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Tenía yo tan sólo nueve años y estaba de visita en la casa de mis abuelos. Eso significa que sería consentido por ellos y me dejarían hacer lo que quisiera aunque esto no representara ningún riesgo pues yo era un niño muy calmado. Me gustaba visitarlos porque me deshacía de la ciudad y el cambio de entorno era muy generoso con mi humor flemático. No había nada más que mis abuelos, unos cuantos animales domésticos y yo. Una noche, pasadas las diez, mi abuela salió a platicar con una vecina. Vecina es decirlo vulgarmente. La verdad es que las casas en esa parte del pueblo están alejadas entre sí por lo menos doscientos cincuenta metros, y entre ellas hay obstáculos que consisten en arbustos, cercas, árboles y, obviamente, la irregularidad del terreno. Mi abuelo regresaría en cualquier momento del taxidermista, pues gustaba de la caza y conservaba los trofeos peludos como símbolo de su destreza con el rifle. ¿Se pueden imaginar un lugar tan amplio como la casa de mis abuelos?, específicamente la sala en donde me encontraba: Animales muertos de diversos tamaños posando en la nada. Sobre la mesita, bajo las escaleras, entre el librero. Siempre gruñendo enmudecidos. Siempre alerta. Con un poco de imaginación tan vivos como muertos. En fin, mi abuela me dejó al cuidado de la televisión mientras veía una película. La emoción de ver a Batman ir tras El Guasón subiendo las escaleras podridas del campanario despertaba en mí una mezcla de sentimientos sombríos de justicia, valentía y terror. Debajo del buitre con las alas extendidas había una ventana, y desde la ventana sentía una mirada. Es raro sentir que te ven cuando hay tantos ojos en un sólo cuarto. Ojos de plástico, pero al fin ojos. En la locura cualquier objeto similar a un ojo, quizá una grieta, o hasta el espejo, puede representar un factor de persecución. Pero no estoy loco. No lo estaba. Y sabía perfectamente que debajo del buitre; detrás del reflejo transparente del vidrio de la ventana habían unos ojos que me espiaban. Paralizado sentí la mirada detrás de mi oreja izquierda. Una sensación de dolor extraña se asentaba ahí. Sentía que debía voltear a escrudiñar para deshacerme de aquello. En la pantalla El Guasón colgaba de cabeza riendo a carcajadas. Era inminente su destino y pensé que el mío lo era también. La ventana se quebró e hizo un ruido que en milisegundos endureció mi corazón y tensó mi cuerpo en una posición fijada hacia a aquella mirada. Pedacitos de vidrios proyectados me alcanzaron a tocar el rostro y los recibí sin parpadear. No podía. Algo trataba de pasar su cuerpo a través del marco manteniendo su mirada en mí. Mi reacción inmediata fue correr. La puerta no se abría. No podía articular palabra. Ojalá fuera más ruidoso, pensé. Aquello entró por completo y se restableció rápidamente para alcanzarme. La puerta se abrió súbitamente y corrí lo más rápido que podía. No sé cuanto avancé y ni me ocupé en saber si me seguía persiguiendo el monstruo. No tan lejos vi que mi abuelo regresaba del pueblo y me mostró su mano saludando. Corrí hacia a él y notó que nada estaba bien. Le dije que no fuéramos a la casa, que había algo ahí; y fue lo suficientemente sensato para escuchar a su nieto. O lo verdaderamente empático para sentir el miedo que me poseía. Sabía dónde se encontraba mi abuela y la seguimos hasta allá, a la casa de la vecina. Tan pronto llegamos, mi abuelo apresuró a todos a llamar a la policía. Así lo hizo nuestra anfitriona. Antes de llegar a donde estábamos en ese momento le conté lo que había pasado y me dijo que no le contara nada a mi abuela, que él mismo lo haría a su manera. Cuando llegó la policía vieron que no había habido robo alguno, pero sí el destrozo de la ventana. Había colillas de cigarro tiradas bajo el marco de la ventana por la parte de afuera de la casa. Entonces mi abuelo le contaba a mi abuela y ella palideció como si lo hubiera visto. Los policías entregaron algo en las manos de la vecina, lo miró y abrió mucho los ojos, sus cejas se arquearon y con la boca dibujaba una mueca horrorizada. Se dirigió a mi abuelo y le entregó aquella cosa. Los dos lloraron al ver que eran un par de fotos digitales impresas con la fecha de dos días atrás a aquel momento. Eran fotos de mí tomadas desde el armario del cuarto en donde dormía. Una desde adentro. Otra con un cuchillo presionando mi mejilla.

Texto agregado el 10-07-2014, y leído por 92 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
10-07-2014 Un buen relato,con un final estremecedor.UN ABRAZO. gafer
 
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