Actualmente el amor parece más un reality show... De entrada nos presentamos con infinidad de gente que ni conocemos para el casting, después nos filtran en pruebas de actuación (de jurados ex parejas, familiares y hasta la mascota), entramos en una convivencia donde cada quién hace su juego e inicia con una estrategia, nos evalúan de nuevo en pruebas constantes (cascaritas) para saber que probabilidades tenemos de que nos despachen.

Nos dan tiempos exactos para aprendernos el libreto con el que los otros no pudieron, quién mejor lo hace se lleva la anhelada protección ¡una semana más en competencia para llegar a meta! En caso de fallar en la prueba escogen a los dos peores ¡él que perdió la máscara antes de tiempo y quién olvido sus diálogos el parlamento!

Apenas están los jueces listos con sus veredictos ¡somos sometidos al voto popular, etapa en la que de nuevo hasta el vecino y el perico, tiene voz!

Terminada la competencia después de lagrimas, halagos, conquistas de medio pelo, discusiones, chascos y más de una escena barata de celos... Se conocen los finalistas, los mismo que pueden ser desde el personaje de nuestros sueños hasta un verdadero pelmazo.

¡Tanto tiempo tratando de llegarle a él o ella!... Durante la premiación obtenemos nuestro codiciado galardón, que va desde un corazón hasta un premio de consolación (si te parece aún podemos ser amigos... si algo yo te aviso), superando toda la que sabemos nos tocó comer, recibimos una palmada en la espalda al darnos cuenta que no era quién creíamos y no valió la pena.

En el mejor de los casos terminamos tomándonos un café con alguna persona que conocimos en la fila y estableciendo fechas para nuestro propio programa basura.