A LA MEMORIA DE MI MADRE
Tus manos dejaron de ser nudos y tus huesos barrotes de una prisión corpórea impuesta por la vida a un espíritu empeñado en demostrar su compleja fortaleza.
Al fin te liberaste y convertiste el agua en tu elemento, fuiste lluvia esa madrugada, me despertaste para hacerme partícipe único, el inmediato poseedor del sentimiento más desolador que pueda alguien tener después de una partida que duele tanto porque aún sabiéndola cercana, siempre fue inesperada.
Tu espíritu que al sublimarse fue nube cubrió el cielo por un instante, y mientras ascendía, tu cuerpo tibio pareció descansar luego de tantas noches sin reposo. Quería que te quedaras conmigo más tiempo, todo el tiempo, por eso me aferré a ti, pero sabía bien que el dolor que yo estaba sintiendo jamás tendría semejanza con el dolor que padeciste. Esta vez te deje ir, no se si hubiera podido evitarlo pero ya no lo intenté, comprendí que tus males ya no tendrían remedio en este mundo material y acaso tu enorme fe obró el milagro, Dios al que tanto te encomendaste llevó la calma hasta tu lecho, a la vez que llegaba a mis oídos como el sonido de la lluvia en la madrugada para despertarme y convertirme en incrédulo testigo.
Confieso que hice tanto de lo que no debía y tan poco de lo que si, que me quedo con el dolor más grande y un vacío infinito, tú en cambio, por fin alcanzaste la paz que tanto merecías.
Has de saber que el cuerpo al que reclamabas no aguantar la carga que le impuso la vida se convirtió ya en cenizas tal como tu lo pediste, y mas temprano que tarde alimentará la tierra que las semillas necesitan para germinar, y así vivirás de nuevo, tal vez siendo parte fundamental de una planta mientras tu espíritu se funde de nuevo con la energía primigenia del universo.
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