Mi nieto y yo caminamos por las calles de Praga; cobijados por el manto de la noche puedo percibir el eco distante de los sonidos de la calle, a pesar de que la luz de mis ojos se ha extinguido hace ya algún tiempo.
Nos internamos por callejones laberínticos, hasta llegar a la entrada de una librería antigua; entramos en ella y el encargado nos saluda cordialmente, casi con afecto.
El encargado nos entrega una llave antigua, indicándonos que vayamos al pasillo del fondo. Percibo el olor de los libros viejos, es un aroma a sabiduría y desgaste por el inexorable paso del tiempo.
Puedo darme cuenta de que no hay nadie además de nosotros, dentro de la librería; sin embargo sé que alguien nos sigue desde hace días, percibo su presencia a una distancia prudente de nosotros. Mis sentidos se han afinado a tal grado, debido a la pérdida de la visión, que el día de ayer creí escuchar como unas gotas de sudor resbalaban lentamente por
su cuerpo. Tiene tanto miedo de nosotros, como nosotros de él.
Mi nieto ya sabe el procedimiento que debemos de realizar cada tres años, por lo tanto, saca un libro del último estante, en cuya portada se lee en arameo antiguo: "Libranos del mal".
Mi nieto abre el libro, en cuyo interior semivacío se encuentra otro libro y cuyo interior encierra a su vez, un libro más pequeño con una cerradura. Le doy la llave, con ella abre el libro y comienza a recitar una
plegaria en arameo, después de lo cual utiliza nuevamente la llave pero ahora para cerrar el libro, volvemos a
colocar un libro tras otro en su lugar; nos dirigimos a la salida y entregamos la llave al encargado, quien nos dirige unas palabras de cortesía.
Cuando abandonamos la librería, caminamos por calles totalmente desiertas, él se encuentra siguiendonos otra vez, mis sentidos lo saben, como lo sabe un lobo en una cacería.
Al llegar a la entrada de un callejón, él nos enfrenta, percibo perfectamente como saca una daga de su pecho, casi puedo intuir que es un instrumento ceremonial antiguo; sin embargo, me abalanzo en un segundo sobre su cuello y sin darle oportunidad de nada, bebo hasta casi la última gota de su preciosa sangre.
Entonces, le digo a mi nieto: "Bebe hijo mío, por que este festín sólo podremos repetirlo hasta dentro de tres años..." |