Día feliz aquel en que nació una morenita, color chocolate no espeso, claro, pero dulce. Entre esos tonos marrones sobresalían dos escleras blancas enmarcando dos pepas gigantescas, oscuras como su cabello ensortijado; trenzado por dedos finos de ángeles. Delgada, a medias, tenía fosas ilíacas separadas que solían dar la alucinación de “rompe pañales”. La alegría caminó alrededor de sus pies…, en ese momento …itos; no hubo un grito, que inicia repentinamente un llanto de vida, sino un tono grave sonoro que replicó a un compás más bien de son, estas ondas viajaron hasta una plaza sin nombre y allí se perdieron… esperaron en el tiempo.
Rosario, lejos del mundo capitalino, complejo, sórdido y oscuro; su nacimiento le robó la luz y calma a ese lugar. Esas notas vocales de vida replicaban algo como independencia. Casi rueda por los brazos del partero, con quien cruzó mirada y al ver un manchón blanco, “luz”, sonrió, –de ahí hasta el final-. Su madre, recogida entre sabanas, lo acostó de manera tal que todos sus hermanos observaran la nueva forma humana que robaría besos y abrazos de esas habitaciones. Paredes, más que cemento contienen cristales de ilusiones, granos minerales que unifican materiales constructivos en forma de casa-hogar. Su primera prenda fue una boina negra, tejida por una vecina que anhelo y vivió la compañía, quien falleció en independencia racional pero con ataduras de amor que la elevaron al éxtasis.
Si, definitivamente su vida caminaba alrededor de la vida, su sonrisa era fuente de alegría dulce y fuerte. Sueño hecho realidad; convivía en salones, abriendo ventanas dando forma a las alas, que al pasar el tiempo ella veía extenderse y volar. Era un sueño, caminaba, caminaba…centro de la ciudad, hombres con vestidos blancos y bastones, en carretas, mujeres con trajes elegantes. Paran los caballos, suenan en el fondo tambores, guitarras, sonidos que pierden tono ante una voz que grita “carretero”. ¡Llama al hombre blanco, o a mis ser que siente las vibraciones de sus cuerdas para entonar a coro “vamos –juntos, ¡si! Juntos- al monte”.
“Parada enfrente de un micrófono, observada, aturdida pero preparada para abrir mis alas, extenderlas al nuevo horizonte, de musicología. Ciencia que ejerce un efecto indescriptible en los nervios, inician a vibrar y con ellos los músculos concluyendo en un frenesí propio de la dulce secuencia de sonidos melódicos”. Era la “hora del té” hora de empezar a extender esas alas; como salvándose de gaviotas, voló tan alto su son que alcanzo el triunfo para aterrizar de nuevo, pero ahora en otro espacio en la misma altura “Conservatorio nacional de música”, remodelo sus letras en notas negras, blancas, con o sin sostenido que en conjunto fundamentaban las nueva literatura de su ser.
Fue así como desvió su camino, olvido sus gafas, por que su mundo ya no correspondía a letras pequeñas, a pequeños lejos en espera de ser recuperados de su extravío. No, su mundo tenía visión de partitura, de tonos, micrófono y “sonora matancera”. Matando las piernas al bailar, contoneando sus caderas y moviendo en desbalance sus pies.
Luz fue su vivir, un día tuvo la obligación de vestir de blanco del cuello a las rodillas, sintiendo con ello no la omnipotencia de la pureza que ese tono le producía, sino el deber omnipotente que se establecía en él al usarlo en sociedad. ¡¿Sociedad? me preguntó, cuando veo pobreza, guerra, hasta en un deporte que me agrada pero solo cuando lo juego; no son más que colores, por eso defiendo el deporte pero critico esa pasión irracional, no por ser sentimiento sino por atacar a otro al contradecir su existencia por sus decisiones, determinaciones iguales a las ejercidas por el poderío sin evolución permanente en el tiempo de mis recuerdos, de las naciones que repercute en contra de los reales “entes” vivientes del presente y por tanto merecedores del poder y de la libertad de repercutir entre si de acuerdo con sus deseos, no…no hay sociedad, hay un dadme para ser social eh!; que tal si en vez de me pongo te. Si, todo lo terminado en esa silaba es grandioso: mate, jaque mate, chocolate, llegaste, me enamoraste… Pero también el cielo es gigante, quiero conocer el cielo de Chile, el de Uruguay, porque no Paraguay, o el cielo en carnaval, o en la montaña del histórico evolucionar antropológico de Machu Pichu, el cielo en el ombligo del mundo, o el cielo de costa y mar parado en murallas de guerra pero que hoy son recuerdos de independencia, Sí ahí hay una moto, vamos a andar.
Ella bailaba y gritaba con los sones, “salsa de la salsa” sal y mueve, sa, sa, sa. Traigo hierba santa pa` la garganta, traigo…luz, se ilumino su cantar.
“Llegué en una balsa acompañado de una barba espesa que ocultaba la voz de unos ojos meditativos que disipaban las tinieblas del miedo ante la seguridad de la verdad. Sonidos de guitarra de un joven soldado que nos sorprendía por su templanza y pasión por la vida. Llegué, luche y encontré en otro el reflejo de mi luz…
“Te amo en silencio, te busco en las tinieblas de los sueños que según la vida son inconscientes, pero entonces ¿por qué siempre estas presente? Te quiero, temo a no tenerte, temo a que no me quieras tener, y te buscó, ¡te buscó perdida entre sueños!”, pensaba ella mientras se retiraba en un ave de hierro, viendo por última vez su isla, la isla que jamás volvería a ver y buscaba un lugar en el corazón para guardar la imagen borrosa de él pero siempre consciente y clara en su nostalgia.
Él a quien dejo allí en una de aquellas plazas sin nombre, plaza de algún hombre sin patria que vivió en búsqueda de un sueño, también salió de la utópica isla, con el corazón en la mano cargando amor, recuerdos, pero sobretodo su anhelo: independencia, está si pasional que lo ata y atará con unidad a la evolución de su gente y de su amor.
Por eso, tanto ella como él viajaron en sueños y se estrellaron con realidades satisfactorias para uno en otro mundo lejano, y dichosas para ella aquí en la Tierra –un tiempo más. Cada uno héroe de su arte, uno que juramos en el corazón, otra con la que bailamos y aceleramos el mismo, donde aquellos que le guardamos su lugar somos pareja de su baile, ya eterno, ya estratosférico pero siempre presente, en la pista de baile más extensa, en el alma.
¡Azúcar¡; ¡Che!
|