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Inicio / Cuenteros Locales / Raramuri / EXTRAÑA FORMA DE CONSTRUIR EL FUTURO

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El tren cargado de brazos se detiene, la mañana apenas despunta en el horizonte y cientos de pies comienzan una marcha mecánica hacia las esbeltas siluetas de metal, que a contraluz, se dibujan frente al sol que lava los rostros y puntual también se apresta a comenzar la jornada. Olores no de campos floridos se derraman en el aire que se asfixia, son aromas de un perfume que no alimenta vanidad ni sensualidad en las mujeres, sí en cambio, envenena de a poco la existencia en sí misma exigua de aquellos cuerpos lánguidos.
Muchos de esos pies hicieron antes brechas en los montes; cuantas de aquellas manos sembraron la tierra, levantaron muros, se curtieron al sol y con la sal marina. Rostros que ajenos unos de otros tienen mucho de familiar, algunos parecen llevar décadas marchitándose a la intemperie, los más recientes se agrietan al mismo ritmo acelerado que sus pies y manos. Todos, de una manera u otra, muestran las marcas fatigosas de la cotidianidad.

Un día más, una vida menos, y entonces las manos que son marros, sopletes, electrodos y pinzas, aprietan tuercas, machacan el hierro (materia elemental), lo cortan, lo funden, y los metales ya moldeados son miembros ahora de un ser superior, en tanto, los cuerpos son máquinas humanas que yuxtapuestas a otras, a esas máquinas libres de ánima propia, desbastan y pulen, mientras se desbastan a sí mismas sin pulirse jamás.
Ayer las arterias y venas de una máquina de carne y hueso se volvieron cables, cambiaron su líquido original por un fluido diferente; chisporroteo ágil saltó del aparato que suelda el hierro y corrió cual rayo fulminante por una vía que no era la suya dejando sólo la osamenta inútil envuelta en carbón, que antes de serlo, era músculo invocando movimiento.
Hoy no fue diferente, otra máquina, la que fragmenta la enorme tubería, la que en su rodar furioso la roe, deseó tener brazos y se quedó con uno de los dos que eran propiedad del individuo que la movía. En ese momento el hombre hubiese querido agitar su conciencia en una revolución, siquiera una sola de las treinta mil revoluciones por minuto con que la subversiva máquina se movilizó para arrancarle de tajo la extremidad. De ahora en adelante el infortunado podrá argüir claras razones para no abrazar a nadie.

El sol se cansa como se cansan los huesos. Cuando la tarde despunta, la marcha se reinicia creyendo los pies ser los mismos, pero estos se arrastran, escrupulosos vuelven hacia el tren que los regresa a lo que suponen es la vida. Allá los esperan brazos, piernas, senos y bocas de otras máquinas de vientres tundidos, de flácidas carnes, no libres de sentimientos pero casi olvidados. Tantos alientos envueltos en humos y humores, genios vaporosos emergiendo de sus prisiones de vidrio y solícitos se vierten dispuestos a trocar los sentidos. La noche es suya.

Los días se deslizan como idénticos, sólo el monstruo de metal ya crecido da la idea del transcurrir del tiempo. Eructa humo blanco, gris y negro, defeca sobre la tierra su diarreica inmundicia. Y mientras el tren de brazos y piernas se va quedando vacío, las calles se llenan de máquinas humanas que ahora blanden otras herramientas, otras que matan.

El monstruo que a diario devora conciencias, esta vez quiso cuerpos. En atronador rugido arrojó por los aires su pestilente aliento flamígero retorciendo los hierros de su propio esqueleto, líquido infecto derramó inclemente. Los techos de las casas saltaron, los vidrios crujieron y el pavor de los de adentro alcanzó multiplicado a los que afuera, huyendo en desparpajo, acarrean a los hijos como cosas.

¿Hay diferencia entre el hombre asfixiado en el socavón de una mina y el destrozado por la explosión de una planta de gas? ¿O con el quemado por los fluidos emanados de una fábrica de químicos? ¿Hay diferencia con los que se quedan sembrados en los surcos resecos pretendiendo cosechar sustento de una tierra inerme que nunca fue suya? ¿O con los que ahogan las penas en las mismas aguas en que se ahogan sus cuerpos tras un intento fútil de salvar la nada, antes que las aguas trágicas del vendaval arrastren los cartones que han sido techo y paredes?

Menudean historias iguales todos los días en escenarios aparentemente distintos, y las múltiples huellas encontradas en todas las escenas, escenas de crimen, coinciden en que la víctima es la misma: Las grietas en la piel, las manos callosas, la expresión del rostro, los bolsillos vacíos. Siempre los mismos. En vida sintieron igual dolor en el cuerpo, cargaron el estómago hambriento, llevaron el alma afligida, la conciencia extirpada. La misma clase, idéntica desdicha. El asesino, por otra parte, uno solo también es aunque parezca que son otros. Son máscaras todas del mismo dueño.

Este es el presente, el cual no existe porque el pasado lo alcanza cada vez que voltea a mirar sobre sus pasos. Pero no hay duda de que el futuro se está construyendo, con gran pompa lo anuncian los medios…

Texto agregado el 08-07-2014, y leído por 169 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
09-07-2014 El monstruo devorador es siempre el mismo, como afirmas con cruel pero experta certidumbre. Todas las variantes son máscaras del mismo dueño. Tu texto es una lúcida descripción de la insensatez, la avidez y la vorágine de esta sociedad empernada en el querer tener y poco dispuesta a querer ser. Tu pluma, un bisturí que manejada con el pulso firme de un cirujano no escatima esfuerzos para develar tanta irracionalidad. Felicito tu valentía. ZEPOL
09-07-2014 Es una historia muy interesante, te felicito por tu destreza al escribir y el raciocinio con que encaras el tema. Mis humildes saludos. GERPREZMAR
09-07-2014 Es la tuya una visión apocalíptica,pero real, del acontecer en el mundo.¿Porqué,entonces,seguimos adelante?La respuesta es simple:Es lo que tú describes o el suicidio.Aterradora realidad.UN ABRAZO. gafer
08-07-2014 Triste, real, asi es tu texto, me dejó un sabor amargo pues es la realidad de muchos, demasiados quizás carmen-valdes
 
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