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Aquel niño se sentía en la extraña obligación pero su condición de marioneta de dios le obligaba a seguir las tareas que su inconsciente le asignaba en forma de su interpretador de la visión real que el quería tener.
Se asomo lentamente, ya tenia sus jeans remangados y lucia con pantalones tres cuartos, y se apresuraba, salpicando agua, por todos lados, pero eso no era lo importante. Lo verdaderamente importante era ser rápido y dejar la cadena ahí.
Corrió, marcho, y camino y lentamente se fue tranquilizando al punto de simplemente disfrutar por las orillas del lago. Disfrutar del día de sol que nuevamente su inconsciente le había regalado para aquella bizarra situación. Luego entonces se estaba acercando al caballo, pero no estaba como la última vez que lo había visto.
El caballo estaba tirado junto al lago, su piel se mojaba, su cabeza y su cuello estaban completamente normales, su pupila estaba dilatada como la de cualquier caballo, pero su cuerpo estaba vació, solo habían huesos, y al estar en contacto con el agua salía algo así como un aceite que además de disolver y darle una apariencia horrible al caballo lo hacían completamente hediondo.
El niño pronto se empezó a sentir mal, las nauseas lo invadieron tenia que hacer esto rápido, no quedaba duda que aquel caballo de lastima estaba completamente muerto, pero tenia que dejar la cadena ahí de una vez.
Entonces cuando ya el caballo estaba a sus pies se inclino, aunque en realidad con el olor que el caballo liberaba el no quería hacerlo, pero lo hizo. Pero cuando estaba ya inclinado a segundos de dejar el collar entre sus huesos, salio de la nada, de entremedio del lago aquel caballo. Uno gigante más grande que este que recordaba con cariño. Uno de ojos negros y cuerpo café que luego de sacar el agua de su crin corrió con la mayor de sus fuerzas hacia donde estaba el caballo penoso.
No le quedo otra que correr al pequeño niño, y cuando se encontró donde estaba antes, la imagen retrocedió y todo sucedió al revés.
Las gotas volvían a la crin de aquel caballo de cuerpo café y su crin negra volvía a estar llena de agua, y con la misma velocidad que entro se volvió a sumergir.

Rigremus a oivlov es ortne euq dadicolev amsim al noc y, auga ed enall ratse a aivlov argen nirc us y efac opreuc ed ollabac leuqa ed nirc al a naivlov satog sal.

Y desapareció como si nada hubiese pasado.

Decidió, entonces que, el iría por fuera del lago hasta llegar donde el caballo de la figura triste para no salpicar ni siquiera una gota y despertar a la criatura del fondo del lago. Camino sigilosamente.
Paso por paso, meditando cada roce que hacia con sus pies desnudos cuando chocaban con aquellas piedras próximas al agua, como cuando soñaba que caminaba hacia la cocina a altas horas de la noche a fumarse aquel cigarro de bienvenida al alba.
Una vez mas se paraba frente al caballo que solo te entregaba un olor que ni a las moscas les hubiese gustado recordar a la hora de su muerte, es mas, ni siquiera habían moscas rondando a aquel equino de piel café con tonos blancos en sus huesos, y además las grietas de ellos acompañados como ríos de tintura de aquel color que comúnmente se le asocia con la pasión, eran ranuras rojas en sus huesos perforados.
Se dio media vuelta para dejar nuevamente el collar, se inclino.
Y nuevamente no podía detener el aura del nuevo ser que se acercaba próximo, estaba esta vez decidió a devastarlo, ya era hora de que saliese. Y así fue.
Aquel caballo enorme de cuerpo café y crin negra salpicaba gotas sucias de sangre del centro del lago, para avanzar nuevamente al caballo de la figura desdeñada.
Corría y corría, salpicando de todo a su paso, y el niño se empezó a sentir cada vez peor. Y le afectaba el olor le dolía la situación, lo situó extraño, y de pronto se pregunto el por que de su situación. Las nauseas y aquel olor horrible le cegaba la vista. Y finalmente paso lo que irremediablemente pasa a todo ser que camina frente a un caballo de mal olor.
Se paro por pocos segundos recto, pero luego inclino solo su espalda apoyó sus manos en las rodillas, abrió la boca y comenzó a vomitar, de color blanco hueso. Arcadas y más arcadas.


Y de pronto vio el cojín negro que estaba siempre ahí, mientras seguía haciendo arcadas y escupiendo solo saliva.
Ya era tarde y temprano, había llegado la hora de caminar sigilosamente hasta la cocina para fumar su cigarro de bienvenida al alba.

Texto agregado el 28-08-2004, y leído por 175 visitantes. (0 votos)


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