loquito, abrazado con su padre entre lágrimas.

La pelota se convenció que, para un amante del fútbol, no había cosa más bella que ver a su selección en un Mundial.

-¡PERU, PERU, PERU, PERU….! – era el enfervorizado grito al unisono que retumbaba el Nacional.

Raulito se metió al campo y abrazó largamente a la pelota, agradeciéndole por tan hermoso regalo.

-¡Nos ayudarás a campeonar en el Mundial, ¿no?- dijo inocentemente el niño a la pelota.

-¡Oh, no, eso sí que no! No te pases, Raulito. Ahí sí que la FIFA me manda a fusilar- dijo la pelota, ante la carcajada del pequeño.

-¡Misión cumplida, Raulito! ¡Perú al Mundial!- dijo la pelota antes de retirarse, besando la frente del niño.
Y se echó a rodar por Costa, Sierra y Selva, para ver a la gente contenta.

-Ya saldrán los jugadores de antes que nos llevaron a los mundiales, ya verás. Entonces, ya no haré falta, y gozarás muchos mundiales, ya verás- pensaba la pelota, perdiéndose por las lejanas siluetas de las nevadas montañas.

Era LA PELOTA MAS BUENA DEL MUNDO, por todo el sacrificio que hizo, soportando estoicamente hambre y todo clima adverso durante su largo periplo sudamericano.

De aquello, son testigos los días de fútbol y sus huesos húmeros, la soledad, la lluvia, los caminos…


Texto agregado el 17-07-2014, y leído por 148 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
17-07-2014 La verdad, no me gusto mucho el cuento, pero entiendo tu sentimiento. Saludos. pataderana_
17-07-2014 !Una emocionante historia! Narrada con fervor patriótico y deportivo. !Excelente narración! Que llena de entusiasmo. Un saludo cordial y ***** NINI
 
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