Con las manos en la cabeza, gritó. Gritó con fuerza, movido por un extremo dolor, motivado por la exasperante necesidad de exteriorizar un derrumbe de sentimientos, recuerdos tristes y sueños rotos.
Gritó, dejando que todo, su ira, su tristeza, su llanto; todo saliera, disparado por su grito. Quería decirle al mundo que ya estaba harto. Harto de su dolor, harto de la maldita tristeza que le seguía, como un perrillo faldero, a todos lados. Harto de sentir lástima de sí mismo, pues a su vez, él era el perrito faldero, que no se cansaba de seguir el mismo estúpido sueño.
Harto de estar cansado, de estar débil, al punto en que le era difícil levantarse por las mañanas, siempre solo, con el frío de la soledad como única compañía, y los dedos congelados como su corazón... harto de estar harto, gritó.
Desesperado, sofocado, gritó. Se retorcía, luchando con toda su fuerza, contra sus más recónditos deseos de no luchar más...
Su voz explotaba en el aire. Su corazón, sorprendido por el grito, despertó a un latir más rápido, calentando su frío pecho, dándole una cálida sensación de alivio que jamás había sentido. Bajo su camisa crecía una calidez enorme, en contraste al frío que sentía todas las noches heladas de la soledad.
La sangre subió hasta su cabeza, y su rostro se tornó rojo carmesí. Su corazón latía con más fuerza, recordando finalmente que aún estaba vivo, y hacía que el líquido escarlata viajara por todo el cuerpo, calentando hasta aquellos congelados dedos...
Se apoyó con los brazos sobre la mesa, descansando... recuperando fuerzas... luego, con ademanes salvajes, los agitó por el aire, lanzándose al suelo, convulsionando como un poseso...
Finalmente, entre jadeos, quedó en el suelo, inmóvil.
Una sóla bala en la cámara. Cargó el revólver, y apuntando con cuidado al punto vital, haló del gatillo.
El grito cesó.
Bowen Alanos |